la-mesa-redondaMercedes Herrero de la Fuente (26/7/2009)
Probablemente el próximo otoño se multiplicarán las informaciones y los análisis sobre la caída del «muro de Berlín». En todos ellos debería figurar como dato fundamental el protagonismo de Polonia en este hecho histórico, ya que fueron las negociaciones de la Mesa Redonda celebradas en Varsovia en febrero de 1989 las que impulsaron un proceso democratizador en los países de Europa Oriental, que dio lugar después a la reunificación alemana y culminó en el hundimiento de la Unión Soviética en agosto de 1991.

El 4 de junio se ha cumplido el veinticinco aniversario de las primeras elecciones celebradas en un país al Este del «telón de acero». En realidad fueron unos comicios semidemocráticos, resultado de los acuerdos de la Mesa Redonda, donde sólo se elegía el 35% de los escaños del futuro Parlamento. La victoria aplastante de la oposición agrupada en el gran frente común de los Comités Cívicos aceleró un proceso que el Partido Comunista Obrero Polaco planeaba controlar paso a paso durante un período de varios años. Ante el descrédito de las autoridades comunistas, la oposición se sintió suficientemente respaldada como para exigir la presidencia del nuevo gobierno y obtener de los mismos algunas de las principales carteras.

En los meses siguientes se produjo el llamado «efecto dominó», por el que uno a uno fueron cayendo los regímenes autoritarios de los países del bloque soviético. En realidad se desencadenaron procesos distintos, ya que partían de situaciones dispares donde las fuerzas de la oposición presentaban modelos muy diferentes (y eran casi inexistentes en algunos casos, como Bulgaria o Rumanía). Pero todos ellos tuvieron en común los factores siguientes: total pérdida de legitimidad del régimen comunista, crisis económica de carácter crónico y el anuncio en 1987 de la famosa perestroika por parte de Moscú.

El resultado de todo lo anterior fue el conjunto de transiciones políticas y económicas desencadenadas en Europa del Este, en las que Polonia funcionó como el laboratorio donde se ensayaban los grandes cambios, que poco después eran adoptados por los países vecinos. En la mencionada Mesa Redonda se inició un experimento altamente arriesgado, que incluía entre sus muchas incertidumbres la posibilidad de desatar las iras de la Unión Soviética. La velocidad del mismo no debe interpretarse de forma engañosa, ya que no por rápido fue menos complejo.

Visto desde hoy día podemos apreciar los logros que en veinticinco años han conquistados estos países. En efecto se han convertido en sistemas demmuro-de-berlinocráticos sin vuelta atrás, donde el pluralismo político ha permitido la alternancia en el poder de los diferentes partidos, incluidas las formaciones ex-comunistas. También han abordado profundas reformas económicas, pasando de un modelo planificado y centralizado basado en la propiedad estatal a otro de mercado, regida por criterios de corte neoliberal. Por último, todos estos países han apostado por integrarse plenamente en la comunidad internacional, convirtiéndose en miembros de los principales organismos internacionales en todos los ámbitos. Sirvan como ejemplo su ingreso en la OTAN (en 1999 para Hungría, Polonia y República Checa y en 2004 para el resto) y en la UE (que acogió ocho nuevos socios del Este en 2004 y dos más, Bulgaria y Rumanía, en 2007).

Sobre el papel los avances han sido claros, pero el camino recorrido no ha estado exento de grandes sacrificios. En lo económico, después de las famosas «terapias de choque» estos países han tenido que afrontar nuevos ajustes, con el fin de cumplir los requisitos exigidos por Bruselas para su ingreso en la Unión. El crecimiento económico vivido a lo largo de esta década se ha visto drásticamente truncado por la crisis financiera internacional, que ha afectado especialmente a los países Bálticos y Rumanía. En cualquier caso, incluso durante el escaso período de bonanza, las sociedades del Este han sufrido una marcada polarización, con sectores especialmente desfavorecidos como los jubilados, los empleados públicos, los habitantes de las zonas rurales o los trabajadores de los grandes conglomerados industriales de propiedad estatal que desaparecieron con el comunismo.

En lo político nos encontramos ante un panorama poco alentador, donde los herederos del régimen anterior se han adaptado con éxito al marco democrático y los grandes frentes de la oposición, allá donde existían, se han atomizado para dar lugar a numerosas formaciones permanentemente enfrentadas. Los electorados de estos países han perdido el entusiasmo con el que participaron en las primeras elecciones democráticas y han evolucionado hacia el abstencionismo y en general la falta de confianza en sus políticos. La corrupción es especialmente grave en casos como el de Letonia y la aparente alternancia en el poder refleja, más que el buen funcionamiento del sistema, el cansancio de los ciudadanos traducido en un voto volátil y con una tendencia creciente hacia las opciones radicales.

Son sociedades, por tanto, con grandes desequilibrios, con un porcentaje sustancial de jóvenes cualificados obligados todavía a emigrar (esta tendencia ha sido muy marcada en Polonia), cuyas economías lucían brillantes cifras macroeconómicas que se han desintegrado ante la primera adversidad, (aún reconociendo que algunos países, de nuevo hay que mencionar el caso polaco y también el eslovaco y el checo, que están resistiendo mejor que otros).

A pesar de todo lo anterior el 4 de junio ha sido un día de grandes celebraciones, en el que los principales líderes europeos han visitado Polonia para felicitarse por los éxitos y evitar mencionar los fracasos. Pero incluso en esta conmemoración quedó reflejada la tensión que caracteriza el paisaje pmercedes-herrero-de-la-fuenteolítico polaco. Mientras el primer ministro Donald Tusk acogía en Cracovia a los dirigentes de toda Europa (allí estaba también el polémico Lech Walesa), el presidente Lech Kaczynski se reunía en Gdansk, cuna de Solidarnosc, con los actuales miembros de este sindicato y precisamente en el famoso astillero donde se gestaron las revueltas de 1980. Sus trabajadores, por cierto, esperan estos días un plan de viabilidad acordado con la UE, que les permita seguir existiendo. Pero a costa, una vez más, de nuevos y dolorosos sacrificios.

N. de la R.
Mercedes Herrero de la Fuente
es profesora asociada de Periodismo Internacional en la Universidad Antonio de Nebrija (España) y productora en los Informativos de TeleMadrid.
Este artículo se publica con la autorización de la autora y de Safe Democracy.