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José Manuel G. Torga (28/5/2009)
La lectura del libro de José Ataz me ha proporcionado una sensación continua de autenticidad. Contiene testimonio y opinión, sin recovecos. Trasluce un recto impulso por no callar una versión vital, aunque bracea  contra corriente.

El aire sobrio de la edición  contribuye a reforzar su gesto, de tono equilibrado, por más que implique la polémica. Antecedentes de signos opuestos hacen inevitable la  confrontación. Sobre todo ahora, cuando la oportunidad de poner cada cosa en su sitio se ha malbaratado en aras del revanchismo. Los ganadores de la Guerra Civil usufructuaron casi cuarenta años de poder; luego, los perdedores torsionan la realidad hasta el punto de actuar como si el desenlace bélico hubiera sido al revés del que fue.

En esta tesitura, desde presupuestos dispares con el juez más adicto al «famoseo»,  resulta que  José Ataz no rechaza de plano la irrefrenable irrupción que protagonizó Garzón para tratar de instruir casi una causa general contra el franquismo. Más bien al contrario, encuentra la ocasión para aclarar tergiversaciones. Esto le anima a escribir una obra que, sin ese acicate, tal vez no hubiera pergeñado.

<<¡Ya era hora! -exclama admirativamente- Ya era hora de que alguien -aunque sea dejando de lado menesteres más actuales y acuciantes, aunque no se la persona idónea para esta tarea y aunque no haya elegido el camino correcto para la investigación-  emprendiera la necesaria tarea histórica de ponerle letra a la macabra sinfonía que viene sonando desde que murió Franco, respecto al número, nombres y apellidos, fechas, lugares y circunstancias de los verdaderamente represaliados y ajusticiados por los fascistas, rebeldes, traidores, fachas, golpistas, nacionales, sublevados…. o como cada cual quiera llamarlos. Esta será la única manera de acabar con la interesada y fabulosa imaginación de muchos que se autodenominan historiadores y que, como afirmaban Las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio: «…se dicen sabidores e non lo son»>>.

Al juez, en esos menesteres, le cuadraría el viejo dicho: donde las dan las toman y callar es bueno. Por su afán de protagonismo, no lo tiene en cuenta, y concita, no sólo correcciones dialécticas, como la contenida en este libro, sino también querellas y hasta la consecuente imputación, por unanimidad, de cinco togados del Supremo.

«Disparad sobre nosotros»memoria-historica
De entrada, alerta José Ataz sobre fantasías y variantes de la desinformación para reescribir acontecimientos bien conocidos.

Particularmente, como antiguo alumno del colegio de los Jesuitas de Gijón, me sacude las fibras sensibles el pasaje dedicado al cañoneo sobre el cuartel de Simancas que, desde la postguerra, albergó aquel centro de enseñanza. Ahora tratan de desvirtuar que los sublevados de 1936  hubieran comunicado al crucero «Almirante Cervera»: «El enemigo está dentro. Disparad sobre nosotros».  Oponen otra supuesta y  tardía versión, atribuida a un innominado radiotelegrafista. Para quienes llegamos allí para estudiar, de niños, el conocimiento directo de los destrozos del edifico; las huellas de proyectiles de artillería y los enterramientos  en el patio, dejan poco margen para aceptar el mensaje que luego tratan de imponer, sustituyendo al anterior: «¡Alargad el tiro, estáis disparando sobre nosotros!». Los impactos de obuses que dejaron aquellos restos  ruinosos, demostraban que el fuego artillero permaneció concentrado sobre el acuartelamiento, en cuyo interior había combatientes de los dos bandos.

Nuestro autor relata sus antecedentes familiares en política, con un padre socialista que, en diciembre del 36, logra zafarse de la participación en Jurados de Tribunales Populares en representación del PSOE. A cambio, le es asignada una función sin la responsabilidad del manejo de bolas negras para decidir la última pena; desempeñó  el cargo de Jefe del Servicio de Instituciones Penitenciarias en un Campo de Trabajo. Asentado en Totana, por allí pasaron cerca de 3.000 hombres. Oficialmente, desde el otro bando, se reconoció que, en dicho Campo,  el trato dispensado fue humanitario.

En la postguerra, como otros derrotados por el desenlace bélico,  estuvo escondido, como «topo», nueve años. Cuando salió hubo de comparecer ante un Consejo de Guerra, cuya condena formal, sin embargo le permitió salir libre al serle aplicados,  de oficio, los indultos promulgados hasta entonces.

Los detalles de aquellos años, sin duda representan aspectos dolorosos; pero el balance general deja en el hijo una actitud no ya sólo comprensiva sino orgullosa cuando valora al padre.

El  curriculum profesional, por su parte,  de José Ataz Hernández, incluye, en su brillante recorrido, entre otros, los datos siguientes: Licenciado en Derecho por la Universidad de Murcia; funcionario del Cuerpo General de la Hacienda Pública (Escala Técnica); Delegado de Hacienda, sucesivamente, en Burgos, Cádiz, La Coruña y Sevilla; Subdirector General  de dicho Ministerio, termina de  Subdirector General  de los Servicios Jurídicos de Argentaria. Su actividad política en la Universidad le llevó a la Jefatura del SEU del Distrito de Murcia.

Retorna  el sectarismo
Las páginas de «¿Memoria histórica? Sí, pero para todos» compendian  sendas relaciones bajo epígrafes carentes de tipificación jurídico -penal agravada: Homicidios en la zona roja y Homicidios en la zona nacional (así -puntualiza- se autodenominaron los afectados en su momento).

De la dicotomía anterior, el pjose-atazrimero de  los  apartados presenta una extensión muy superior, a partir del «genocidio de Paracuellos», seguido del «túnel de Usera», las checas de Madrid, Valencia y Barcelona, los «barcos prisión», «los trenes de la muerte», etc.

Dentro del segundo apartado trata de aclarar pasajes con imputación relevante contra el sector franquista. No escamotea informes del Equipo Nizkor ni de Amnistía Internacional.

Desde luego las fantasmagorías propagandísticas, agitadas por un sector cerril de la  izquierda, caen por su propio peso. Sin embargo también hay que cuestionar ciertos valores que se dan por sobreentendidos. Ya polemicé con Pío Moa, en un desayuno informativo, cuando él limitaba las víctimas de la toma de Badajoz y las fechas posteriores, a los nombres asentados en los libros del Registro Civil. En tales situaciones, la normalidad burocrática queda desbordada por circunstancias caóticas.

Despejar todas las incógnitas en asuntos tan complejos resulta un imposible. Pero bienvenidas sean aportaciones con las calidades  de la que motiva esta glosa. Un buen ejemplo del talante queda ejemplificado entre las conclusiones: <<quiero testimoniar de un modo directo, por las vivencias de mis dos hermanos y las mías propias, que en contra de lo que ahora se escribe, los hijos de  los «rojos» jamás fuimos discriminados por los «franquistas» y que nuestros éxitos o fracasos, dependían de nosotros mismos: de nuestro trabajo, de nuestra capacidad y de nuestra dedicación>>.

La desgracia posterior, sin lugar a dudas, es el retorno del sectarismo. Polarizado hacia donde sea.