Sin Acritud…
Manuel Funes Robert (24/10/2011)
Pocas veces se ha visto en la edad actual un movimiento de repulsa social tan intenso, extenso y simultaneo como el que ha puesto y tomado por divisa la indignación. Todos los movimientos de este tipo han tenido una obra en la que apoyarse: liberalismo, en «LA RIQUEZA…» de Adam Smith; el marxismo en «EL CAPITAL», el keynesismo, en «LA TEORIA GENERAL…»
Pues bien, la indignación tiene también su libro: «LA LUCHA DE CLASES EN EL SIGLO XXI«, publicado por mí en la editorial ESIC en 1997. No había signos de rebelión y al estallar ahora me complazco en comprobar lo acertado del contenido profético de mi libro.
El esquema histórico y resumen por tanto de mi obra reside en el párrafo «la financiación previa, abundante y barata es condición necesaria y en general suficiente para la abundancia y baratura de las cosas». Este principio ha funcionado desde que se inventó el dinero, pues al ser un medio de producción, hace que se muevan paralelamente la cantidad de dinero y la cantidad de productos. Pero este principio no podía servir a la política mientras esa cantidad monetaria fuera un dato. Habría que esperar a los años 30, cuando el dinero pasa del oro al papel, el hecho económico más importante del siglo XX. Así, el dinero pasa de ser un dato no gobernable a ser una variable en manos de los políticos. Pueden crecer las cosas porque puede crecer la cantidad de dinero. Y al aplicarse esta doctrina con el respaldo de la obra de Keynes una parte del mundo alcanza estado de bienestar, pleno empleo y sociedad de consumo.
El patrón oro que había abandonado en el 31, en el 32 en EE. UU. También fue abandonado por España simplemente porque desapareció el oro: la Republica pagó con las reservas a la URSS la ayuda recibida en la Guerra Civil.
Ciertamente, esta brillante situación se quiebra en el año 73 al multiplicarse de repente por seis el precio del petróleo, lo cual necesariamente tenía que trasladarse a los precios de todas las cosas. En ese momento los liberales creen que este hecho les beneficia porque lo presentan como prueba que más dinero genera más inflación. Los mercados privados que perdían la posibilidad de vivir sobre la base de dinero escaso y caro se aprestan a formular una doctrina única («EL PENSAMIENTO UNICO», según Ignacio Ramonet) que apoye su movimiento neo con nuevos y apropiados argumentos. La inflación es el sumo mal y esta nace de la abundancia y baratura del dinero. La inflación, recordemos, afecta a la capacidad adquisitiva de las monedas pero no necesariamente a la capacidad adquisitiva de las personas. Los bancos centrales nacidos para proveer de financiación al se convierten en sus mayores enemigos, siempre que no apliquen políticas restrictivas, por tanto favorables a sus intereses. Al mismo tiempo aplican la contabilidad privada al sector público, denominan déficit al gasto público nacido de la ampliación monetaria condenando a esta y convirtiendo en deuda el cumplimiento de la obligación básica antes aludida. Finalmente, para concretar su estrategia los neo proclaman la necesidad de que los bancos centrales sean independientes de los gobiernos (y por tanto, dependientes de ellos).
Y esta es la situación que vivimos. El BCE cayó en sus manos al ponerlo en las de un Trichet que ha actuado como agente de los mercados. Al negarse tenazmente a financiar los incrementos naturales de la oferta monetaria lograba lo básico de su pretensión y proclamaba como deuda el cumplimiento normal de la misión con que nacieron.
En la actualidad se debaten una y otra vez los gobernantes para resolver el problema del endeudamiento al que se vieron obligados los gobiernos ante la pasividad sustancial del BCE. Si el BCE estuviera en buenas manos y asumiera el pago de todas las deudas soberanas no haría otra cosa que cumplir con su obligación.
Lo que se conseguiría sometiendo al os bancos centrales al pago repentino y total de esa deuda, precisamente por la resistencia de esos países, Alemania principalmente agravará mas la crisis que solucionarla.
Obsérvese el cuidado que han puesto en olvidar la propuesta hace pocas semanas de los siete bancos centrales más importantes en la que se ofrecía dinero necesario para pagar esas deuda. Pero ocurre que esta oferta no interesaba a los mercados y por ello no interesa ninguna solución que venga de un aumento de la circulación que haga el dinero abundante y barato.