Andrés Soliz Rada (8/6//2010)Andrés Soliz Rada
EL «PLAN DE OPERACIONES» Y EL ALTO PERU
Al producirse la Revolución de mayo, Mariano Moreno se angustia por la falta de una burguesía nacional capaz de consumar una revolución nacional, como las que tuvieron lugar en Inglaterra o Francia. Esa carencia no permitía imponer autoridad y gobernar con eficacia en inmensos territorios, incomunicados entre si, carentes de mercado interno, con rivalidades aldeanas, en un medio social plagado de supersticiones y bajo nivel educativo. La posibilidad de ayuda externa era inexistente, ya que todas las potencias extranjeras estaban ávidas por reemplazar a España en el saqueo colonial de la región. En consecuencia, la única posibilidad residía en encontrar los recursos indispensables dentro del territorio, mediante  un Estado empresario que sustituya a la inexistente burguesía propia. Para logar este propósito, había que desarrollar un Estado centralista y planificador, que cohesione a las regiones dispersas y desarrolle  vínculos solidarios de comunidad y proyectos de interés compartido. A fin de conseguir este objetivo, el «Plan de Operaciones» plantea confiscar recursos a 5.000 ó 6.000 mineros, lo que permitirá recaudar entre 500 a 600 millones de pesos, la mitad de los cuales debía ser destinada a gastos militares, en tanto que el saldo serviría para instalar fábricas, artes e ingenios, desarrollar la agricultura y la navegación. Admite que la medida afectará a 5.000 ó 6.000 personas, las que podrían ser indemnizadas después de desarrollarse el país.

Si se considera que en ese momento había alrededor de 15.000 mitayos en Potosí, se deducirá la viabilidad de la propuesta. Como complemento, el «Plan» propone aplicar la pena de muerte a cualquier particular que trabaje minas de oro y plata por un término de diez años. Establece que los dueños de minas vendan al Estado todos sus instrumentos de trabajo, repuestos y utensilios, para lo cual se realizará una tasación justa. A partir de allí, el Estado impulsará «la creación de casas de ingenios, creando todas las oficinas que sean necesarias, como laboratorios, casas de moneda… proveyéndolas de buenos ingenieros, trabajadores, directores, etc.». Prevé, asimismo, organizar comisiones técnicas para detectar nuevos yacimientos de minerales. Estima que en alrededor de cuatro años se contarán con nuevos establecimientos mineros. Determina que los europeos que viven en las colonias no puedan emigrar llevándose «gruesos caudales» o exportarlos por otros conductos. Los decomisos incluían el dinero procedente de ventas de fincas y establecimientos agropecuarios. Su idea central era retener los excedentes económicos y como esos eran generados de manera prioritaria por la minería, su preocupación se orienta en esa dirección.

Considera conveniente rebajar, en un 15 a 20 %, la ley que respalda la moneda, a fin de conseguir dinero de libre disponibilidad (1). El Primer Secretario del Tesoro del gobierno de EE. UU., Alexander Hamilton, adoptó similar medida, con lo que coadyuvó a estructurar un Estado proteccionista e industrialista, que permitió a su naciente país controlar el mercado interno y manejar una Banca estatal independiente de los intereses británicos. Las ideas de Moreno conllevan la prohibición de importaciones suntuarias, ya que los países poderosos «llegan vendiendo y terminan mandando». («LA GAZETA», 16-09-1810).

Las riquezas acumuladas en manos privadas debían tener límites. «Las fortunas agigantadas en pocos individuos… no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, mostrándose como una reunión de aguas estancadas que no ofrecen otras producciones sino por el terreno que ocupan, pero si corriendo rápidamente su curso bañan todas las partes de una a otra, no habría un solo individuo que no las disfrutase» (2).

JUAN  JOSE CASTELLI Y JUAN MANUEL CACERES
A juicio de Mariano Moreno, la Revolución de mayo sólo podía triunfar en el marco de la Patria Grande y de la liberación de los indígenas. Ambas líneas de pensamiento marcan la enorme influencia que ejerció sobre las figuras más destacas del proceso liberador. Al finalizar 1810, el idebatalla-de-guaquiólogo del «Plan» quedó en minoría en la Junta de Gobierno, controlada, a partir de entonces, por el sector conciliador de Cornelio Saavedra. La rapidez con que se precipitaron los acontecimientos, impidió que los caudillos del interior tomaran conciencia inmediata de los intereses en juego.

Moreno fue envenenado el 4 de marzo de 1811, por el capitán de la goleta inglesa «Fame», que lo trasladaba a Londres, en misión diplomática, según denunció su hermano Manuel. Su cuerpo fue arrojado al mar, envuelto en una bandera británica (3). Su radicalismo jacobino fue compartido por Juan José Castelli, la otra gran figura de la Primera Junta, a quien ordenó fusilar al virrey Santiago Liniers. Las historias oficiales han ignorado la alianza, durante la presencia del Primer Ejército Auxiliar Argentino en el Alto Perú (nosotros preferimos llamarlo el Primer Ejército Libertario de las Provincias Unidas del Río de la Plata) entre Juan José Castelli y el líder aymara, de origen mestizo, Juan Manuel Cáceres.

En los inicios de su vida pública, Cáceres tuvo una posición equivocada, ya que, en 1781, combatió la sublevación de Tupaj Katari. Sin embargo, años después se reivindicó a plenitud. Cáceres había sido educado por los jesuitas, lo que le permitió conocer el latín. Su actuación de 1781, le valió ser designado Teniente Capitán de Dragones en Pacajes (provincia del departamento de La Paz) y escribano público en la localidad de Caquiaviri, razón por la que conoció a fondo la maquinaria política y administrativa de la Colonia.

Participó en primera línea en la Revolución paceña del 16 de julio de 1809, de la que fue su escribano. Seis meses más tarde, Pedro Domingo Murillo, junto a otros ocho protomártires, fue ahorcado en la Plaza que hoy lleva su nombre. Antes de su ejecución, Murillo lanzó su grito imperecedero: «Yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la apagará». Valentín Abecia Baldivieso demostró que Murillo se recibió de abogado en 1806, en la Universidad de San Francisco Xavier (20), en la misma época en que lo hicieron Moreno, Castelli y Monteagudo. A partir de la Revolución de julio, Cáceres lideró los movimientos independentistas en Pacajes y otros pueblos aymaras. El brigadier José Manuel de Goyeneche, quien ejecutó a los protomártires, puso precio a su cabeza, y el Obispo de La Paz, Remigio La Santa y Ortega, lo excomulgó. Fue conocido en el mundo andino como «el oráculo de los indios» y «General Restaurador de los Indios del Perú». Redactó un «Plan de Reivindicaciones» de mitayos y labriegos, a quienes soliviantó en Oruro y Chuquisaca. Apresado por el Ejército realista, fue liberado por Castelli, a quien escoltó de La Plata a La Paz (4).

Cáceres estuvo junto a Castelli el 25 de mayo de 1811 (primer aniversario de la Revolución de Buenos Aires), cuando el revolucionario porteño emitió una proclama en la que da por concluida la mita y la servidumbre indígena y anuncia la devolución de la tierra a los pueblos andinos. En la oportunidad, hizo saber que los indios tendrían cuatro representantes en el Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que la Junta de Buenos Aires había convocado (5). El dato es relevante si se considera que ningún indígena y sólo un jefe guerrillero (José Miguel Lanza) participó en la Asamblea Constituyente que fundó Bolivia (6 de agosto de 1825), la que fue copada por azogueros, terratenientes, abogados y grandes comerciantes.

Castelli estructuró una alianza entre los seguidores jacobinos de Mariano Moreno, jefes guerrilleros mestizos y criollos e indígenas. En informe de su ingreso al Alto Perú dice: «Sin que nadie les mandase, los indios de todos los pueblos, con sus caciques y alcaldes, han salido a encontrarme y acompañarme, haciendo sus primeros cumplidos del modo más expresivo y complaciente, hasta el extremo de hincarse de rodillas, juntar las manos y elevar los ojos, como en acción de bendecir al cielo». La tragedia que significó la mita explica esas manifestaciones de júbilo y esperanza. El 5 de febrero de 1811, Castelli difundió una histórica proclama, leída en lenguas originarias. Su parte sustancial destaca: «Yo me intereso por vuestra felicidad no sólo por carácter, sino también por sistema, por nacimiento y por religión… Es tiempo de que penséis por vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductivas esperanzas con que creen asegurar vuestra servidumbre. ¿No es verdad que siempre habéis sido mirados como esclavos y tratados con el mayor ultraje, sin más derecho que la  fuerza ni más crimen que habitar en vuestra Patria?». Estas palabras de Castelli se asemejan a las que pronunció Mariano Moreno en Chuquisaca, el 3 de agosto de 1802, cuando decía que «Desde el descubrimiento  empezó la malicia a perseguir a unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con la opulencia»). La Junta de la capital, añadió Castelli, «os mirará siempre como a hermanos y os considerará como iguales… jamás dudéis que mi principal objetivo es libertaros de la opresión, mejorar vuestra suerte, adelantar vuestros recursos, desterrar lejos de vosotros la miseria, y haceros felices en vuestra patria» (6).

Ejoaquin-de-la-pezuelal historiador Arze Aguirre cae en la incoherencia al sostener, sin la menor prueba, que la política «filo indigenista» (de Castelli) no obedecía a «una convicción auténtica de liberación india; obedecía, por el contrario, a las ventajas políticas impuestas por la misma situación del momento…». Las convicciones jacobinas de Moreno, Castelli y Monteagudo no tienen importancia para este contradictorio investigador, que añade que el Comandante del Ejército libertario, «estimuló la conciencia popular con fingidas declaraciones, proclamando a cada paso  que el indio es igual a cualquier otro nacional y que es acreedor a cualquier destino y empleo». Su incoherencia se hace aún más notoria al citar sus coincidencias con el historiador británico John Lynch, quien señala: «Era fácil para los agentes de Buenos Aires proclamar la emancipación india en un país que no era el suyo, pero sin el acuerdo de los criollos locales, esta política no tenía sentido. Los más poderosos grupos sociales en el Alto Perú reaccionaron violentamente ante la política india de los ejércitos auxiliares. Los propietarios de las minas creían que la liberación de los indios y en particular la supresión de la mita, amenazaba a su predominio social y sus perspectivas económicas. Se unieron a la contrarrevolución con armas y dinero. Los propietarios rurales también aborrecían el igualitarismo mostrado hacia los indios, mestizos y mulatos y se resentían de la amenaza a su reserva de mano de obra»… Sus palabras culminan con esta expresión: «… a los ojos de los habitantes del Alto Perú, la primera expedición no les trajo nada y se llevó su plata» (7).

La defensa que hacen Lynch y Arze de la mita es vergonzosa. La actitud de Lynch es comprensible, en cambio la de Arze, quien, con otra valoración crítica, introdujo en su texto juicios de Villaba, de Gunnar Mendoza y Mariano Moreno, en los que se califica a la mita de «peste perniciosa para los indios», se denunciaba que el edificio colonial tuvo por cimientos a indios aplastados, para luego reiterar  que el único delito de estos residía en haber nacido en tierras provistas de recursos mineros. Arze Aguirre y Lynch terminan lamentando que los recursos de la Casa de la Moneda de Potosí no se hubieran quedado para beneficiar a los Ejércitos del retrógrado Fernando VII. Lo evidente es que los explotadores del trabajo indígena sabotearon a Castelli, le negaron recursos y armas para enfrentar a Goyeneche y precipitaron la derrota patriota en la batalla de Guaqui, de 20 de junio de 1811, la que tuvo consecuencias de largo plazo, ya que prolongó el enfrentamiento con el absolutismo hispano en los siguientes catorce años.

Cáceres, a su vez, demostró enorme capacidad política al formar un frente único de defensa de la Patria con indios, criollos y mestizos. El «oráculo de los indios» bajaba de las montañas cuando retornaban los ejércitos libertarios. Ello ocurrió hasta 1814, año, a partir del cual, dice Arze Aguirre, se pierde su rastro. Castelli murió en Buenos Aires en 1811, «execrado por el latifundismo encomendero, «pero reverenciado por las masas campesinas del altiplano y los valles, a las cuales había reafirmado en la esperanza dormida desde 1781, que Cáceres despertó» (8)

La alianza entre jacobinos, mestizos, quechuas y aymaras fue destacada en sus memorias por el general Joaquín de la Pezuela, sucesor de Goyeneche, quien derrotó a Belgrano y Rondeau, antes de ser designado Virrey del Perú, con estas palabras: «… los pocos indios que hasta entonces se habían mantenido refugiados en las alturas para no tomar parte (en los combates), bajaron a sus pueblos y nos declararon enemigos, así como un considerable número de cholos y mestizos… hasta entonces indecisos…Los indios aborrecían al soldado, al oficial, y todo lo que era del Rey, por el contrario servían de balde con sus personas y víveres a los de Buenos Aires… Les servían fielmente de espías, y sabían la posición y movimientos del ejército del Rey al momento de ejecutarlos, y, por el contrario, este nada sabía de los enemigos porque no había un indio que quisiese servirle de espía a ningún precio…». (9).

La alianza de los criollos azogueros y latifundistas con oligarcas pro británicos de Buenos Aires quebró el frente indo-mestizo, que debió fortalecerse con la visión de Castelli y Cáceres y de guerrilleros como Vicente Camargo, los esposos Padilla, Ignacio Warnes, Esteban Arce, Juan Antonio Álvarez de Arenales (español, identificado con la causa libertaria), Idelfonso de las Muñecas y José Miguel Lanza. Arze Aguirre se sorprende por la coordinación militar, surgida luego del repliegue de los Ejércitos de Buenos Aires, entre Esteban Arze y Juan Manuel Cáceres, quienes, con visión de Patria Grande, pudieron, si las contiendas armadas les hubieran sido favorables, soldar la falla geológica con que se fundó Bolivia, al excluir a la totalidad de su población indo mestiza.

Notas:
1.- Moreno: Ob. Cit
2.- «wikipedia». Biografía de Mariano Moreno.
3.- Barnadas: «Ob. Cit». Páginas 312 y 313.
4.- Arze Aguirre en «Diccionario» de Barnadas. Página 398.
5.- José Fellman Velarde: «Historia de Bolivia». Tomo I. Segunda Edición. Editorial «Los Amigos del Libro». La Paz – Cochabamba – Bolivia. 1978. Página 258.
6.- Juan José Castelli: Informe a la Junta de Buenos Aires de 10 de noviembre de 1810.
7.- Arze Aguirre: Ob. Cit. Pag. 144
8.- Arze Aguirre: Ob. Cit. Páginas 144 Y 149.
9.- Fellman: Ob. Cit. Página 262