Internacional
José-Manuel González Torga (29/7/2006)
Corrían un riesgo aleatorio de víctimas, sin que en ningún caso, apareciera el peligro auténtico de la radiactividad. Mediante una gama de versiones, a seleccionar una, quedaba camuflada, en cualquier caso, la actividad científica velada a toda mirada externa. El rotativo The Alburquerque Tribune destapó, en los años 90, que más de 23.000 personas resultaron expuestas, aunque ignorándolo, a más de 1.400 experimentos con radiactividad a lo largo de 30 años, entre 1945 y 1975.

El segundo supuesto engloba una elevada proporción de los hechos fraudulentos, con la casuística más conocida de escándalos por haber trascendido a la calle a través de los medios de masas.

La investigación periodística de un informador del Sunday Times descubrió la inexistencia de dos colaboradoras de Sir Cyril Burt que aparecían como firmas en artículos que él suscribía en primer término, así como defensoras de sus tesis en polémicas frente a otros científicos. Este artículo resultó más demoledor que el libro crítico que había anticipado León Kamin bajo el título «Ciencia y política del cociente de inteligencia». Esas aportaciones y otras posteriores echan por tierra, pese a algunos inconsistentes intentos de reivindicación, las tesis defendidas por Burt sobre la determinación hereditaria de la inteligencia, supuestamente investigada en hermanos gemelos idénticos, criados en hogares diferentes. Aseguraba aplicar el coeficiente de correlación de Pearson para verificar numéricamente las variaciones de medidas interrelacionadas. Daba por demostrado con rigor matemático que la inteligencia, más allá de la herencia, sólo depende en una proporción mínima de la educación recibida. Muchos datos y bastantes gemelos fueron fruto de la invención como sus irreales ayudantes.

Un norteamericano de ascendencia italiana, Robert Gallo, terminó reconociendo que no fue él -especialista en retrovirus-, sino Luc Montagnier, del Instituto Pasteur, de la capital francesa, quien descubrió el agente de ese tipo que produce el SIDA. Gallo había recibido, por partida doble, muestras del virus aislado por Montagnier;  pero no respetó el pacto suscrito por uno de los colaboradores de su equipo reconociendo la prioridad de los franceses. El redactor del Chicago Tribune, John Crewdson, contribuyó a esentrañar la apropiación indebida del descubrimiento que ahí queda para los anales a pesar del acuerdo franco-americano anunciado, a bombo y platillo, por Reagan y Chirac.

El premio Principe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, compartido por Montagnier y Gallo, en orden al conjunto de sus méritos, reunió a ambos en Oviedo, en octubre de 2000; allí quedó patente que ya habían hecho las paces; el conflicto estaba zanjado.

William T. Summerlin, inmunólogo, declaró a los periodistas que cubrían la información de un Congreso sobre oncología que la piel humana, tras un proceso de cultivo de cuatro a seis semanas, podía ser trasplantada sin peligro de rechazo. La clave para dilucidar algo amañado de modo esperpéntico la proporcionó un ratón blanco parcheado de negro en el lomo con un simple rotulador; frotando con alcohol desaparecieron los falsos injertos de piel negra.

En España, más que de fraudes sonados, circulan narraciones de errores. Entre científicos, la defensa corporativa pone sordina a las historias de engaños. Ángel Pestaña, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ya citado anteriormente, deja entrever la tónica cuando escribe: «Otro atentado a la verdad, que aunque ingenuo -por lo fácil que resulta de descubrir- no es menos grave, lo constituye la falsificación inflacionaria de publicaciones en el curriculum vitae, con la pretensión de competir con ventaja, por recursos de investigación escasos, sometidos a concurso público. Aquí, aunque no son de dominio público, se tiene conocimiento de dos casos descubiertos en España afectando a un investigador del C.S.I.C. y a un profesor universitario».

¿Cómo detectar el fraude científico? «Los periodistas con experiencia -apuntaba Dorothy Nelkinconocen a muchos científicos personalmente y tienen un elenco de expertos de su confianza, informadores in situ en quienes apoyarse. Pero sus fuentes no responden necesariamente a todo el espectro de opinión». En el mismo capítulo sobre «Condicionamientos de la profesión periodística» dejaba reseñado que «los periodistas científicos obtienen material para sus artículos de boletines de prensa, personal de relaciones públicas, reuniones de asociaciones profesionales, conferencias de prensa, periódicos científicos y entrevistas». Hoy es necesario añadir internet. Claro que, si a las revistas científicas les introducen de matute los fraudes, pese a sus árbitros o pares, por no disponer de acceso a los datos originales de la investigación, escasas probabilidades para cerciorarse tendrá el periodista científico y menos el de información general. Una buena proporción de los fraudes detectados encuentra el origen de la clarificación en el círculo próximo del infractor, por alguien que tiene a mano los cuadernos de laboratorio, no accesibles, obviamente, al periodista.

Sin ser un científico de la especialidad, sin contar con los medios necesarios y sin poder replicar los procesos de investigación hasta sus resultados, supone algo poco menos que imposible detectar, de entrada, errores y fraudes. Ni siquiera por otros científicos que no hayan  verificado el itinerario seguido hasta el hipotético descubrimiento.

En el año 2000 los periódicos y los medios audiovisuales divulgaron -con referencias a la revista Nature– que Lijun J. Wang y su equipo aseguran haber realizado, en Princeton (Nueva Jersey), el descubrimiento de cómo paquetes de luz, a través de una cámara, que contenga vapor frío de cesio tratado por rayos láser, alcanzan una velocidad de grupo que sobrepasa en 310 veces la velocidad de la luz; los paquetes o pulsos superlumínicos serían detectados a la salida de la cámara de gas 62 milmillonésimas de segundo -nanosegundos- antes que a la entrada (5).

Cuando había pasado más de un mes de la publicación de información amplia en El País, un académico de Ciencias, Francisco José Yndurain (6) rebajaba mucho el alcance de la prueba, «aparte del despiste de decir 300 veces la velocidad de la luz, cuando en realidad es un cambio de unos pocos por ciento». Reconoce, eso sí, «la notable habilidad de Wang y colaboradores; no es fácil construir un aparato que lleve a cabo la multiplicación y aniquilación de fotones».

Noticias científicas prematuras ven la luz «cuando investigadores demasiado entusiastas buscan la cobertura de la prensa antes de haber empleado el tiempo necesario en el proceso de revisión por los pares»(7); estamos frente a los marqueteros. Un grupo seleccionado de expertos para la revisión (referees) no siempre garantiza competencia y asepsia, aunque representa un contraste a tener en cuenta.

El criterio de la competitividad a semejanza del mercado, establecido en EE.UU. y trasplantado a Europa, con lemas darwinianos como publica o muere, contribuye a pervertir ciertos comportamientos en el planeta de la ciencia. Para colmo, una revista fundada en 1812 y con gran vitola médica reconocía que algunos de sus expertos han escrito sobre productos de laboratorios farmacéuticos, de los cuales cobran(8). Luego, el periodista bebe en la fuente del paper y, sin saberlo ni quererlo, multiplica aquella información contaminada en origen. Así pues, hay que considerar un avance la directriz marcada, en 2001, por el Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas contra la publicación de ensayos controlados exclusivamente por la industria.

Notas:

(1) Benach de Rovira, Joan y Tapia Granados, José A.»Mitos o realidades: a propósito de la publicación  de trabajos científicos». Referencia a El País, 30-06-94, p.24 Mundo Científico. La Recherche, Nº 154, Febrero 1995, p.129.

(2) Gardner, Martin. «La ciencia. Lo bueno y lo malo y lo falso». Alianza, Madrid, 1988, p. 215.  Di Trocchio, F. «Las mentiras de la Ciencia». Op.cit., pp. 76  y  ss.

(3) Pestaña, Angel. «¿Fraude científico en España?», Mundo Científico. La Recherche, Nº 206, Noviembre, 1999, p.63.

(4)  Nelkin, Dorothy. «La ciencia en el escaparate». Fundesco, Madrid 1990, pp.126 y 110.

(5) Información atribuida a El País/Nature, «Un rayo supera 310 veces la velocidad de la luz en un experimento en EE.UU», Diario El País, Madrid, 20-08-2000, p.34.

(6) Yndurain, Francisco J. «Un experimento llamativo. Más rápido que la luz, nada». Diario El País, Madrid, 25-05-2000.

(7) Nelkin, D. «La ciencia en el escaparate». Op.cit., p.165.

(8)  Piquer, Isabel, desde Nueva York. «Una gran revista médica pide perdón por evaluar fármacos con expertos pagados por sus fabricantes». Diario El País, Madrid,