Sin Acritud…
Cordura (1/3/2011)
[Debo hacer previa mención de gratitud a los amigos FX y Guillermo Sánchez porque recientes intercambios con ellos me han ayudado a elaborar alguna de las ideas aquí expuestas.]
El pasado sábado la prensa sistémica informa, pero ya con la boca chica, de que tanto en Túnez como en Egipto vuelven los choques entre manifestantes y fuerzas del orden (ver 1, 2 y 3). Decenas de miles de personas reclaman, en uno y otro país, seguir adelante con los cambios revolucionarios. No les basta un cambio de fachada. Al Sistema y a sus medios, que ahora relegan esos hechos a «páginas interiores», parece que sí les basta.
La estrella estos días es Libia. El dictador-diana, Gadafi. Pero con Ben Ali y con Mubarak, recordémoslo, no se ensañaron igual los políticos y los medios sistémicos. Entonces se mostraban más prudentes. Es que, según nos informan (aunque sin imágenes), Gadafi bombardea a su propio pueblo. Ben Ali y Mubarak, aunque también brutales por momentos, no llegaron a tanto. Además, los aires de locatis estrafalario que caracterizan al coronel favorecen presentarlo como un tirano caprichoso y cruel.
¿Tendrá también que ver con ello el que Gadafi sea, a diferencia de los otros, parcialmente independiente del Imperio?
Por cierto, mientras los medios nos saturan con Libia (pero benditas sean las aspiraciones libertarias de su pueblo), ocurren otras cosas que también pasan inadvertidas para el gran público. Destaquemos, como nos recuerda oportunamente JLF, que Gaza ha vuelto a ser bombardeada por los sionistas.
La OTAN, en pie de guerra
No, no reaccionó el Occidente político-militar con Túnez y Egipto como lo está haciendo con la petrolera nación libia (el país del Nilo también produce oro negro, pero sólo la tercera parte que su vecino). Durante las semanas de revueltas y represión en aquellos países, no habló su instrumento mundial, el Consejo de Seguridad de la ONU, de sancionar a sus dictaduras (aunque sí dio pasos en esa línea la UE), ni se plantearon las potencias decretar «zonas de exclusión aérea» -una invasión de hecho-, o incluso contemplar una intervención militar abierta.
La OTAN, el brazo armado «porque-me-da-la-gana» de Naciones Unidas, está aprovechando la crisis libia para sacar pecho. Es la verdadera ONU de facto, ya con licencia para matar en cualquier lugar del mundo. La OTAN-Gladio, la OTAN armamentista, la OTAN masacradora de ex yugoslavos y afganos, la OTAN cómplice de la agresión a Irak y de los vuelos secretos de la CIA… se dedica a impartir cátedra de ética al coronel chalado. Y hasta hay ponderados ciudadanos que se quejan de que no haya intervenido en Libia ya.
Lecciones provisionales
Confusión. He ahí uno de los rasgos de la presente crisis árabe. Para empezar, la mayoría de los analistas -el arriba firmante, tanto más por su modestia- desconoce la realidad profunda de esos países. Luego está la madeja de intereses que mueve el mundo, sembradora de confusión permanente. Incluidos los intereses, por menores que resulten, de sátrapas como Gadafi (su recurso a la fantasmal Al Qaeda como chivo expiatorio, aunque ya a la desesperada, sin duda confundirá al menos a parte de su pueblo).
Es por ello precisa la humildad y evitar dogmatizar. No callar -entonces sólo hablarían los mercenarios del Sistema y pocos más-, pero medir bien las palabras. Recordando los rasgos generales que definen al mundo presente. No vaya a ser que, cegados por las ilusiones, perdamos de vista el contexto. Aguzando siempre el espíritu crítico para tener a raya filias y fobias y para no escorarse irracionalmente a un lado o a otro.
Sobre esa base, aun en medio de tanto embrollo, pueden extraerse algunas lecciones siquiera provisionalmente:
1. No pueden ser revoluciones enteramente espontáneas. El sentido común aconseja descartarlo, insistamos en el contexto (el de un Imperio Global, aunque somos conscientes de que esto merecería un mayor desarrollo). Sobre el caldo de cultivo dado -veteranos gobernantes ya «quemados», inevitable descontento popular creciente-, el Imperio agitó las aguas para renovar su «cartel». El esquema recuerda al de la caída del comunismo, con un régimen -el soviético- aquejado de descomposición interna, pero a cuya caída y la de sus satélites ayudó decisivamente el bloque capitalista (carrera armamentista mediante) y su aliado papal (recuérdese la célebre «Santa Alianza»).
Hay evidencias insoslayables, como el hecho de que parte de la oposición fuera previamente amaestrada (ver 1, 2 y 3-4), pero también la aparentemente nula, o al menos escasísima, motivación islamista de las revueltas en todos estos países; existen indicios a tener en cuenta, como aquel cable de Wikileaks que hablaba de Túnez (primer país en «caer») y que habría preparado el terreno a través de los nuevos recursos tecnológicos (Facebook, Twitter…); al hilo de ello, se ha hablado de «revoluciones anónimas», un paso más allá de las ya demasiado malolientes «revoluciones de colores» (y en la línea del grupo Anonymous, el de los «vengadores» de Assange, el «héroe» de la sospechosa organización Wikileaks). Hay, además, buenas razones para una intervención del mundo opulento en el Magreb: no sólo el puro afán hegemonista (denunciado por Medvedev), también la creciente competencia de la banca islámica, no usurera, sobre la banca occidental. Sin olvidar el incremento del control de los recursos de gas y petróleo de la zona como motivación añadida.
Todos estos elementos sugieren una injerencia imperial desde la gestación misma de estos procesos, pero sin descartar que haya también algo que la trascienda.
2. El extremo grado de cinismo e hipocresía palpable en esta historia refleja lo fuerte que se siente el núcleo duro del Poder. Los mismos que han sostenido a los dictadores magrebíes, los que los han armado, financiado y/o cobijado en foros como la Internacional Socialista, ahora se regocijan en los «cambios democráticos» en ciernes, autoerigidos como árbitros y garantes del proceso de transición. Y no parece que las masas de los pueblos levantados se sientan especialmente molestas por ello (incluso podría darse el efecto perverso de que para muchos árabes el proceso «confirmase» la «bondad» de Occidente).
La autoconciencia de su poder por parte de la Élite no es buen síntoma. Con una inédita confianza en sí misma, se sentiría ya dispuesta al salto definitivo hacia el dominio total. Así pues, las revoluciones en marcha no se limitarían a un gatopardiano «que todo cambie para que todo siga igual»; buscarían un grado más profundo de control económico y político (globalitario) en el camino hacia el gobierno planetario único. El hecho de que, como hemos visto, la OTAN se muestre presta a lanzarse cual felino sobre su presa, no hace sino corroborar estas impresiones.
3. La influencia cultural de Occidente es arrolladora incluso sin proponérselo. Paradójicamente, este factor favorecería la parte espontánea de las revueltas, aunque su origen no sea precisamente autóctono. El modelo occidental, infiltrado todavía con más fuerza en las últimas décadas gracias a Internet y otras tecnologías occidentales como la telefonía móvil, parece fascinar a las nuevas generaciones. Hay quienes hablan, no sin cierta lógica a la luz de lo que acontece, de una juventud «postislamista» (también se dice en el caso iraní). Y el ultrasistémico Real Instituto Elcano, un think tank español, sostiene que «las revueltas de Túnez y Egipto abren las puertas a una nueva etapa post-islamista en el mundo árabe. Del apoyo exterior dependerá parte del éxito o del fracaso de esta búsqueda de la democracia y la dignidad».
4. Se confirma que la siniestra islamofobia (mito Eurabia incluido) se sustentaba sobre bases tan falaces como malévolas. He aquí un efecto poco favorable a la estrategia del Imperio en la medida en que éste siga interesado en usar el espantajo islamista en su «Guerra [Terrorista] contra el Terrorismo». Que las revueltas árabes estén mostrando la relativa inanidad del islam político como agente de cambio social, desmiente las alarmas al respecto (arraigadas en una mentira tan colosal como la versión oficial del 11-S).
De hecho, cabe afirmar que el islamismo, como verdadera potencia política, se verá reducido a poco más que algunas escasas plazas fuertes (Irán, Gaza, el Líbano). Volveremos parcialmente sobre esto en el punto 7, pero la evolución confirma en cualquier caso un proceso abierto con el citado 11-S (ya lo dijimos por entonces aquí). Incluso cabría aventurar un fuerte declinar del islam como religión.
5. Un aspecto aún más positivo es que, pese a todo, parece que los pueblos árabes verán incrementadas sus libertades formales. Esto nunca está de más cuando se viene de regímenes tan opresivos. Además, cabe esperar que el proceso será imparable en toda la zona del Magreb y Oriente Medio (aunque, en un principio, se limite a los países árabes). Que el efecto dominó tenga una base no menos orquestada que espontánea no quiere decir que no vaya a operar -es obvio que ya lo está haciendo- la imitación que propaga consecuencias liberalizadoras para las personas. Naturalmente, éstas se acompañarán de un control occidental paradójicamente mayor del área y sus recursos.
Una vertiente nada desdeñable de estos cambios será el progreso de la libertad religiosa, tan problemático hasta ahora en el mundo islámico. Notables corrientes en el seno de la cristiandad han venido demostrando un especial interés político-religioso en este asunto (que en todo caso cualquier cristiano genuino también ha de estimar deseable, aunque no muchos de sus efectos colaterales). Tanto portavoces de la Iglesia de Roma como la «Derecha Cristiana» estadounidense (compuesta mayoritariamente por «evangélicos» conservadores), instancias ambas muy influyentes en la metrópolis imperial, llevan años reclamando una apertura de esos países al evangelio.
Por cierto, todo esto implica que también «caerá» el actual régimen saudí (quizá el país árabe-sunita-petrolero por antonomasia), al menos en su represiva forma actual. Como puede verse en los enlaces previos, las citadas corrientes no se han olvidado de él.
6. Nos encontramos así con la llamativa paradoja de que mientras Occidente se totalitariza, Oriente se liberaliza: en el primer ámbito, se suceden los recortes de libertades y derechos sociales (leyes antiterroristas, control de las comunicaciones, desmantelamiento del estado del bienestar), mientras en Oriente se produce una liberalización en parte inducida… por los poderes occidentales.
Un resultado sorprendente, pero no tanto si pensamos en las diferentes posiciones sociopolíticas de las que arrancan una y otra región cultural-geográfica. Y en que, aunque con algunos efectos positivos ya indicados, en términos netos y colectivos la situación implicará un avance hacia el globalitarismo, con la extensión ya irrestricta del peligroso capitalismo presente.
7. El proceso actual de cambios en los países arabomusulmanes dejará aún más en evidencia al régimen iraní, que sigue en el punto de mira del imperialsionismo. De hecho, se diría que éste se ensaña aún más con aquél gracias a dicho proceso (que ha tenido cierto efecto de contagio en la oposición iraní). Las actuales presiones al gobierno libio sólo son comparables en intensidad y descaro a las que, pocos días antes, portavoces del Imperio ejercieron contra Irán, con verdaderos llamados a la insurrección popular (1 y 2). No cabe descartar, incluso, que el acoso a este país para acabar con la república islámica sea otro de los objetivos de la conspiración «democratista».
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En suma, hay datos de sobra para pensar que vivimos un nuevo acelerón histórico, dentro del marco de esta época de vértigo que en su momento dimos en llamar Era
N. de la R:
Este artículo se publica con la autorización de El Blog de Cordura