ana-camachoAna Camacho (18/2/2010)
La situación en Somalia o en Haití han puesto muy de moda el peligro que entrañan los estados fallidos para la suerte de sus poblaciones y la comunidad internacional, y en particular para los países vecinos. Los aliados españoles de la política expansionista de Mohamed VI, ya sean del PP o del PSOE, lo están aprovechando a conciencia, especialmente después de que la batalla librada por Aminetu Haidar en Lanzarote diese al traste con algunas de las más valiosas piezas de su argumentario a favor del abandono del Sáhara, especialmente las que giran sobre el eje de de que la generosidad y ayuda a Mohamed VI, tienen asegurada la reciprocidad.

Efectivamente, Ernesto lleva razón en su comentario, se impone un análisis de los fundamentos, desarrollo y consecuencias de esta profecía promarroquí (un Sáhara independiente se convertiría inevitablemente en un estado fallido) que persigue agitar el miedo de quienes tienen cogido el tema con alfileres y convertir en un interés nacional el abandono definitivo del pueblo saharaui. Seamos realistas, cuando se habla de estado fallido, la mayor parte de los españoles conectan con la descomposición de Somalia y la visión de una enorme cueva de piratas cortocircuitando el tráfico marítimo a tiro de piedra de las Canarias, da un ropaje de mucha sensatez a quienes defienden que nuestro interés nacional estriba en evitarlo, aunque sea a costa del sacrificio del muy noble pueblo saharaui. De ahí a convertir en un acto de patriotismo la renuncia al ejercicio de nuestras responsabilidades internacionales, es cosa hecha.

Así que, poco a poco, pero me he puesto a ello. La cuestión es de lo más compleja y, lo admito, tengo una enorme facilidad para distraerme del objetivo principal y divagar. Por ejemplo, como una es muy metódica, lo primero, es empezar por definir qué es un estado fallido. Un amigo, de los que está convencido de que el presidente Chávez lleva razón y que el terremoto de Haití ha sido provocado por un arma secreta del imperialismo yanki, me ha sugerido que echase un vistazo a la definición de Noam Chomsky, el famosísimo lingüista, filósofo, escritor y analista político norteamericano (Filadelfia, Estados Unidos, 1928).

Se me ocurrió que el recurso a Chomsky, tan alabado y admirado por la izquierda y más desde que Chávez aconsejase su lectura a toda la ONU, podría además aportar alguna luz sobre el pensamiento de Zapatero (al que el intelectual americano ha alabado con mucho entusiasmo), Moratinos y, sobre todo, Máximo Cajal. Sí, porque el asesor de Zapatero para la Alianza de Civilizaciones tiene en común con este venerado académico, además del rescate de la llamada memoria histórica, el defender que no debería haber impedimento para que Irán tenga armas nucleares lo cual me parece una interesante pista en materia de política exterior zapatista y sus puntos de referencia, que es a lo que vamos.

Pues dice «el activista tenaz y sempiterno idealista», que «estado fallido es el que no logra suministrar seguridad a su población, garantizarle derechos dentro y fuera del país o mantener el funcionamiento (no meramente formal) de las instituciones democráticas». Inevitable pensar en Haití donde derecha e izquierda han acabado coincidiendo en que el fracaso del estado ha sido lo que ha disparado el efecto asesino de la escala Richter a pesar de que la gran diferencia entre las dimensiones del drama en los barrios ricos (mínima) y pobres (inenarrable) podría ser interpretada como un elemento a favor de las tesis conspirativas de Chávez (todo estuvo planeado y la clase capitalista fue debidamente alertada por sus protectores en Washington).

Lo sorprendente es que llegados a la unánime conclusión de que gran culpa de la tragedia humanitaria en Haití tiene que ver con su condición de estado fallido, a nadie se le haya ocurrido remediar el asunto proponiendo su suspensión de la lista de estados sobobamaeranos o promover su unión a la República Dominicana para acabar con una división de la isla La Española introducido por las intromisiones coloniales…

Todo lo contrario, he repasado atentamente las crónicas de los enviados especiales en El País, y allí hasta María Teresa de la Vega ha ido a decir que «ni España ni la Unión Europea les vamos a fallar a los haitianos», cuidando de no meter el dedo en la llaga del fracaso institucional. En todo caso, cuando desembarcaron al escenario del desastre las tropas norteamericanas, hubo quien tuvo mucho cuidado en alertar sobre una posible invasión y anexión del imperialismo yanki para dejar sentado que Haití es un «país soberano» y «lo está haciendo lo mejor que puede». Dicho sea de paso, los que más suspicaces se pusieron con los soldados enviados por Obama para abrir paso a la ayuda internacional y, sospecho, con los aplausos de entusiasmo de los ciudadanos de Haití (que quizás se hicieron ilusiones de que los iban a anexionar), fueron los diplomáticos franceses.

Lo lógico es que la diplomacia gala, que desde 1974 viene advirtiendo que el Sáhara español no reúne condiciones para ser un estado independiente, esté tan aprensiva con una hipótesis no verificada pero, en cambio, no aplique su diseño de «mejor grande que pequeño» con un estado que sí hemos comprobado ha fracasado. Pero ya se sabe, que el diseño geopolítico varía en función de que el patrón esté destinado a un miembro de la hispanidad o de la francofonía.

Volviendo a Chomsky, a modo de explicación para que Ernesto comprenda lo de mi imperdonable lentitud. Pues voy y saco de la biblioteca el libro que parece estar hecho a la medida de mis necesidades (Estados fallidos: el abuso de poder y el ataque a la democracia) y resulta que su autor dice que el mayor estado fallido del mundo no es ni Somalia, ni Haití, ¡sino EEUU! Todo tiene una explicación: sostiene Chomsky que la democracia estadounidense es más falsa que un duro de madera porque, en realidad, sólo cumple con los objetivos e intereses de una minoría, los de sus élites, dando la espalda a la voluntad de la inmensa mayoría. Para probarlo, pone entre otros ejemplos el de la resistencia de las élites (sometidas a la industria farmacéutica) a poner en marcha una asistencia médica como la que tenemos en España y que, se supone, es prioridad urgente para la gran mayoría del pueblo americano.

Miro la fecha de publicación de la obra (2006) y no puedo evitar preguntarme qué pensará Obama de estas predicciones ahora que ha descubierto a costa del hundimiento de su popularidad lo equivocado que estaba Chomsky al apostar porque el pueblo americano cerraría filas con él en la reforma sanitaria frente al enemigo del gran capital. Quizás de ahí la decisión de Obama de viajar menos y centrarse en la oración.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Ana Camacho
, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, que a partir de ahora tendremos la oportunidad de leer en espacioseuropeos.com y en su blog arenasmovedizas.