Sin Acritud…
A.L. Martín (25/10/2023)
Un camarote es un recinto absolutamente marítimo que suele incorporar ventanucos redondos llamados ojos de buey: es curioso mezclar con un animal tan terrestre cosa tan de mar salada. Los ojos del buey son cansados y dados a la resignación, nada que ver con los oleajes que golpean los cascos de los buques cuando no hay calma chicha.
Los camarotes se dividen en clases salvo el de las escobas pues al carecer de ojo de buey tampoco tienen clase. Bien es cierto que una escoba sucia carece del deseo por contemplar azules paisajes. Ni padece de ansias o angustias vitales, sobre todo si ya es anciana/o. Sí, las escobas y escobos ya decrépitos no sienten nada. A lo sumo retazos de juventud cuando disfrutaban de los vigorosos golpes de sus cerdas inhiestas contra el suelo de cubierta.
El famoso camarote de los hermanos Marx estaba situado a popa y era de segunda clase aunque hacía varios siglos fue de primera. Karl Marx una vez le comentó a Friedich Engels sobre el asunto: le dijo que se partía de risa con la escena del camarote más y más lleno a medida que iban entrando los personajes y que al final reventaba. Decía que aquello era una metáfora del final del capitalismo.
Hay que decir que este diálogo se producía fuera de las coordenadas espacio-temporales al uso y fuera de esta vida terrenal tan vulgar y sufriente. Engels, en cambio, siempre hablaba del camarote de las escobas y se indignaba por la subdivisión compartimentada en éste: a un lado las escobas/os viejas y al otro las jóvenes. Furioso, criticaba el desdén de estas últimas, el desprecio silente, la condescendencia casi insultante por las viejas, allí concentradas como ovejas en su redil.
Engels, enervado, deseaba decir a las jóvenes que había camarotes con ojos de buey maravillosos para expandir la mirada fuera de aquel cuchitril. Marx solo insistía en la imposibilidad comunicativa, en la ausencia de lenguaje humano en las escobas. A veces, cuando las coordenadas de la relatividad espacio-temporales pasaban por cierta singularidad del Universo, el camarote de los hermanos Marx se mostraba de otra manera: estaba sucio y en realidad era un cuarto de baño en muy mal estado.
El gran Francisco de Quevedo le comentaba a Engels que veía según los días, a diferentes líderes políticos de su patria en el cuarto de baño. Aquel espectáculo le dolía. Solo había ambiciones y cortedad. También diálogos como de jovenzuelos sin formar que graznaban como cacatúas, simplezas. Engels dijo comprenderle y Quevedo comenzó a recitar: «Miré los muros de la patria mía…»