Lugar de manantiales
Lugar de manantiales

España
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(9/6/2016)
No tenemos costumbre -aunque algunas veces lo hacemos- de comentar volúmenes o hacer recensiones de ellos, pero en este caso nos sentimos congratulados de recoger aquí el libro Lugar de manantiales, editado por  SEDSediciones, del asturiano y fraile dominico, Emilio Rodríguez González que actualmente ejerce su labor pastoral en la Parroquia de La Navata, en Parquelagos (Madrid).

Emilio Rodríguez nació en Villar de Adralés, una aldea del concejo de Cangas del Narcea (Asturias), se licenció en Teología y Periodismo, pero además pinta y dibuja con un estilo muy personal que él define como aguatintas.

Con motivo de la publicación de este ejemplar, el profesor Antonio Zamarreño, le dedicó unas líneas que recogemos con placer:

Querido Emilio: recibimos, sin contratiempos, tu nuevo hijo: «Lugar de manantiales». Muy tuyo. Totalmente tuyo, en todos los sentidos. No lo digo solo por la vuelta -en un poema cumbre- a Jonás, sino porque esta poesía lleva, como siempre, cada una de tus arrugas: tus noches, tus árboles, tus lluvias, tus barcos, tus frutos encendidos, tus ventanas, tus cierzos, tus relojes, tus palomares, los ritos del fuego de tu infancia.

Reconozco bien esa poética de los límites, donde la palabra nombra detrás de sus alambradas. Yo diría que, como siempre, la palabra «desnombra» y, de ahí, las continuas elipsis, tan trabajadas en este libro. Me interesa tanto, por eso, un poema como el que titulas «Cuestión»: «Y la palabra crece, / se escapa/ de nosotros./ ¿O somos la palabra/ huyendo/ eternamente/ de sí misma?». A eso lo llamo yo «desnombrar»:

La palabra no fija realidades, sino fragmentos de utopía; no es una flecha que se clava en una porción de lo visible, sino una fecha siempre en tránsito: movediza, en perpetuo deshilacharse y desdecirse. Por eso, la angustia del médium (esa angustia de tener que decir lo inefable con signos gastados por la tribu): «La palabra que pasa / y no me encuentra/se queda, /cenicienta,/ por las ramas». Por eso también -qué machadiano, qué surrealista- esa entrada hacia el sueño, donde la palabra, perdida ya su identidad y su densidad, pueda ser, a un tiempo proto y post-palabra.

Emilio Rodríguez González, fraile dominico.
Emilio Rodríguez González, fraile dominico.

Estás preocupado -como todo poeta consciente-  por la posible frustración del encuentro entre tú y ella: «Vinieron las palabras / y no nos encontraron«. O: «Las palabras no crecen /en tus valles». Y es verdad: sin ellas, todo sería desierto, por donde galoparían «las hordas de la noche». Pero yo lo que veo en tu libro es que la palabra fundamental te sigue siendo dócil –«Desnudo la palabra/ y me la extiendo/ por dentro de la piel»- y que hay poemas aquí a la altura de lo mejor tuyo. Poemas y «visiones», como aquellas del «labio litoral», de la «tarde tan bisiesta», del «llanto vegetal» o de las relativas al tiempo: «Ceniza en el cabello / de todos los relojes».

En suma: que me ha gustado mucho.

Otro día hablaremos de la música, de ese endecasílabo quebrado que llevas como adherido a la raíz, desde hace ya bastantes años. No me molesta, pero me parece, a veces, demasiado previsible. A mí, que conozco el resto de tu obra.

Viva el octosílabo (por ejemplo)

Un abrazo muy fuerte.


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