ugt-y-ccooPedro E. Acebal (30/3/2010)
El anuncio de que las centrales sindicales  UGT y CC. OO. preparan un acto público en apoyo del  magistrado Baltasar Garzón, imputado en tres causas por el Tribunal Supremo, resulta  insólito cuando evitan incomodar al Gobierno de Zapatero con movilizaciones -que se echan de menos- para que salga de su total inopebaltasar-garzonrancia  y realice reformas de fondo que reactiven la economía y reduzcan el paro.

Sólo una cosa podría explicar ese desenfoque que significa el respaldo a un cuestionado juez, no ya por críticos aislados, sino por un clamor bastante generalizado  y, sobre todo, por los órganos jurisdiccionales competentes. Hay motivo para sospechar que UGT y CC. OO. actúan, en este caso, como correas de trasmisión del Gobierno, que viene apuntalando la continuidad de Garzón porque tiene a su cargo la investigación  del chivatazo a ETA, que en otras manos podría ser una bomba de relojería para el ministro Pérez Rubalcaba y, por elevación, para el propio inquilino de la Moncloa.  ¿Apoyan, pues, CC. OO. y UGT la impunidad del chivatazo a ETA?

Que dos sindicatos reputados de izquierdas, que tienen olvidados a los trabajadores  y a los que quieren recuperar el trabajo -en teoría la razón de ser de aquellas organizaciones- para poner la carne en el asador por un  funcionario de la carrera judicial, forrado de dinero y sublimado mediáticamente, raya en lo esperpéntico, por lo que supone de perder la órbita natural en la cual debían actuar con otra firmeza.

Trajines con banquero
Si entramos en las materias concretas de las causas que afectan a Garzón, el asunto todavía empeora.

 Los trajines de dinero con el Santander, en relación con una estancia en Nueva York, damasquinada con duplicidad de cobros, y el posterior archivo de actuaciones relativas al propio banco, deberían llevar a las pituitarias sindicales menos finas la evidencia de  que algo huele mal, y no precisamente en Dinamarca.

El caso Gürtel ha de ser investigado sin duelo; pero precisamente por alguien que lo instruya con total eficacia y no con  la pirotecnia de Garzón, cuyas tracas y vistosidades externas, en pugna con el Derecho Procesal, amenazan con que salgan injustamente bien librados el que da nombre -en alemán- al caso mismo, sus adláteres y la recua de políticos que, supuestamente, se enriquecieron, engrosando  otro capítulo de la corrupción, tan extendida que también ocupa espacios de la oposición (con baronías de taifas en el poder autonómico). No sería de recibo que ningún partícipe de la sospechosa trama escapara por alguna gatera de las que Garzón suele olvidarse de cerrar convenientemente.

García Atadell ¿víctima o verdugo?
Y queda, como caballo de batalla susceptible de seudo-politización, que no de sindicalización, el de los crímenes del franquismo, que ya habían resultado  amnistiados para no ser perseguibles, a la vez que los del bando republicano.

Si Méndez y Toxo porfían con contumacia en confundir a magistrados del Supremo, que no presentan precisamente una trayectoria escorada a la derecha, con epígonos del franquismo, corren el peligro de que se les aparezcan espectros del pasado que tampoco conviene exhumar.

Valga para el recordatorio, García Atadell, cuya mención, con tintes chekistas y de las «brigadas del amanecer», figuran en textos de autores de signos ideológicos bien distintos y distantes.

Agapito García Atadell, elogiado durante un tiempo por la Prensa del Frente Popular, fue un tipógrafo reciclado en policía-pistolero con otros cuarenta y tantos a sus órdenes, contando con el respaldo del ministro socialista Ángel Galarza Gago. Entre los numerosos asesinados por aquel escuadrón de la muerte, que constan con nombres y apellidos, figuran los periodistas Luís Calamita y Carmen de Bati, ésta de nacionalidad francesa. En los registros domiciliarios para las detenciones, García Atadell y sus secuaces más próximos requisaban dinero y joyas para sus bolsillos.

Antes de finales de 1936, García Atedell huyó a Francia y, desde Marsella, embarcó para América. Una escala del buque en las Islas Canarias dio ocasión para que fuera detenido, con su hombre de confianza Pedro Penabad, por agentes de los sublevados. Un tribunal militar, bermejo-y-garzon-de-caceria1en Sevilla, les condenó a muerte y fueron ejecutados. ¿Estos torvos criminales engrosarían  la relación de víctimas del franquismo? Porque parece como si todos los acogidos bajo ese epígrafe  -entre las cuales había, indudablemente, inocentes- hubieran sido hermanas de la caridad.  Lo cierto es que las Hermanas de la Caridad auténticas, con sus hábitos y sus tocas inconfundibles, fueron sacrificadas en el otro lado.

Reputados juristas aseguran que Garzón no era juez competente en el tema de las fosas. Pero, aparte de todo, más vale no secundar la danza macabra de la muerte que ha programado, inexplicablemente, Zapatero, en nuestro temperamental ruedo ibérico.

El sueño de la siesta de Méndez y de Toxo, como estómagos agradecidos, va más allá de la mera pasividad. Puede ser el sueño de la sinrazón, el que peores monstruos produce.