Eusebius

Sin Acritud…
A.L. Martín (18/8/2023)
Jerónimo se llamaba, en realidad, Eusebius (se puede consultar donde les apetezca). Era hombre obsesionado por dos cosas: las traducciones y el correr a paso ligero, siempre por la misma calle: arriba, abajo, arriba, abajo. Estas cosas las hacía este santo por sublimar las tentaciones de la carne y dada la intensidad de las mismas, salvo dormir, a ellas dedicaba todo su tiempo.

También es obligado decir que mientras las hacía, oraba  de forma intermitente y bastante mecánicamente. Solía recorrerse la calle donde se sitúan los dos leones que custodian el Parlamento de España y que entonces carecía de nombre aunque el pueblo la llamaba: calle de los leones tontos, pues ni rugían ni hacían nada de particular.

Cierta noche, mientras el santo trotaba precisamente a la altura de los leones, un hombre salía de un coche negro blindado: era muy alto, apuesto. Nada más salir se puso a hacer cabriolas con un balón de baloncesto y a amagar con tiros de canasta. Eusebius o sea San Jerónimo, le reconoció e hizo un alto en su trote. Quiso saludarle pero dudaba si dirigirse a él con un «buenas noches don Pedro» o un » buenas noches don Petrus».

Tratándose del presidente del gobierno, la compostura era importante. Se decidió por Petrus, por su dedicación compulsiva al latín. Se le adelantó el presidente, sujetando el balón entre sus manos:

–  Vd. es San Jerónimo
–  Sí, señor presidente…           

 –  Pues a Vd. quería yo ver para pedirle un favor. Vd. lo traduce todo… según se dice y es de dominio público.
–  Mi especialidad es el latín pero no se me resiste ningún idioma, dicho sea con humildad. Es un don.

 – Le encomiendo una misión trascendental para el país, Jerónimo.
-Llámeme Eusebius.

 – Será un honor para mí ayudar en lo que yo pueda. Dígame.
– Se trata de traducir la Constitución Española al idioma aranés y luego al ampurdanés. Corre prisa.     

Cuente con ello.

Y así fue, Eusebius, es decir, San Jerónimo, cumplió el encargo con mucho placer y satisfacción porque la tarea le ayudó en su combate personal contra la lujuria que atormentaba su mente sin tregua y él sabía que la mente pecadora necesita distraerse con concentración: correr y traducir, correr y traducir.

Como recompensa y reconocimiento, pasó a llamarse la calle antes conocida popularmente como la de los leones tontos, a llamarse: Carrera de San Jerónimo, en recuerdo de aquella afición salutífera por trotar que tenía este santo.