Aristarco (20/2/2009)asesinato-de-cesar
Del chivatazo del Bar Faisán no se habla como presunto sino como confirmado. Sólo falta probar la autoría directa, así como las responsabilidades por elevación, hasta donde pudo dictarse la orden determinante. Hay quienes, especulando en buena lógica, ascienden y vislumbran la cumbre ejecutiva.

El juez Baltasar Garzón ha demorado la investigación del caso y ahora se ve impelido a actuar porque el tribunal colegiado competente le ha leído la cartilla.

La  tramitación  judicial avanza contra corriente. A expensas de las pruebas que hayan de aportarse, la calificación que circula es la de alta traición por colaborar con banda armada en el aviso a recaudadores de ETA por parte de representantes del Ministerio del Interior. La organización terrorista ETA es responsable de más de 800 víctimas mortales y, entre ellas, ha habido muchos policías y guardias civiles.

Una firma que nuestros lectores veteranos recordarán (Antonino G. Gator) escribió artículos que vienen ahora como anillo al dedo. Gator está, desde hace tiempo, ilocalizable,  porque después de padecer el primer mandato de Zapatero, pudo evitar el segundo, organizando una vuelta al mundo en cuatro años. Entretanto, dada nuestra afinidad y larga colaboración profesional, nos dejó como apoderados suyos para disponer ampliamente de sus trabajos, que a continuación reproducimos y actualizamos en parte, citando títulos y fechas de su publicación en espacioseuropeos.com  arreglo al contexto del momento respectivo.

Proceso de traición
En nuestro tiempo la relativización moral da la vuelta, como si fueran calcetines, a valores secularmente respetados. La vieja Roma, en alguna ocasión memorable, no pagaba traidores.

Ahora, incluso teorizan haciendo de la traición una hipotética necesidad. Dos franceses, el periodista Denis Jeambar y el profesor de Filosofía y Ciencias Políticas, Yves Roucaute, firmaron al alimón un libro traducido al español con su título de «Elogio de la traición» (Gedisa, Barcelona,1999). «No traicionar -escriben, desde  el Preámbulo- es perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos».

 «Regla lejana e inevitable -aseguran algo después los autores- del gobierno de los hombres, factor fundamental de cohesión social, la traición es una necesidad imperiosa en los Estados democráticos desarrollados».

Con muchas referencias históricas, desde los apóstoles Pedro y Judas hasta Talleyrand, De Gaulle o Mitterrand, aluden al retorno de España a la democracia: «Un proceso que Juan Carlos llevó a cabo apoyándose en la legitimidad recibida del dictador para destruirla y reemplazarla por la legitimidad democrática. Juan Carlos pudo realizar esta transición no violenta de un régimen a otro gracias a la complicidad de otro maestro de la negación: el socialista Felipe González«.

Es una pena que esos ensayistas galos que titulaban el capítulo 5, «La ultramodernidad de la traición» y el 6, «El porvenir pertenece a los traidores», no hubieran conocido a Rodríguez Zapatero. No sé si lo incluirían entre los que tipifican como grandes traidores o entre los traidores heroicos. Tal vez habrían esperado todavía algo más para dedicarle un apartado especial.

La Consconde-don-juliantitución vigente, prometida y olvidada puntualmente, preveía, en su artículo 102, hipotéticos supuestos de responsabilidad criminal del Presidente y los demás miembros de algún Gabinete español e, incluso, la posible acusación por traición.

Cada vez queda más vaciada de contenido la Carta Magna. Aznar ya madrugó para ahuecar el artículo 30, que comienza: «Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España». El mandato resulta difícil: hay una España menguante y no hay servicio militar obligatorio.

Las traiciones memorables de Talleyrand dejaban a salvo algo primordial: «Los regímenes pasan, Francia queda». Las picardías de Romanones no liquidaban Guadalajara. Ahora, Alfonso Guerra vota el nuevo Estatuto catalán y nos compara con el desguace de la antigua URSS. ¿Resistirá España  el proceso de traición? Las traiciones del Conde Don Julián y del Obispo Don Oppas requirieron ocho siglos de Reconquista. Tampoco se pensaba entonces que la cosa fuera tan grave.

Garzón, «Deus ex machina» 
Según denuncia de los peritos Manuel Escribano e Isabel López Cidad, el juez más dado al vedetismo que recuerdan las crónicas de Tribunales, continúa las indagaciones después de haber proclamado la instancia pertinente que el entrometido juzgador no era competente en el asunto.

 ¿Quién puede convencer a Garzón de que no sea competente para algo? Su larga mano -con las propias puñetas- llegó a Londres y no soltó a Pinochet tampoco en Chile. Mientras Juan Español acude a comisarías de Policía y cuartelillos de la Guardia Civil para poner a la cola su denuncia, con dosis letales de escepticismo, nuestros jueces «vedettes» se van a Guatemala, al Tibet… Si al menos fuera en régimen de intercambio con jueces chilenos, guatemaltecos o tibetanos, aquí la Administración de Justicia avanzaría algo más rápidamente.

Garzón tiene fama de instruir mal sus sumarios. No hay mal que por bien no venga; así será más fácil «desfacer sus entuertos». Por desgracia, no obstante, algunos descuidos no tienen remedio, como las cintas grabadas y dejadas de lado con posibles datos anticipadores cara al 11-M. Trágicamente tenían fecha de caducidad.

Mientras, él estará en Nueva York, México, Bolivia, Ecuador o Perú, arreglando el mundo o buscando, según testimonios, un abrigo de pelo de llama. En Colombia, con los indígenas, o vaya usted a saber.

En tiempos daba clases de Derecho en una Universidad privada, a la que acudía escoltado por su guardaespaldas, dándose más importancia que si fuera la diosa de la Justicia, con balanza y todo.

Con las grabaciones, tal vez reveladoras, más olvidadas que el arpa becqueriana, «del salón en el ángulo oscuro», Garzón madrugó para estar presente en el escenario del 11-M. ¿También quería atraer a su juzgado el terrible atentado? Le sobra tiempo para moverse de acá para allá y le falta para estar a lo suyo. Zapatero, ¡perdón, Garzón!, a tus zapatos.

La libertad de pensamiento ante un caso límite
La gran polémica nacional quedó abierta tras el discurso pronunciado y la sanción recibida por el teniente general Mena Aguado. Luego ha sido continuada por las tomas de posición de otros militares -en activo o retirados- de políticos, politólogos, periodistas y ciudadanos en general. Quedan, sin duda, flecos pendientes, al menos en el terreno de la elucubración, ejercitando la libertad de pensamiento.

Algunos zanjan la cuestión, de un modo simple, recordando algo evidente. bar-faisanPor  supuesto  que las Fuerzas Armadas están subordinadas al poder civil, legítimamente representado por el Gobierno español, salido de las urnas. Dentro de la normalidad, no existe la menor duda, con arreglo a la estructura piramidal.

Pero dentro de la libertad -que para el presidente Rodríguez Zapatero es su patria y para uno, nada menos que una aspiración, junto a otras, en el seno de la Patria española -dentro, insisto, de la libertad, compartida con ciudadanos de otras patrias, daremos rienda suelta a la especulación racional. Hay gobiernos que mienten -el PSOE  ha acusado ad nauseam de ese pecado capital al último gobierno del PP -como hay gobiernos que se saltan normas de la Carta Magna.

Una vulneración singularmente grave sería la hipotética Gobierno versus Constitución en su artículo 8º. Como es sabido, nuestra Constitución vigente designa ahí como garante expreso a una institución: las Fuerzas Armadas.

Bajo la égida del Gobierno, claro está, salvo el caso límite, hemos de pensar, de un gobierno imaginario, casi inconcebible, que renunciara a la soberanía e independencia de España, a defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. Atributos de la Patria en su concepción más genuina.

Precisamente, además, el vigente Código Penal suprimió, como circunstancia eximente de la responsabilidad criminal, la «obediencia debida». Luego, los militares que cumplieran órdenes transgresoras de aquellos deberes, recibidas de un gobierno que maquinara contra obligaciones tan trascendentales, cargarían con la responsabilidad penal correspondiente.

Con memoria histórica podemos evocar lejanos antecedentes de altísimas traiciones que permitieron sentarse en el trono de España a José Bonaparte. La reacción patriótica no se produjo de arriba abajo, sino, muy al contrario, de abajo arriba. Modestos oficiales como Daoiz, Velarde y Ruiz, el sencillo alcalde de un Móstoles rural –Andrés Torrejón–  y una valerosa Manuela Malasaña, suplieron la tibieza patriótica de toda una élite afrancesada.

¿Dónde queda hoy la última ratio frente a un atentado de lesa Constitución? El Tribunal Constitucional, sin duda, podría dictar una sabia sentencia.  Más ¿cuándo llegaría ese fallo salomónico? Tal vez, por desgracia, cuando la Patria, troceada,  resultara ya irrecuperable. Para un territorio, a la sazón desintegrado del suelo y de la soberanía española, tanto el ordenamiento como el fallo del Tribunal Constitucional, serían papel mojado.

Otro supuesto, que ahora se plantea, no es ya el diálogo sino la connivencia táctica de algún cargo gubernamental con banda terrorista. ¿No merecería peor trato que el del espía doble recién condenado por vender secretos a Rusia?