España
José Manuel G. Torga (4/7/2012)libro-el-cadaver-del-padre-artes-de-vanguardia-y-revolucion
La experiencia como escritor de Ángel García Pintado, después de mucha labor creadora, le llevó a analizar, mediante el instrumento del ensayo, que implica una reflexión a fondo, las repuestas desde el público y desde el poder, en relación con las vanguardias artísticas. Así salió, en 1981, su obra, con título de resonancia freudiana, «El cadáver del padre (Artes de vanguardia y revolución)». La vigencia del texto explica que, treinta años después, sea reeditado y pueda ser leído con el mismo o, si me apuran, incluso con mayor interés. Bueno, hay que tener en cuenta que ni siquiera el cadáver del padre ha perdido su mala salud de hierro.

El libro consta de dos partes. En la primera las pesquisas giran en torno a las causas de la resistencia del público ante las propuestas de la iconoclastia artística. García Pintado, poseedor de una veta satírica -no en vano dirigió la revista Hermano Lobo– aporta un punto de vista congruente: «…todo arte que se propone una ruptura con los modelos estético-sociales de precepto es burlón, corrosivo, sarcástico… y, en suma liberador. No se insistirá suficientemente en esa especificidad de la vanguardia, que le permite volar sobre la pesantez del híbrido academicista que exhibe la seriedad del asno, y sobre las falsas encarnaciones de lo moderno. El auténtico humor es el zahorí que con su varita radiestésica detecta las supercherías adulteradoras y desenmascara a los falsarios».

También detecta el feísmo como «rasgo característico general a todas las vanguardias artísticas». No podemos olvidar la parcial estética de lo feo, algo sobre lo que profundizó Karl Rosenkranz en el siglo XIX. Relacionable, a su vez, con lo cómico, para desembocar en la caricatura.

Me parece interesante encontrar lejanos antecedentes históricos, que ponen de relieve inclinaciones persistentes, al menos como sustrato de actitudes propias del género humano, compatibles con un grado de excepcionalidad. Así, cuando se refiere de pasada García Pintado a dos obras que sacaba a relucir el español Leopoldo Castedo, profesor en la Universidad de Nueva York, <<para demostrarnos que existió un «teatro del absurdo» en nuestro Siglo de Oro. Se trata del «Auto de las Cortes de la Muerte», de Carvajal y Hurtado, y del auto sacramental de Lope de Vega, «La Araucana»>>. También recoge de otras fuentes, este documentado ensayo, figuras bien diversas en el árbol genealógico del surrealismo: Raimundo Lulio, Jonathan Swift y Athanasius Kircher.

En la sociedad actual, afectada por las crisis económicas cíclicas del capitalismo, y más ahora mismo, con una recesión de caballo, la vanguardia tiene alojamientos extramuros: <<Guetos para que los «vanguardistas» vomiten y hagan sus necesidades, se desahoguen, griten o se peleen entre ellos>>. Y, si no lo encierran en el gueto, beneficiado por un  indulto,  el arte queda para figurar como adorno de la clase dominante, sin capacidad de subversión.

Dos revoluciones que no convergen
La segunda parte de la obra estudia el frustrado maridaje  entre dos revoluciones: la soviética y la artística. El entendimiento no resulta fácil, ni mucho menos. << Cuando a Lenin se le abordaba – cita García Pintadopara saber su opinión sobre  las obras del arte moderno, solía responder sonriente: «Yo no comprendo nada de esto. Preguntad a Lunacharski»>>. Anatoli Vasilievich Lunacharski era su Comisario  de Cultura, el cual se autodefinía «como un intelectual entre  los bolcheviques y  no un bolchevique entre los intelectuales».

Una breve digresión por parte del lector-comentarista. Con el denominador común de la «intelligentsia» se alinea habitualmente a filósofos, científicos, profesores con ideas propias y otros especímenes  del pensamiento, como escritores y artistas; pero  estos dos últimos gremios, dentro de ese conglomerado  general, terminan quedando en muchos  análisis sin un tratamiento propio, en cuanto a sus significaciones específicas. Por eso no abundan las exégesis en las que hallar puntos de vista reveladores.

Pues bien, aunque el autor  de la obra que nos ocupa considera a Troski y a Lunacharski entre las mentes más lúcidas, en relación con los fenómenos de su hora, no los ve exentos de incomprensión, por ejemplo, ante las vanguardias teatrales.

Ya en el extremo, leemos en estas páginas resistentes a la oxidación, que «…tanto Hitler como Stalin decapitan el arte nuevo en sus respectivos países». Stalin entendía a los escritores sociales, como es sabido, bajo el criterio de una especialización técnica mostrenca, en cuanto «ingenieros de almas». No aceptaba el alejamiento conceptual entre quien cumple funciones prácticas al dictado de las pesas y medidas y quien puede crear en alas de la imaginación y la libertad. Bien es cierto que luego se estableció la consideración de las industrias culturales, de fabricación de noticias, de ingeniería financiera, etc. etc. ¡Así nos va!

Realmente el poder será proclive al artista que le sirva; pero, sistemáticamente, tratará de manipularle, individual y colectivamente, para las conveniencias de quien ejerce potestades.  Como lanzadores de dardos se ha dado beligerancia a los bufones, en plan de gracia otorgada. Los márgenes de tolerancia para escritores y artistas, por lo demás, tienden a ser restringidos en cuanto molesten como tábanos. Cuando el carácter del poder político es totalitario, las reacciones se hacen extremas, hasta llevar al suicidio y a otras variantes de óbitos provocados.

Ánge Ángel García Pintado

Ánge Ángel García Pintado

Lo público y lo arcano
Hay que tener en cuenta, además, que sabemos lo que trasciende públicamente: manifiestos y manifestaciones varias en el mundo artístico, en paralelo a variados escenarios de la vida social;  pero, en otro estrato, están los «arcana imperii», aludidos por Norberto Bobbio cuando escribe en estos términos: «…las teorías según las cuales es lícito para el Estado lo que no es lícito para  los ciudadanos privados y, por tanto, el Estado se ve obligado, para no dar escándalo, a actuar en secreto». Estos misterios, a veces quedan desvelados con el paso del tiempo; pero otras veces, ni por esas. Una cierta calima dificulta otear el sentido de la evolución de muchas cosas. De ahí, la necesidad de guías en las selvas y de «sherpas» en las cumbres, que nos despejen veredas para avanzar por rutas con dificultades.

«El cadáver del padre (artes de vanguardia y revolución)» está escrito con la prosa clara y ágil que tiene acreditada Ángel García Pintado en una treintena de obras de teatro y en las novelas editadas por Anaya/Mario Muchnik: «Allá va mi cuchillo» y «El cielo». Como poeta, en 2008 salió su libro «Crónica del abismo (poema inacabado)». La creatividad se combina indefectiblemente, en toda su obra literaria,  con un castellano de raíces vallisoletanas, que, por lo mismo, posee garantía de origen.

Su actividad periodística no es abarcable en un párrafo donde apenas cabe enumerar algunas Redacciones por las que ha pasado: «La Verdad» en Alicante; «Abc», ya de vuelta en Madrid; «Cuadernos para el Diálogo», como redactor-jefe en la etapa de semanario; y la Agencia Efe, como jefe de cultura. En los últimos años mantiene espacios sobre temas culturales en «La Verdad». Empezamos juntos como alevines en el Periodismo y esos tiempos no se olvidan nunca. Profesionalmente, entonces Ángel prometía. Luego, el trabajo concienzudo y la experiencia han acrecentado sus facultades hasta con convertirlo en un periodista y  escritor de total solvencia.

Al echar su cuarto de espadas sobre las vanguardias, bajo el cuño editorial de «Los libros de la Frontera», Ángel García Pintado planta cara a los poderes y a los sometidos a sus dictados. Instalados en sus respectivas posiciones, aunque con el certificado de defunción del Estado Soviético, algunas cosas varían y muchas siguen igual. Pero libros así continúan siendo necesarios para ayudar a pensar y a comprender.