Sin Acritud…
Cordura (12/9/2010)
A finales del pasado mes de agosto, el veterano periodista José Manuel G. Torga publicaba en este mismo medio una respuesta https://espacioseuropeos.com/?p=19814 a un previo artículo mío http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2010/8/21/toros-ii-razones-fernando-savater aparecitorosdo primero en El Blog de Cordura y luego reproducido aquí. Mi humilde escrito, el segundo de una serie que aún tendrá una tercera parte, era a su vez una réplica a la defensa que viene haciendo el filósofo (?) Fernando Savater de la barbarie antitaurina (sic). Invitado por el director de espacioseuropeos.es, procedo aquí a contrarreplicar, siempre desde la cordialidad, a José Manuel. Y lo haré dirigiéndome a él.

A comienzo de su artículo, comenta usted de mi seudónimo, «Cordura», que «no pasará de una mera aspiración». Por supuesto, amigo. No me considero la encarnación de la cordura, palabra. Uso el sobrenombre como una (modesta) apelación a la misma (lo que pasa es que ponerlo entre signos de admiración se me antoja aún más cargante… je, je). [Empecé a usarlo a raíz de un «mundial» de júrgol, creo que el de Corea. En un foro internáutico, la gente estaba hundida porque «nos» habían eliminado. Yo intervine bajo ese apodo con idea promover allí precisamente eso. A fin de cuentas, sólo se había perdido un partido de júrgol…]

Dice usted luego que «el ternurismo que me parece recordar como motivo inspirador, puede ser respetable», para casi acto seguido hablar de mi «alineamiento -voluntario o involuntario- con intereses de la alta burguesía nacional-catalanista y sus corifeos de diferentes pelajes».

¿Ternurismo? Eso me recuerda a cuando me acusan, más bien raramente, de «buenismo». Suelo responder que desde luego lo prefiero al obsceno malismo, hoy tan de moda. En todo caso, si se lee atentamente la primera parte http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2010/7/30/toros-i-y-espana-volvio-temblar- de mi modesta serie, será raro deducir ese «motivo inspirador», al menos de manera tan destacada. Soy partidario de la ternura, es cierto. Pero ahí digo que me interesa mostrar cómo el patrioterismo y otros rasgos idiosincrásicos tienen mucho que ver tanto con la tradición taurófoba como con la reacción a lo de Cataluña. El asunto, pues, rebasa con mucho emociones e indignaciones (por lo demás legítimas y, a mi entender, necesarias).

En cuanto a mi presunto «alineamento -voluntario o involuntario-« (¡vamos, que no me escapo!) con los intereses altoburgueses ésos… afirmar tal cosa demuestra que usted me ha leído con el prejuicio puesto. No hay una sola frase, una sola palabra, una sola letra… que permita extraer, en buena lógica, semejante conclusión (ni «voluntaria», ni «involuntaria»). Simplemente, me gozo -aunque no me ilusiono- de que haya prosperado una iniciativa popular que al menos en una región de España restringirá las crueles prácticas antitaurinas. Y expongo mis razones a lo largo de la serie, aparte de mostrar cuán absurdas son las de sus defensores y las de quienes reaccionan contra la prohibición.

[Por lo demás, no es la primera vez que en los medios en los que colaboro nos hemos pronunciado contra esas salvajadas (y para hacerlo, no hemos mirado primero a ver qué decían ni los nacionalistas periféricos, ni los nacionalistas españolistas); ver: «Crueldad» http://javzan.freehostia.com/asuntos/crueldad.htm y «La conmoción de los sanfermines» http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2009/7/12/la-conmocion-los-sanfermines ]   

Sigue después diciendo usted que «hipócritamente, los independentistas catalanes alegan la crueldad en  los cosos, aunque mantienen las piadosas celebraciones de toros a la carrera con las astas  llameantes, algo que a los animales les debe de producir un enorme placer, o al menos así lo creerán los clasificadores, dada la diferenciación que establecen».

Bien constatada esa hipocresía. Nosotros aludimos a ella (correbous y demás basura moral) en la sección de comentarios del hilo que nos ocupa http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2010/8/21/toros-ii-razones-fernando-savater.  Y espero referirme nuevamente a ella en la tercera parte de la serie.fernando-savater

Por cierto, José Manuel, con ironía alude usted al «enorme placer» que esas prácticas no prohibidas por los hipócritas independentistas les deben de producir a los toros. Me pregunto por qué, en cambio, no aplica esa misma ironía a las corridas de toros. (Me temo que es usted quien politiza el asunto…).

Y comenta poco después: «En cuanto a las objeciones a la tauromaquia, me parecen opiniones como tantas otras, aún cuando no las comparta en grado suficiente como para cimentar la prohibición. Mi postura es que al que le guste vaya y al que no le guste, pues que no vaya a los cosos taurinos. Personalmente no creo haber acudido a más de  una veintena de festejos. Nunca me he entusiasmado; pero menos me gusta el flamenco y tampoco creo que deba prohibirse».

Que se delata, amigo G. Torga… Si pone al mismo nivel un espectáculo de flamenco que una tortura sangrienta coronada con la muerte es, o bien porque se prohíbe a sí mismo pensar en el fondo del asunto, o bien porque algo falla en su sentido moral, dicho sea con el mayor de los respetos. NO CABE OTRA OPCIÓN.

Limitarse a usar un criterio meramente estético (el gusto o no gusto) para un asunto que al menos tiene una vertiente palmariamente ética revela cuando menos superficialidad. A poco que lo piense, casi seguro que estará de acuerdo conmigo.

Decir que «al que le guste baya y al que no le guste, que no vaya» implica que es legítimo mantener el espectáculo en cuestión mientras haya (suficiente, supongo) gente a la que le guste. Pero eso mismo valdría para la prostitución, o para los viejos autos de fe, o las modernas ejecuciones en la silla eléctrica o por inyección de pentotal (siempre hay público presenciándolas), o para las lapidaciones en los países donde se aplican, o incluso para las torturas de Abú Ghraíb (un espectáculo para quienes las realizaban y a la vez las fotografiaban), etcétera.

Claro, que quizá no quepa descartar que a usted todo eso le parezca bien…

Afirma usted más adelante: «Las razones de los anti-taurinos son muy antiguas aun cuando revivan de vez en cuando. Este es el momento menos oportuno para traerlas a colación salvo que, en efecto, se quiera brindar la faena a quienes buscan dar un tajo a la unidad de España, utilizando, para más inri, todo lo que consiguen afanar de los impuestos de todos los españoles, con la implicación electoralista de Rodríguez Zapatero».

Comprendo que a quien está tan enfrascado en las polémicas (para mí estériles y aburridas) entre nacionalistas de uno y otro pelaje le resulte difícil ver la prohibición de una salvajada como lo que es: la prohibición de una salvajada. Pero así es precisamente como la veo yo, y por eso lo celebro. Y, por supuesto, considero que la prohibición llega en un momento plenamente oportuno (y a la vez, por desgracia, muy tarde…).

A continuación efectúa usted la típica, y extensa, digresión histórico-cultural sobre la macabra «fiesta» y las relaciones de los intelectuales con ella. Siempre me llama la atención cómo muchos contrarios a la prohibición recurren a estas cortinas de humo (voluntarias o involuntarias, je, je). Como si el meollo del asunto, o parte de él, radicara en que ha habido múltiples intelectuales que mostraron interés, a menudo favorable, por la barbarie que nos ocupa (ya en mi modesto artículo recordaba también que por el asesinato, y por la explotación, etc., etc.).

Señala usted después, en alusión de nuevo a mi artículo, que no cabe culpabilizar ni a los toros ni a los toreros porque «cada cual cumple su papel en un rito peligroso bajo normas precisas». Pero no puedo creerme, amigo, que no se dé cuenta de quién realiza por gusto (o por dinero) tan abominable «rito» y quién va al mismo obligado por sus torturadores y matarifes.j-m-torga

Añade que «filosofar sobre ello tiene sentido; pero lo pierde cuando da apoyo a algo tan pedestre, feble y falso como la política de Montilla, que paga el Colegio Alemán para casa y obliga al catalán para fuera». Digo yo que si acaso será algo «tan pedestre» como apoyar la prohibición de esa aberración cruel. Pero observo que quizá usted prefiere mirar al tal Montilla -político que en el mejor de los casos sólo me suscita indiferencia- para ahorrarse ver aquélla. Sus razones tendrá…

Ya concluyendo, afirma: «El toro de lidia es, desde hace mucho tiempo, un animal épico. De ahí que figure como monumento en bronce, de modo similar a otras figuras reverenciadas o reconocidas, por una amplia  geografía: El Puerto de Santa María, Linares, Ronda, Pedraja de Portillo (Valladolid), Salamanca, Tordesillas… pero también La Provenza. Mi amigo y compañero Antonio Santander evocaba sus campañas salmantinas para que se erigiera el monumento al toro de lidia.»

¡¡¡Ojjj…!!! (Perdone, va sin ánimo de ridiculizar a nadie, pero me pone usted a huevo esta salida). Como épicas son las invasiones sangrientas (no en vano Napoleón tiene sus arcos y sus estatuas), o el fornicio bien contado (léase el Don Juan, p. ej.). ¿Verdad que sí, amigo?

Y como colofón, constata: «Los recuerdos y los sentimientos, como  la cordura -colega de este digital- están repartidos y no hay que monopolizarlos. Al menos así lo creo.»

Nada más lejos de mi ánimo que monopolizar nada, José Manuel. Me encantaría, por ejemplo, y tómese con humor, verla más entre los críticos a mis artículos.