Sin Acritud…
Manuel Funes Robert (25/4/2011)
El conato de procesión ateísta a punto de llevarse a cabo en Madrid y Sevilla con motivo de la Semana Santa, ha dado pie a confrontaciones dialécticas de interés. Se pregunta y se niega que el catolicismo haya sido base como unidad política en el mundo. Y vamos a comenzar con una frase lapidaria que Menéndez Pelayo estampó en su famosa «Historia de los heterodoxos españoles»: «España, martillo de herejes, luz de Trento, cuna de San Ignacio, evangelizadora de la mitad del orbe, esa es nuestra grandeza, y no tenemos otra». Felipe II dijo: «prefiero perder mis reinos a reinar sobre herejes». Isabel La Católica, en sus leyes de indias prohíbe trabajar los domingos a los nuevos cristianos de América con estas palabras: «El domingo debe dedicarse a buscar las cosas del alma». ¿Imaginan ustedes una Latinoamérica musulmana?
Pero es en Alemania, y después en Francia donde el ateísmo, o sea, la negación de la existencia de Dios toma cuerpo y alcanza a España. Feuerbach, autor del principio de que el hombre no es una creación de Dios sino que Dios es una creación del hombre, que servirá a Marx para calificar a la religión como opio de los pueblos. Aunque la afirmación más profunda del ateísmo corresponde a Dolbach: «yo no puedo creer en lo que no puedo imaginar. Y ¿cómo me voy a imaginar algo que es la negación de cuanto conocemos?»
En España, a más de Menéndez Pelayo por su frase ya transcrita aparece otro enemigo del ateísmo es Jaime Balmes, llamado el filósofo de Vich, presbítero, en sus cartas a un escéptico en materia de religión dice: «para que preocuparnos de nuestro porvenir si nuestro porvenir es la nada. Miserable montón de polvo, ¿has hallado por ventura la manera de no morir? Siéntate ante una tumba y medita. Mira el mundo que te rodea, mira lo que tú mismo eres y di si te atreves: todo esto se ha hecho solo y funciona por casualidad».
El ateísmo como organización no existe y paradojalmente existirá siempre porque la duda es inseparable de la vida del hombre, pero nunca como doctrina coherente. Nace más de los sentidos, no veo, no oigo a Dios, que del razonamiento. Y es en este punto cuando debemos acercarnos a Santo Tomás y su «Summa Theologiae». El filósofo y teólogo de Roccasecca se basa en tres principios para demostrar su existencia: el movimiento, la causa eficiente y lo posible y lo necesario. Lo cual nos haría extendernos más allá de los límites de este artículo. Celebramos, pues, que el absurdo sevillano y madrileño, no haya podido tener lugar.