Economía
Marshall Auerback (14/11/2011)
Se dice que la Unión Europea es una organización notablemente ineficiente en punto a articular los paquetes de rescates, pero cuando de lo que se trata es de subvertir la democracia, son tan implacables y eficientes como cualquier otro sindicato del crimen.
Reflexionen sobre esto: en el espacio de menos de 2 semanas, los burócratas se las han arreglado para eliminar a dos dirigentes políticos incómodos, cuyas acciones amenazaban con interferir en un objetivo de mayor calado, y es a saber: culminar el «Proyecto Europeo», un proyecto que, para decirlo clara y llanamente, cada vez se parece más a un golpe de Estado financiero.
Primero, Grecia, que en cierto sentido proporcionó la pauta: el primer ministro, Papandreu, tuvo la audacia de buscar el consenso por referéndum de su propio pueblo ante decisiones que tenían que afectar decisivamente sus vidas. Bien, pues a juzgar por las petulantes reacciones de la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy, eso desde luego no podía hacerse. Interfiriendo palmariamente en los asuntos internos de un socio democrático (y, encima, aliado), ambos cabildearon contra el -y amenazaron al- gobierno griego. Resultado final: el señor Papandreu fue apartado del camino luego de retractarse.
Y, mira por dónde, el nuevo primer ministro de Grecia, Lucas Papademos, un antiguo alto funcionario del BCE (naturalmente, con un conveniente curriculum de hombre de Goldman Sachs), va a ser ahora el caballero encargado de poner por obra el último paquete de «reformas estructurales» que, se calla por sabido, tendrán con toda seguridad el efecto de seguir hundiendo en la deflación a la economía griega. Las privatizaciones, obvio es decirlo, seguirán viento en popa, y los oligarcas griegos, célebre por su rapacidad en la evasión fiscal, se harán con los activos privatizados a precio de saldo (presumiblemente con el dinero contante y sonante que hay han colocado oportunamente en el extranjero, en el mercado inmobiliario londinense o en la banca suiza): consolidarán así su control de una vida económica, la griega, más y más disfuncional. La inmensa mayoría de los griegos sufrirá horriblemente. No tienen voz en eso: se les ha dejado con la sola alternativa de darse muerte por propia mano o ser fusilados. No es, empero, lo último que perderán. La cosa no ofrece duda: Goldman Sachs ingresará todavía muchos honorarios por su contribución a la subasta de esos mismos activos públicos.
Del otro lado del Adriático, parece que el tándem «Merkozy» ha sabido jugar también sus cartas con éxito en la Ronda 2, esta vez eliminando con éxito a su perturbadora Némesis, el primer ministro italiano Silvio Berlusconi. Dígase lo que se quiera del señor Berlusconi, lo cierto es que en esta ocasión llevaba razón al resistirse a un crudo complot político, urdido contra él por el BCE, los franceses y los alemanes, para que aceptara un programa, tan irracional como económicamente contraindicado, de austeridad fiscal a cambio del «apoyo» de sus pares en el FMI. Pregunten a cualquier argentino qué significa el «apoyo» del FMI.
Todo lo que Berlusconi tenía que hacer era echar un vistazo a Atenas para percatarse de los probables efectos que tendría un nuevo asalto al Estado de Bienestar italiano. Pero la eufórica reacción de los mercados a su dimisión era surrealista: como la de los pavos votando a favor de la celebración del Día de Acción de Gracias.
En Roma, este juego de poder franco-alemán ha sido circunspectamente supervisado por un aplicado excomunista, el presidente Giorgio Napolitano, que está en vías de convertir a un burócrata de toda la vida, Mario Monti, en el próximo primer ministro de Italia. No pierdan de vista la trayectoria de Monti: credenciales impecables: un «habitante» virtual en las estructuras tecnocráticas de gobierno de la UE, con alguna «experiencia» en el sector privado como director de entidades como Coca Cola y, claro, como «consultor internacional» de Goldman Sachs.
A lo que estamos asistiendo, ni más ni menos, es a un golpe de estado financiero por la clase rentista de la Eurozona. Una de las más tristes ironías de esta historia es que, al menos en el caso de Italia, todo esto lo está cociendo un excomunista que probablemente habría pertenecido a un gobierno italiano que, bajo la dirección de Enrico Berlinguer, podría haber sido derrocado por un golpe de estado de la CIA, si esto hubiera ocurrido hace 30 años.
¿Cómo ha podido llegarse a tanto en la UE? Es difícil señalar a una sola persona. Hemos visto moverse a este vasto proyecto de la mano de un puñado de burócratas inelectos durante décadas, si no más. Jacques Delors fue una figura verdaderamente seminal, pero no actuó solo. Todo el proyecto europeo ha sido cada vez más dirigido por esos burócratas de por vida sin elección de por medio que rotan y rotan en distintas posiciones de las estructuras de gobierno de la UE luego de haber recibido unos cuantos años de entrenamiento en entidades privadas como Goldman Sachs o JP Morgan.
Podría acaso decirse que eso empezó cuando el presidente francés François Miterrand llegó al poder a comienzos de los 80 dispuesto imprimir una dirección económica fresca y genuinamente progresista a Francia. No tardó en verse saboteado, hasta que comprendió a jugar entre bambalinas con los poderes que actuaban a trasmano. Desde entonces, el plan de juego ha sido, y por mucho, el mismo: los miembros de la Comisión Europea emiten una miríada de diktats, reglas, regulaciones y directivas, salvo, ni que decir tiene, cualquier cosa que tenga que ver con recursos democráticos reales cuando tropiezan con la resistencia popular. Empiezas de a poquito, y vas construyendo gradualmente y creando faits accomplis por doquiera.
Cuando hay un revés en forma de referéndum, el parón es sólo transitorio. Países que, como Irlanda, osaron votar de manera «equivocada» en un referéndum nacional, no han visto respetados sus resultados. Las autoridades de la UE han solido responder, no reflexionando sobre una expresión popular de la voluntad democrática, sino ignorando los resultados hasta que los ignorantes campesinos se percaten de sus clamorosos errores vuelvan a votar de manera correcta.
Si eso significan dos, tres referenda, pues así sea. Políticamente, la interpretación de cualquier aspecto de los Tratados relativos a la gobernanza europea siempre se ha dejado en manos de cargos burocráticos no electos que operan desde instituciones desprovistas de la menor legitimidad democrática. Eso ha llevado, a su vez, a una creciente sensación de alienación política y al correspondiente crecimiento de partidos extremistas, hostiles a toda unión política o monetaria, en otras partes de Europa. Bajo oras circunstancias políticas, esos partidos extremistas podrían llegar a ser mayoritarios.
Una figura que ha terminado siendo trágica aquí es la de Papandreu. Aun si con ínfimos resultados, Papandreu se comprometió profundamente con la puesta por obra de los acuerdos alcanzados en octubre. Pero como observado el economista de Harvard (y asesor del gobierno griego) Richard Parker, Papandreu tuvo que enfrentarse a un incendio declarado simultáneamente en varios frentes: competidores en su propio partido que ambicionaban su cargo; parlamentarios de su partido que amenazaban con abroquelarse ante nuevas medidas de austeridad; la intranigencia cerrada de Samara y su partido [conservador] de Nueva Democracia; por no hablar de la economía, en proceso de tumba abierta deflacionaria sin que llegara ninguna ayuda real. Convocar un referéndum llegó a ser su único instrumento para sofocar todos los focos del incendio a la vez: se trataba de obligar a allanarse a los políticos griegos y a sus poderosos valedores, así como de forzar a los dirigentes europeos a volver a negociar de inmediato para elaborar definitivamente un plan de rescate que pudiera funcionar.
Obvio es decirlo, estaba condenado al fracaso, dada la poderosa oposición que tenía a su espalda. A sus «aliados» de la UE les bastó una mano para castigar al primer ministro griego que había impuesto un castigo colectivo al pueblo griego a causa de décadas de corrupción incrustada en el sistema, una corrupción, no obstante, de la que estaba limpio este primer ministro. Hacer de Grecia una genuina democracia, había sido la razón fundamental de la entrada de Papandreu en la política griega.
Y del otro lado, los parasitarios oligarcas griegos, que entendieron las acciones políticas de Papandreu como un ataque frontal a su inveterado control de la economía griega, se libraron a un combate feroz para destruirle políticamente y situar a Grecia un paso más cerca de convertirse en un Estado fracasado.
Y ahora Grecia ha venido a proporcionar el modelo adecuado. Tenemos ahora una crisis manufacturada (que habría podido resolverse fácilmente hace años por el BCE, siendo como es Grecia apenas un 2,5% del PIB europeo) que, propagándose a toda velocidad, ofrece muchas oportunidades para librarse de políticos incómodos que no hacen lo que se les dice que hagan, y es a saber: abrazar esa «cultura de estabilidad» que predican los alemanes, pero que no es, en realidad, otra cosa la consolidación de la toma de control de los distintos gobiernos por parte de los rentistas.
Análogamente en Italia: el BCE ha estado comprando bonos italianos, pero de manera renuente y, desde luego, no los suficientes como para detener el ineluctable aumento de sus tasas de interés. El nuevo jefe del BCE, Mario Draghi -otro hombre procedente de Goldman Sachs- comenzó su andadura en el cargo con una terminante advertencia (camuflada en distintos y dudosos tecnicismos jurídicos) de que el Banco Central europeo no actuaría como «prestamista de último recurso», lo que ponía a sus compatriotas en una situación en la que la resignación era el único curso de acción posible para salvar al país de un colapso financiero inmediato.
Berlusconi era también un blanco fácil, dado su pintoresco y aberrante historial privado. Y su más que probable substituto, Mario Monti, resulta el perfecto recaudador para los oligarcas financieros de Europa. Monti es, en realidad, parte de lo que muy fundadamente podría llamarse una «mafia financiera» que ha puesto al mundo patas arriba desde 2008. A los sicarios, como Monti, de ese mundo financiero tenebroso y opaco se les nombra ahora para que impongan programas de austeridad a los hogares trabajadores pobres, a fin de salvar al sector financiero de la deflación por sobreendeudamiento: una crisis artificial dimanante de la arquitectura del Eurosistema que tanto celebraron esos mismos «mercados» financieros cuando se lazó el euro en 1999. Desgraciadamente, muchos italianos ven todavía al euro como su escudo protector frente a la corrupción del pasado, que muchos asocian en Italia a la lira y a sus elevadas tasas de interés, a pesar de que el corrupto Berlusconi anda íntimamente vinculado con la misma euroelite.
El propio Draghi tiene un pasado harto dudoso: como tuvimos ocasión de observar hace poco, históricamente Italia explotó la ambigüedad en las reglas de contabilidad para las transacciones swap, [1] a fin de engañar a las instituciones de la UE, a otros gobiernos de los Estados miembros de la UE y a su propia población respecto de la verdadera dimensión de su déficit presupuestario.
Parece, en efecto, muy a propósito el que Draghi tenga ahora que lidiar con las consecuencias de su propio fraude en la contabilidad nacional. Pero difícilmente puede decirse que es justo para los pueblos de Europa, todos los cuales seguirán estando bajo la asfixiante bota de una austeridad fiscal creciente impuesta por una elite cada vez más distante y democráticamente incareable. No es raro que por las calles de Madrid, de Atenas, de Roma y por doquiera haya empezado el incendio.
NOTA T.
[1] Son las transacciones operadas en los mercados CDS (Credit Default Swaps), mercados de derivados financieros de impagos crediticios. En esos mercados financieros, terriblemente opacos y prácticamente desrregulados (las transacciones en los cuales superan ya con creces el volumen del PIB mundial), se supone que se cubren los riegos, entre otras, de las inversiones en deuda soberana. La semana pasada, por ejemplo, cubrir el riesgo de una inversión de 10 millones de euros en bonos españoles o italianos a diez años, llegó a valer más de 400 mil euros. Apostar, en esos mercados, a que la deuda soberana de un país -o los valores de una compañía privada-va ir mal, hace subir el precio de cobertura.
Marshall Auerback, uno de los analistas económicos más respetados de los EEUU, es miembro consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en donde colabora con el proyecto de política económica alternativa new deal. 2.0. La traducción es de Casiopea Altisench.
Este artículo se publica con la autorización de Sinpermiso.