Mi Columna
eugenio-pordomingoEugenio Pordomingo (18/2/2005)
No es una buena semana para comenzar esta serie del nuevo periódico digital que da comienzo su andadura con este número. Casi doscientos mil muertos, de momento, han causado el dichoso tsunami, o maremoto. Hay zonas donde los cuatro jinetes del apocalípsis hacen su agosto; se ceban hasta reventar.

Nosotros, en el llamado mundo Occidental, nos ocupamos y preocupamos de asuntos baladíes. Vemos la tele, escuchamos la radio o leemos la prensa escrita. Nos sentimos desolados por las imágenes que vemos y la información que nos llega, pero ese pánico, esa pena, nos dura el tiempo justo, mientras engullimos el siguiente bocado, damos una calada al cigarrillo o bebemos un sorbo de buen vino.

Para esos desprotegidos de la fortuna, que son pasto del infortunio, no todo ha acabado. Ahora están llegando los efectos colaterales del tsunami: cólera, malaria, y todo tipo de enfermedades, además de carencia de hogar, familiares que no aparecen, hambre…

Pero, eso sí, las hienas, los buitres de nuestra sociedad empiezan a revolotear alrededor de los cadáveres. Estos depredadores modernos esperan hacer su «agosto» a costa de las desgracias y calamidades de sus congéneres. Por si alguien no ha identificado a estas alimañas, producto del zoo de nuestro tiempo, trataremos de identificarlos.

Suelen ser empresarios sin escrúpulos, intermediarios de toda condición y conseguidores que lo logran todo. Todos ellos se «afanan» por cubrir las necesidades y carencias de esos momentos de angustia.

Créditos FAD (Fondos de Ayuda al Desarrollo), subvenciones, contratos otorgados a dedo, sin ningún control presupuestario, son algunos de los métodos más usuales en estas situaciones. Y, que nadie se rasgue las vestiduras, alguna que otra ONG participa en esta carroñería. No vamos a citar a las ONG serias y honestas, que ya están en la zona, sin esperar a hacerse la foto con el político de turno o ante la cámara de TV que lanzará su imagen a los cuatro vientos.

Por supuesto, que cientos, quizás miles de personas, han dado donativos y su trabajo para tratar de paliar tamaña desgracia y desolación.

Me llegan noticias, acerca de que son escasos los animales que se han encontrado muertos. Al parecer, un «sentido» -el sexto, el séptimo o el octavo- les avisó que la naturaleza iba a jugarles una mala pasada. Ese instinto, les hizo huir del peligro, y adentrarse en el interior, donde se pudieron proteger de las terribles olas.

Aquí, afortunadamente no hemos tenido el terrible tsunami, aunque padecemos otro tipo de maremotos. Son, qué duda cabe, más benignas en apariencia, aunque no menos tenebrosos. Son algo parecido a la carcoma o las termitas, pero incrustadas en el cuerpo social, o sea, en la sociedad, que la van minando poco a poco. Algunos ejemplos: la lucha desmedida y sin control por el poder; los cruentos enfrentamientos bélicos que diezman poblaciones; la producción y el tráfico de armas; los accidentes de tráfico, con su incesante goteo de muertos e inválidos, en su mayoría jóvenes; el elevado consumo de sustancias drogodependientes, entre ellas el alcohol; el SIDA, la violencia; el terrorismo. Y, sobre todo, la incultura…

Otros males acechan a nuestra ciudadanía, en especial los que conciernen a la política. Tras ser la nación más antigua de Europa, ahora nuestra clase política se dedica a desmembrarla, sin que nadie sea capaz de poner coto a tamaña sandez. Que si somos una nación de naciones, que si somos un Estado Federal; que si reforma o no de la Constitución; que si los archivos de Cataluña para acá o para allá; que si Monarquía o República; que si el escudo constitucional o el otro, el de antes. Que si hay que eliminar todo vestigio franquista; que si ha sido ETA o el «terrorismo Islamista»… En fin, cada día destruyendo y volviendo a construir.

Eso sí, poco se habla de poner coto a la corrupción -ocupamos uno de los primeros puestos en el ranking europeo-; ni de cortar las prebendas y privilegios de algunos sectores de la sociedad. Nadie, o casi nadie, se ocupa de hacer cumplir nuestra constitución, en eso de que todos somos iguales, para lo bueno y para lo malo.

Nos tratan como a imbéciles. Quizás es que lo somos… No está de más recordar lo que afirmaba Ángel Ganivet: «si los de abajo se mueven, los de arriba caen…»