España
Aquilino Tejedo (19/7/2010)
La Portavoz del Gobierno, en la información facilitada después del pasado Consejo de Ministros, a los representantes de los medios acreditados en La Moncloa, hizo públicas diversas opiniones del Ejecutivo socialista sobre la discutida figura de José Bono. En tanto que opiniones gubernamentales, cabe compartirlas o no; pero resulta presumible que corresponderán a lo que constituye una toma de postura colegiada por parte del Gobierno.
Sin embargo, sorprende la transcripción de lo dicho por la vicepresidenta Fernández de la Vega, del siguiente tenor, entrecomillado en el diario La Gaceta: Bono «siempre ha tenido una actitud de absoluta transparencia en todos los temas que se refieren a su persona y a su patrimonio». Una afirmación tan enfática y general, resulta muy arriesgada, tanto que presenta visos de parcialidad y de mero eslogan.
Para cualquiera que haya seguido la evolución pública del asunto, es obvio que Bono ha practicado actitudes de hermetismo, rectificaciones en sucesivas declaraciones y descalificaciones para quienes ofrecían datos y reproducciones de inscripciones registrales y de otros documentos. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, principio que sigue vigente tanto para un Gobierno como para los perros guardianes de la Prensa.
Desde hace años, un criterio de origen anglosajón, importado entre nosotros por una doctrina mimetizante, trata de establecer la concurrencia de tres fuentes para cerciorarse diligentemente de la veracidad de una información. Uno no comparte ese criterio, válido sobre todo para restar informaciones incómodas para los poderes establecidos. Ahora bien, dado que los gobiernos -de aquí y de fuera de aquí- tergiversan, falsean y mienten con cierta frecuencia, habría que consultar con otras dos fuentes independientes para aceptar sin otras cautelas sus versiones.
Es un mero ejemplo. Insisto en el rechazo de la ratificación sistemática por tres informantes, como exigencia de teóricos de gabinete al servicio, de modo consciente o inconsciente, de intereses favorables a la opacidad. En cualquier caso, o se aplica para todos o no se exige a nadie. La credibilidad se gana sin esa servidumbre de los medios, de la cual, para colmo, se deja exentos a los poderes oficiales y fácticos.