Sin Acritud…
Alberto Buela (14/4/2011)
El concepto de distopía se puede definir como antónimo de utopía, como lo opuesto al de utopía, pero ésta sería una versión negativa y limitada del mismo. Sería algo así como una utopía negativa o como definir el disenso por oposición al consenso.
Lo que sucede es que desde la ciencia filológica y etimológica se le viene otorgando ab ovo una carga negativa al prefijo «dis». Pero esto no es cierto, es un error extendido del que muy pocos filólogos se han dado cuenta. En nuestro medio la gran Ofelia Kovacci, nuestra antigua profesora de filología, lo ha remarcado, y nosotros mismos, cuando hablamos acerca de la teoría del disenso. Y allí afirmamos: «El prefijo dis, que proviene del adverbio griego diV y que en latín se tradujo significa oposición, enfrentamiento, contrario, otra cosa.por bis=(otra vez). Así tenemos por ejemplo los vocablos disputar que originalmente significa pensar distinto, o displacer que equivale a desagrado, o disyuntivo a estar separado.
Disenso significa, antes que nada, otro sentido, divergencia, contrario parecer, desacuerdo» ([1]).
Así el prefijo «dis» significa antes que nada «otra significación o una significación distinta a la habitual», más allá de la carga negativa a que nos tienen acostumbrados los intérpretes políticamente correctos que trabajan de policías del pensamiento único. Por eso el significado profundo de «dis» no hay que buscarlo en términos como «deshonesto», donde el prefijo «dis» tiene una carga peyorativa, sino en términos como «dis-putar», que muestran que se puede pensar de otra manera.
Los pocos que han escrito sobre la distopía ([2]) sostienen que «es un tipo de narración que enfatiza la desesperanza y la interpretación negativa de lo social». Sin embargo los distopistas que más se han destacado tanto en la literatura: Eugenio Zamaitin, Philip K. Dick, Anthony Burgess, Bradbury, Huxley, Orwell, Kurt Vonnegut, como en el cine: Metrópolis (de F. Lang), La Vida del Futuro (de W. Menzies), Blade Runner (de R. Scott), Brazil (de T. Gilliam), Gattaca (A. Niccol), Matrix (de los hermanos Wachowski), La carretera (John Hillcoat) lo que realizan, en el fondo, es una crítica a nuestra sociedad y a su relato mayestático: la utopía de la ciudad ideal, como la zanahoria inalcanzable delante de la liebre que nos plantea la mentalidad progresista.
La distopía, en nuestra opinión, viene a pintar las consecuencias directas de la realidad inminente que vivimos o mejor padecemos todos los días. La distopía no tiene por objetivo negar la utopía sino que le viene a pinchar el globo a la mismísima realidad que nos apabulla con sus contradicciones diarias. Así por ejemplo, en Argentina nos vinieron a prometer la construcción de un tren bala de alta velocidad y el pueblo viaja todos los días hacinado como ganado en trenes destruidos, a 40 kilómetros por hora. Vemos como el relato utópico nos llena la cabeza de humo con el tren bala y el distópico nos sumerge en la dura realidad, en esa realidad inminente que se nos viene encima a diario.
Es un error garrafal entender la distopía como «la creación de una sociedad catastrófica y sombría», o peor aún, como «una sociedad de pesadilla en donde prima la desesperanza». Esto es lo que nos quieren hacer creer, pero la finalidad última del pensamiento distópico es, como se puede ver claramente en los ensayos de Kurt Vonnegut, mostrar las contradicciones flagrantes de la sociedad opulenta, de consumo, bajo el reinado del dios monoteísta del libre mercado.
Es en definitiva, una crítica a las ambiciones infinitas, sin límites, desatadas por el hombre moderno. Una crítica demoledora a la subjetividad como principio de valoración del hombre, el mundo y sus problemas.
El discurso distopista viene a caracterizar como lo hace Charles Champetier al homo consumans para recuperarlo como uomo libero.
El prototipo del hombre distopista es el rebelde, el que se rebela contra el estatus quo reinante, que se ve envuelto en la aventura de la insurrección que parece condenada de antemano al fracaso. Pues como afirma Jünger: «Los rebeldes de reclutarán de entre los que están decididos a luchar por la libertad, incluso en una situación sin esperanzas» ([3]).
Pero no importa, su lema es: nos pueden haber vencido pero no convencido.
[1] Buela, Alberto: Teoría del disenso, Bs.As., Ed. Teoría, 2005, p. 8.
[2]Castro Orellana, Rodrigo: Ciudades Ideales, Ciudades sin Futuro.
El Porvenir de la Utopía, Murcia, Daimon, Suplemento 3, 2010, 135-144
[3] Jünger, Ernst: Tratado del rebelde, Bs.As., Sur, 1963, p.95