Mariano RajoyMi Columna
Eugenio Pordomingo (23/6/2008)
El Diccionario de la Lengua Española dice que fricción es «Roce de dos cuerpos en contacto o desavenencias entre personas o colectividades»; de facción afirma que es la «Parcialidad de gente amotinada o rebelada», y también «acción de guerra». Recogidas estas dos definiciones, veamos ahora  dónde encuadrarlas.

A la vista de lo que en estos últimos meses -por no remontarnos a otras etapas-, ha venido aconteciendo en el PP, no hay duda alguna que existen facciones y, por tanto, fricciones. Las primeras, las facciones, se han ido conformando de acuerdo con las «acciones» que se producían en Génova trece, o más bien por decisión de Mariano Rajoy.

El ansia de poder y la ambición -pecados capitales- han sido la principal dedicación de la mayoría de los «barones» del PP desde las elecciones del 9-M, abandonando  su acción opositora y de control al Gobierno.

Informativos, editoriales, reportajes, entrevistas y artículos, han inundado radios, televisiones, periódicos y revistas, metiéndose en nuestra intimidad sin el más mínimo recato. Todo era PP, nada sin PP. Huelgas, subidas incesantes de precios y la implantación de la jornada laboral de 65 horas, han quedado sumergidas en el olvido ante el «hecho histórico» del XVI Congreso del PP. Hasta el aterrizaje en La Zarzuela del nuevo helicóptero de Los Alberto (Alberto Cortina y Alberto Alcocer), pasó sin pena ni gloria…

El congreso del PP, el «congreso búlgaro de Valencia», como reiteradamente lo ha definido Federico Jiménez Losantos, ha ocupado una buena parte de los «informativos» de estos días, como si no hubiese otros problemas en España y en el mundo.

Da la impresión que los ciudadanos no hacen otra cosa más que pensar en el «congreso búlgaro del PP. Comentaristas, analistas, politólogos, sociólogos y demás profesionales de la «cosa», deshojaban la margarita especulando quién sería el o la secretaria general del PP. Y fue «la». La ungida con el cargo, con la «bolita de la suerte», fue María Dolores de Gospedal.

Durante los tres eternos días congresuales, los informativos de radio y televisión, se han dedicado a mostrarnos algunas de las notas más características del evento. Por ejemplo, la perorata-discurso de Ángel Acebes, repasando su etapa como secretario general del PP y su crítica a lo que, según él,  puede derivar el ideario del partido. En la mejor tradición de Manuel Fraga y Alberto Ruiz-Gallardón, que siempre tienen el lagrimal flojo, Acebes, estuvo a punto de sumarse a este dúo de «llorones» cuando mencionó a María San Gil. La frase lapidaria de Acebes: «Menos PP no es igual a más votos».

Después vino -ahí si que le han dedicado tiempo los informativos- el gélido saludo de Aznar a Rajoy, con un simple apretoncillo de manos. Antes, el ex Presidente del Gobierno, había besado y abrazado a Esperanza Aguirre; y abrazado efusivamente a Ángel Acebes.

Mucho gentío, mucho compromisario, mucha prensa… Todo a lo grande, que a ellos, a los del PP no les ha costado un duro, lo pagamos todos los españoles, a través de las subvenciones estatales y de la morosidad con las entidades bancarias, que también nos lo cargan a nosotros.

Hoy lunes, tras la resaca, la vuelta a la normalidad es inevitable. Aparte que nos volveremos a meter de hoz y coz en los problemas cotidianos de la carestía de la vida, nos daremos cuenta que las fricciones entre las facciones permanecen, si es que no han aumentado y agudizado.

Lo que ha sucedido en este XVI Congreso del PP no es ni más ni menos que la sustitución de una burocracia por otra, como decía Rosa de Luxemburgo cuando trataba de analizar  lo acaecido a los leninistas en sus peleas con sectores contrarios a la figura de su líder; o al enfrentamiento de Trotsky con los bolcheviques.

Rajoy apela a la integración de todos para permanecer y ser el «candidato» en 2012, a pesar de que eso no era lo acordado; eso figuraba en el guión. El resultado obtenido en la votación (único candidato) por el pontevedrés se ha saldado con casi un 17 por ciento de votos en blanco.

Federico Trillo Figueroa y López Mancisidor, impregnado de fuerte olor a incienso, ha traicionado a tiros y trollanos por mantenerse en el poder. En él es ya algo habitual, es una forma de vida. Es consustancial a su ser.

Las cosas que en Valencia se han dicho no pasarán, con seguridad, a la historia. Por ejemplo, cuando Gospedal se «vea» en televisión, llamando «Capitán» a Rajoy, seguro que se ruborizará; y más aún cuando escuche esto: «Ninguno de los que estamos aquí, excepto el presidente, valemos más que los militantes».

Gallardón se ha paseado por el congreso como pavo con plumas nuevas y en época de celo, sobre todo tras su primera victoria -victoria pírrica contra el comunicador Federico Jiménez Losantos-, pues ahora le espera escuchar a diario, ¿qué se decían en las cintas grabadas por orden judicial  Monserrat Corulla, supuesta «testaferro» de Juan Antonio Roca, y el Alcalde de Madrid? Y eso, si es que no aparece un «muerto» nuevo.

Los entresijos de este congreso han tenido que ser de infarto. Fraga dando el coñazo de acá para allá; Rajoy escuchando a unos y otros, especialmente a sus nuevos amigos-asesores de México; Aznar, molesto si es que definitivamente le arrancan la FAES de sus fauces. Esperanza Aguirre, que por no lanzarse -falta de osadía- ha perdido, y quizás sea está su última legislatura como presidenta de la Comunidad de Madrid.

Evaluar quién ha perdido o ganado es harto difícil. ¿Cuántos hay de Aguirre? ¿Cuántos hay de Gallardón? ¿Cuántos son de verdad de Rajoy? Da lo mismo el número. Ya se sabe que el que tiene el poder parte y reparte. Decía Cayo Julio César que hay que amar la traición, pero odiar al traidor.

Mientras, PSOE e IU se felicitan por el giro al «centro» de los populares… Ayer, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, felicitaba a Mariano Rajoy, por haber «ganado» el XVI Congreso Nacional, aunque destacó que «sólo gana cuando no tiene rival». Blanco ironizó, también, sobre los «principios» de Rajoy, afirmando que  «son como los de Marx…»  -una teatral pausa ante su militancia en Alcalá de Henares-, para añadir: «me refiero a los de Groucho Marx, que dijo si no le gustan los que tengo, los cambio por otros».

El chascarrillo, puede resultar gracioso, lo peor es que cuando se entere José Blanco que eso mismo lo dijo Federico Jiménez Losantos unos días atrás, en su programa radiofónico La Mañana, no le hará ninguna gracia…