Sin Acritud…
Tariq Alí  (30/7/2011)corruptos-y-corruptores
La corrupción de la cultura política en Gran Bretaña, un país en el que las vidas de tantos han sido durante tanto tiempo subyugadas por mentiras, ha saltado a la vista pública en las últimas semanas. El barón mediático más poderoso de la nación se ha visto obligado por la fuerza de los acontecimientos a cerrar su rentable dominical News of the World, especializado en historias de sexo de las celebridades y abonado, gracias a sus privilegiadas relaciones con la policía, a la revelación sensacionalista de investigaciones sobre asesinatos, desapariciones, etc. Se llegó a tanto, como pinchar el teléfono móvil de una víctima de asesinato para robar los mensajes de voz, dando así la impresión de que la chica podría seguir con vida.

Fue eso lo que desencadenó una verdadera repulsión nacional, lo que puso el foco en los políticos y en las autoridades policiales del país. ¿Por qué había contratado David Cameron a un veterano periodista de Murdoch como jefe de prensa? ¿Por qué Scottland Yard había contratado a otro veterano periodista del mismo establo? Huelga decir que sabemos muy bien por qué, pero el hecho de que ahora resulte un ultraje lo hace inaceptable.

Es un escándalo muy británico, de esos que irrumpen subitáneamente y se convierten en el acto en una preocupación nacional. Uno acaso tiene la sensación de que la psicopolítica subyacente a eso en la mayoría de las gentes -las que viven fuera del mundillo de la burbuja del poder, el dinero y la celebridad- es parcialmente escapista, una suerte de substituto de la cólera que genuinamente suscita en las gentes del común el corrupto y corruptor establishment político del país: banqueros, barones mediáticos, políticos, jueces y la policía. La economía va a la deriva, las medidas de austeridad se acumulan, Scottland Yard sufre un grave descrédito; pero al menos los miembros del Parlamento pueden todavía interrogar a Rupert Murdoch y a su hijo y verles disculparse y avergonzarse en público.

Murdoch vino a la vida dos veces. Primero, cuando aplaudió al Daily Telegraph por haber denunciado los chanchullos con la dietas y los gastos de los parlamentarios y urgió a un modelo de transparencia como el de Singapur. Segundo, cuando un intruso protestó tratando de rociarle con espuma de afeitar y fue abofeteado por Wendi Murdoch. Por lo demás, los Murdoch se desplegaron en dos actos. El joven James, hablando como un ejecutivo de Enron tras el colapso, y un ojeroso Rupert explicando cómo había aprendido periodismo de su brillante padre, quien habría denunciado el desastre de Gallipoli. ¿Y tras la representación teatral? Aun si Murdoch no se hace con la propiedad BskyB, ¿cambiará algo?

El Imperio Murdoch ha venido dominando la política británica desde los tiempos de Margaret Thatcher. Fue ella quien le otorgó la televisión por satélite. Y él destruyó los sindicatos de tipógrafos, y sus diarios y revistas contribuyeron a destruir a los mineros. Murdoch sirvió para crear una cultura glorificadora de las privatizaciones, de los dogmas del libre mercado, de las guerras -los cerca de 300 periódicos que Murdoch posee en distintas partes del mundo, todos, sin excepción, apoyaron la Guerra de Irak-, etc., etc. El populismo derechista vomitado por la amalgama Murdoch-Thatcher neutralizó el éthos público creado tras la II Guerra Mundial. Su influencia llegó a ser tan fuerte, que otros periódicos y otras cadenas televisivas (como Channel Four o la BBC) terminaron por perder la confianza en sí mismos y se convirtieron en pálidas imitaciones en busca de circulación y de cuota de audiencia. La música clásica, dilecta de tantos con independencia de clase, credo o raza, se llegó a considerar elitista, y pasó a emitirse en el segundo canal de la BBC.

Los equivalente laboristas de Thatcher, el «nuevo laborismo azul» de Tony Blair y Gordon Brown, continuaron con el culto al dinero y a Murdoch. Blair se humillaba de continuo ante el barón mediático. Brown hizo lo propio. Los directores de los periódicos de Murdoch se convirtieron en huéspedes habituales de las residencias oficiales; y las fiestas privadas de esos directores contaron con la asistencia habitual de los primeros ministros y su entorno. No se privó Murdoch  de decir que se reunía con Gordon Brown con mucha frecuencia. Sus familias, se hicieron amigas. David Cameron siguió la senda, dejando claro que, a despecho de su origen de clase, él también podía comportarse como Blair abrazarse con todos y todo lo que se relacionara con el gran dinero y la alta política.

Fue Peter Osborne, un periodista que escribe para el archiconservador Daily Telegraph, quien dibujó un fulgurante retrato de David Cameron, sugiriendo que había descendido a las sentinas al sumarse a las horteradas del vecindario residencial de Chipping Norton:

«Nunca debió de haber contratado a Andy Coulson, el editor de News of the World, como director de su propio gabinete de comunicaciones. Nunca debió de haber cultivado las relaciones con Rupert Murdoch. Y -el peor de todos los errores- jamás debió de permitirse ser amigo íntimo de Rebekah Brooks, la ejecutiva en jefe del complejo mediático News International, que no ha de tardar en caer vergonzosamente en desgracia y ser despedida. De lo que estamos hablando es de una pauta de comportamiento. O mejor, de un curso de acción. El señor Cameron se ha permitido bajar hasta un círculo social con el que ninguna persona respetable, y no digamos un Primer Ministro, debería dejarse ver ni muerto.»

Tariq Al

Cameron se ha revelado tan autoritario y tan oportunista como Blair en el manejo del propio partido. Pero si la lava política de este escándalo volcánico sigue fluyendo, el Primer Ministro británico, zaherido por las revelaciones, puede perder toda opción que no sea la de caer bajo los mandobles de su propia espada. Aún no hemos llegado a ese punto.

Mas el consenso trilateral instalado en el Parlamento británico no romperá con el neoliberalismo y sus dogmas, desbaratadores de la Europa de nuestros días. Ese problema, a diferencia del maltrecho imperio mediático de Murdoch, seguirá en pie.

N. de la R.
Tariq Ali
es miembro del consejo editorial de SIN PERMISO. Su último libro publicado es The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power [hay traducción castellana en Alianza Editorial, Madrid, 2008: Pakistán en el punto de mira de Estados Unidos: el duelo].
La traducción de este artículo es de Ramona Sedeño.
Este artículo se publica con la autorización de SIinpermiso.