Sin Acritud…
José Manuel González Torga (2229/2010)brazo-de-hierro-de-armand-hammer
Hubo un multimillonario estadounidense que negociaba entre capitalistas y bolcheviques, que se saltaba a la torera el «telón de acero» y que pudo actuar al margen de la «guerra fría». Ese magnate era Armand Hammer.

Además de obtener ventajosos  rendimientos económicos, Hammer fue un mediador al más alto nivel. Actuó muchas veces de diplomático oficioso y secreto. En asuntos de alta tensión como «la  crisis de los misiles» entre Kennedy y Kruschev, o en otra fase candente de Afganistán.

En algún momento circuló la especie de que iba a ser nombrado  embajador de  EE. UU. en la Unión Soviética; sin embargo, en los aledaños de la Casa Blanca, se llegó a manifestar: «Aunque sus relaciones con los presidentes americanos sean amistosas, nunca sabemos exactamente de qué lado de la barrera se encuentra».

La ambigüedad de este nieto de emigrantes judíos rusos, e hijo de un dirigente del Partido Comunista Americano, suscitó iniciativas investigadoras del FBI y de la CIA por supuestas actividades prosoviéticas. Esta tipificación desde luego quedaba muy estrecha para Hammer, cuyas idas, venidas y actuaciones, reventaban las costuras de cualquier talla uniforme. Su padre había tenido la humorada de ponerle el nombre de Armand para que, pronunciado con su apellido sonara como «arm and hammer» (brazo y martillo, representación plástica de un emblema partidista de la izquierda).

Licenciado en Medicina, carrera que no ejerció, se hizo cargo de los negocios de su padre cuando éste fue encarcelado. Viajó de la URSS, para cobrar las deudas contraídas en aquel país con la firma farmacéutica de la familia («Baking Soda»); además llevaba otros medicamentos para combatir una epidemia de tifus.

Amigo de Lenin
Tuvo ocasión de conocer a Lenin e iniciaron una relación de amistad. El Kremlin le dio patente de corso para actuar en el espacio de las relaciones comerciales con Occidente. Él contaba: «Lenin me dijo francamente que el comunismo no funcionaba y que deseaban la entrada de los capitalistas extranjeros». Algo, desde luego, excepcional, adelantándose, por cierto, mucho, bien que en privado, al último Fidel Castro.  El líder soviético tenía, no obstante, una desconfianza profunda al respecto, visión que resumía a la defensiva, aunque con un fatalismo pesimista: «los capitalistas nos venderán la soga con la que nos colgaremos».

Lo cierto es que Armand Hammer recibió la concesión para representar, cara a la burocracia económica de la URSS, a 38 grandes empresas yanquis, entre las cuales figuraba, por ejemplo, la Ford. Fijó su residencia en Rusia durante unos diez años y realizó los más variados negocios. Así proporcionó millones de toneladas de cereales a los soviéticos, obteniendo a cambio maderas, pieles, piedras preciosas y la explotación de minas de platino en los Urales.

Logró desplazar a la fábrica alemana Faber y montó otra de lapiceros y plumas estilográficas que llegó a abastecer una gran parte del consumo interior y a exportar a otros países. Brenev comentaba que había aprendido a escribir, «como todos los de mi generación, con lapiceros Hammer». Stalin estatalizó esa industria, indemnizándole con una millonada de dólares, complementada, además, con una serie de tesoros que habían pertenecido a los zares.

Museo propio en Los Ángeles
Hammer reunió, de esa manera, joyas históricas y obras de arte que le permitieron crear una colección propia fuera de serie, con firmas pictóricas como Miguel Ángel, Rafael, Durero, Rembrandt, Rubens, Goya, Van Gogh, Renoir, Cezanne, o Picasso. Su Museo de Arte y Centro Cultural fue montado en Los Ángeles.

Las operaciones de rey Midas siguieron siempre su curso. En 1957 compró, por cien mil dólares, una sociedad en trance de ruina -Occidental Petroleum- y le bastaron apenas unos pocos años para convertirla en la octava de la clasificación, a continuación de las tipificadas como «las Siete Hermanas», que encabezaban el sector a escala mundial. Esa realidad oligopolística quedó bautizada como «le Sette Sorelle» por obra y gracia de Enrico Mattei, un género de condotiero al frente del ente público italiano de los hidrocarburos. Su muerte en un sospechoso accidente aéreo, con el piloto y el periodista de Time-Life, William McHale, puso un prematuro final a una vida de novela, que ya inspiró producciones televisivas y una película de Francesco Rosi«El caso Mattei»– muy difícil de encontrar.

Volviendo a las andanzas de Hammer, merece un recuerdo cómo a  Kruschev se lo ganó definitivamente regalándole un toro y dos terneros, descendientes del ejemplar que poseía, campeón mundial de una raza selecta. En el transcurso de una conversación con el líder comunista, el negociante nato, siempre atento a la ocasión que pudiera surgir, había conocido el  interés del camarada Nikita  por mejorar la cabaña vacuna de su país.

China le buscó
Armand Hammer volaba en su reactor privado y, en Moscú dispuso de un lujoso apartamento, en la Plaza Roja, regalo de Breznev.

Deng Xiaoping, en 1970, le invita a que visite China, con el deseo de que repita allí «lo que con tanto éxito ha hecho en la URSS». De ese modo extiende al litoral del gigante asiático las explotaciones petrolíferas  con las que cuenta en California, Mar del Norte y Libia. También pasa a sus manos, en la China post-maoísta, la producción de la mina de carbón más grande del mundo a cielo abierto.

En su vida particular, Armand Hammer se casó tres veces y tuvo una trayectoria sentimental algo agitada. Con Frances inició su romance cuando ella estaba casada; terminaría enviudando, lo que les permitió contraer matrimonio; pero en la primera etapa de sus relaciones, ella le decía: «Mi marido no puede pasar delante de un bar sin entrar; tú no puedes pasar ante una cabina telefónica sin llamar. No sé cuál de los dos vicios es peor». El recibo telefónico de Hammer, con casas en Los Ángeles, Nueva York y Moscú, y viajes por medio mundo, subía a unos 500.000 dólaarmand-hammer1res. Otra vertiente de esa tendencia incoercible suya era la frecuencia con la que interrumpía el sueño nocturno de los destinatarios de sus llamadas de larga distancia con alejados husos horarios.

Conexión con Al Gore
Este magnate yanqui-soviético -o viceversa- dedicó grandes sumas de su dinero a la lucha contra el cáncer.

Su existencia, que alcanzó hasta los 92 años, termina con una breve enfermedad, a finales de 1990.

El influjo de Hammer  ha continuado, sorprendentemente, a través de Al Gore.

Neil Lyndon, en su día secretario particular del potentado del brazo y el martillo, ha dado a conocer las largas relaciones entre aquellas familias. El padre de Al Gore fue un maestro de escuela de pueblo, al que ayudó Armand Hammer, y que llegó a ser senador. Desde esa Cámara le devolvió favores, defendiéndole con fuerza ante graves acusaciones del director del FBI, Edgar Hoover.

Los apoyos recíprocos persistieron y, además, el hijo del senador, sucedió al padre como beneficiario.

Al Gore, todavía después de la muerte de Hammer permaneció a la sombra de Occidental Petroleum. Según Neil Lyndon, «el profundo y prolongado vínculo entre Hammer y Gore nunca ha sido revelado o investigado». El halo del multimillonario misterioso que fue Hammer, le sobrevive