Bolivia
Andrés Soliz Rada (24/8/2013)
Bolivia, en sus 188 años de ruptura con el coloniaje hispano, ha transitado, con preocupante frecuencia, al borde de la disgregación interna o el reparto de su territorio por oligarquías vecinas. El hecho de estar reducida a un millón de kilómetros cuadrados, pese a haber nacido con el doble de esa extensión, muestra las dimensiones de su tragedia. La pretensión peruana de hacer desaparecer a Bolivia, sólo fue contenida por la Batalla de Ingavi, en 1841. La Guerra del Pacífico redujo al país a servidumbre de paso de la avidez chilena, alimentada por los ingleses. En Brasil, la burguesía de San Pablo considera que el gas de Tarija le pertenece. Augusto Céspedes, en el “Dictador Suicida”, recuerda que, a principios del Siglo XX, durante el gobierno de Ismael Montes, prominentes liberales aceptaron que Bolivia dejara de tener una personalidad independiente. Durante la Guerra del Chaco, el servicio de inteligencia paraguayo trabajó intensamente por la creación de la República Oriental de Santa Cruz. En 1959, la revista norteamericana “Time” estimó que era el momento de “dividir a Bolivia y sus problemas”. En 1971, las dictaduras militares de Argentina y Brasil se propusieron ocupar Bolivia si continuaba el gobierno del general Juan José Torres. En 2008, la “Nación Camba” tramitó en EEUU y Europa un protectorado sobre parte del país, a fin de facilitar sus planes separatistas.
Los intentos divisionistas y disgregadores se apoyaron en la débil conciencia nacional, cuya génesis se halla en la Asamblea Constituyente de 1825, la que engendró un país racista, en el que indígenas y mestizos carecían de representación política. La inter subjetividad boliviana atravesó una vía crucis para estructurarse. El cholaje encontró en el gobierno de Belzu (1848), el resquicio para intervenir en los destinos nacionales. Las mayorías indígenas y campesinas combinaron heroicas insurrecciones con trámites judiciales incesantes que demandaron la devolución de sus tierras de comunidad. Mientras Alcides Arguedas planteaba el exterminio de aborígenes, mediante bocaditos envenenados, entre quechuas y aymaras se predicaba la necesidad de expulsar a blancoides y mestizos Sólo la Guerra del Chaco (1932-1935) y la Revolución Nacional de 1952, abrieron rumbos unitarios a un país que parecía condenado a desaparecer.
EL HISTORICO CENSO DE 2012
Hasta el censo de 2012, no se tenía un referente claro para consolidar la unidad nacional. El censo demostró que Bolivia, pluricultural y multilingüe, es una unidad integrada por diversidades, ya que el 60 % de su población se siente mestiza. Tal sentimiento se expresó por la vía de afirmar que no pertenece a ningún grupo indígena.
El resultado causó desconcierto entre los “pachamámicos”, empeñados ahora en demeritar la encuesta. Es evidente que el censo de 2012, tuvo falencias organizativas, que no perjudicaron a los indigenistas.
Lo insólito ocurrió cuando el ultra indigenismo afirmó que el censo de 2012, no hacía sido “científico”. (Raúl Prada Alcoreza, Bolpress, 08-08-13), calificativo que no se utilizó para criticar al censo de 2001, por la sencilla razón de que el del 2001, determinó que el 62 % de la población boliviana se reconoció como indígena. Este reconocimiento permitió a las ONG de Europa y EEUU imponer la Nueva Constitución Política del Estado (NCPE) de 2009, que prácticamente reemplazó a la República por un Estado Plurinacional de 36 naciones indígenas, desconoció a la nacionalidad boliviana y determinó que ser mestizo era lo mismo que ser “ninguno”, es decir nadie.
EL REPLIEGUE DE LA AUTO ADSCRIPCION INDIGENA
En años precedentes, las discusiones en torno a saber quien es indígena y quien no lo es entraron en un callejón sin salida, cuando se advirtió que los parámetros relativos a color de piel, lugar de residencia, idioma, cosmovisiones o costumbres eran insuficientes, contradictorios y sujetos a evaluaciones subjetivas. El antropólogo noruego Frederick Barth, al sostener que “la identidad es lo que uno es y los otros creen que uno es”, llegó a la conclusión de que el indígena es la persona que se siente indígena (esta es la esencia de la auto adscripción), sin olvidar que las identidades son, al mismo tiempo, múltiples, mudables, transformables en el tiempo y en constante proceso de construcción. Por tanto, si en el censo de 2001, el 62 % de la población se declaró indígena era lícito remover los cimientos institucionales del país y poner las bases de un Estado Plurinacional.
Con este fundamento, la NCPE reconoció a 36 naciones indígenas, dotadas de territorios ancestrales (imposibles de delimitar), propietarias de los recursos naturales renovables, con derecho a consulta sobre los no renovables y protegidas por sus justicias comunitarias.
Fueron pocos los partidarios del indigenismo a ultranza que reconocieron las dimensiones del “tsunami” del 2012. El jesuita Xavier Albó, autor de una treinta de libros de antropología, demostró honestidad al admitir que el censo de 2012 implicó un retroceso del Estado Plurinacional. Por su parte, Eulogio Nuñez de la ONG CIPCA (fundada por Albó) anotó que la auto adscripción indígena enfrentaba un cambio radical. Pedro Portugal, director del Periódico “Pucara”, que refleja las inquietudes del mundo aymara, anotó que había llegado el momento de pensar más en lo que une a los bolivianos, que en lo que los separa.
¿Y LA AUTO ADSCRIPCION INDO MESTIZA?
Del 60% de la población que se declaró mestiza (o no indígena), el 40 % restante se dividió entre el 35% que se declaró quechua o aymara (en ese orden numérico), y el 5% restante que afirmó ser indígena. El haber cambiado los cimientos de Bolivia tomando en cuenta sólo a ese 5% demuestra la magnitud de la arbitrariedad sufrida. Cabe tener en cuenta que el censo 2012 se basó en el referendo que aprobó la NCPE con un contundente 64%. Este resultado confundió a los “pachamámicos” y les hizo creer que la identificación del país con el indigenismo sería permanente. Lo anecdótico del tema, sino fuera también aberrante, es que AGL comentó que el censo de 2012, había demostrado que Bolivia es cada vez más indígena, lo que promueve dudas de su coherencia para leer la realidad.
La NCPE, pese a reconocer, en su Capítulo 3, parágrafo 1, que el derecho a la auto adscripción alcanza a todos los habitantes, se impidió que los mestizos ejercitaran este derecho, por lo cual afirmaron su mestizaje por la vía de negar ser indígenas. El humus de la bolivianidad recogido por el censo de 2012, no cambiará por la realización de nuevos censos, ya que la migración creciente a las ciudades, donde el uso del castellano crece día a día, hace que nos encontremos frente a una realidad irreversible. En esa dirección, otro ideólogo aymara, Fernando Untoja, advierte que aymaras y quechuas se han dado a la tarea de conquistar el mercado interno a lo largo del país, muchos de los cuales han desarrollado contactos con proveedores chinos, lo que suma otro dato al avance indo mestizo.
EL CONVENIO 169 NO PROVIENE DEL ESPIRITU SANTO
Los “pachamámicos” se sintieron invencibles al aducir que la auto adscripción indígena no era una cuestión de censos, sino que forma parte de la esencia de la lucha anticolonial, reconocida por el Convenio 169 de la OIT, de 1989. Según este razonamiento, el 169 había llegado directamente de la estratosfera y no estaba contaminado con sucesos terrestres. Es obvio que semejante pretensión es insostenible. El 169, fue diseñado por los centros de poder mundial para consolidar su dominio después del derrumbe del muro de Berlín y de la desaparición del bloque de países controlados por la URSS. Fue en ese momento que el capital financiero, impuso, junto al 169, el Consenso de Washington y el neoliberalismo a ultranza, para luego determinar que las ONG formaran parte de las estructuras del Banco Mundial. El 169 tiene entre sus objetivos impedir que los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) terminen de romper su dependencia del poder financiero internacional y que otros países en vías de desarrollo sigan su ejemplo.
El sostener este punto de vista no significa ignorar la situación de marginalidad y opresión que sufrieron y sufren pueblos originarios en diferentes lugares del mundo. Quiere decir, en cambio, que estas aberraciones, junto al dramático tema del deterioro medio ambiental, deben ser enfrentadas por los Estados Nacionales, juntamente con las comunidades indígenas, cuyos puntos de vista deben pasar a formar parte de las decisiones del país en su conjunto. De esta manera, la suerte del planeta y de los pueblos originarios, en lugar de depender de las ONGs, financiadas por las transnacionales, la Banca Internacional y sus paraísos fiscales, pasará a la agenda que cada país debe elaborará en forma autónoma y soberana, sin dejar de recabar las opiniones de todas las organizaciones, corporaciones, comunidades y expertos de la sociedad civil.
Lo cierto es que la única posibilidad de vencer al poder omnímodo de la Banca Internacional, el principal enemigo de la humanidad, es a través de la creciente influencia de los países emergentes que, de manera cada vez más exitosa, cuestionan la dictadura de los banqueros. De los nuevos bloques de países emergentes debería surgir las bases de una nueva era civilizatoria, basada en la solidaridad, en la reciprocidad y en el cese de la explotación de las naciones oprimidas por naciones opresoras. Este es el camino real del socialismo del Siglo XXI. Infelizmente, los indigenistas a ultranza han demostrado incapacidad o complicidad para ubicar a los mayores responsables del deterioro ecológico, lo que también les impidió entender el antagonismo entre los países opresores y los oprimidos.
EVO, ALVARO Y LO INDOMESTIZO
La personalidad (siempre en evolución) de cada país es una síntesis de sus mestizajes interiores. Esa síntesis muestra la esencia de lo “ecuatoriano”, “colombiano”, “brasileño”, “argentino”, “chileno” o “boliviano” Y pese a que todos los latinoamericanos tenemos un fuerte común denominador basado en el idioma, las creencias religiosas, la historia y los anhelos compartidos, cada una de estas personalidades acaba por tener un sello propio y diferenciador. En Bolivia, esa síntesis se halla en nuestra identidad indo mestiza, la que, a diferencia de otras formaciones sociales de la región, tiene como especificidad el peso de la tradición quechua, aymara, de guaraníes y chiquitanos, principalmente. Es con el peso de esta identidad que Bolivia aspira a participar en la construcción de la Patria Grande.
Esta construcción de lo indo mestizo ¿fue impulsada o frenada por Evo Morales Aima y Álvaro García Linera? Ambos jugaron un papel contradictorio, ya que, en 2008, supieron derrotar los intentos separatistas de la “nación camba” y, a partir de 2009, frenaron la arremetida del indigenismo y de las ONGs, que habían logrado introducir en la NCPE el concepto errado de las 36 naciones, que pretendía construir un nuevo país sobre diversidades étnicas, lo que carece de sentido. Pese a estos aciertos, no comprendieron el alcance de lo indo mestizo, razón por la que se opusieron con uñas y dientes a que la opción mestizo sea incluida en el censo de 2012.
Evo advirtió que el negar el mestizaje le resulta útil para exportar su imagen de presidente de un país supuestamente indígena, a quien se ataca por estar gobernado por un indígena. Desde esa condición difundió loables propuestas ecologistas que no condicen con sus políticas internas, muchas de ellas condicionadas por transnacionales mineras y petroleras. AGL, por su parte, se aferra a la imagen de Evo para no tener que explicar muchas veces incoherentes.
¿DE CUAL INDIGENISMO ESTAMOS HABLANDO?
Recordemos que Evo, al conocer la debacle del plurinacionalismo, sólo atinó a decir que “el país había entrado a una etapa de desclasamiento y de mentalidad colonizadora”, en tanto Álvaro demeritó lo mestizo al señalar que se trataba de una categoría colonial. Fue Raúl Prada Alcoreza (RPA) el encargado de recordarle que también los términos blanco o indio eran conceptos coloniales, acuñados con fines tributarios. Seguidamente, RPA censuró la “soberbia desmedida” de AGL y su alarmante “ingenuidad política”, lo que le impedía advertir que continuaba atrapado por “categorías nacionalistas”, que creía refutar. Este es un ejemplo de la falta de coherencia entre personas que coinciden en negar al mestizaje su capacidad articuladora de la sociedad boliviana.
Lo cierto es que no es fácil confrontar ideas con el indigenismo, ya que esta 0corriente está plagada de contradicciones. Así, por ejemplo, el ideólogo aymara, Felipe Quispe Huanta, postula en libro que acaba de publicar la necesidad de “cortar los suministros de agua y electricidad, quemar a la ciudad (de La Paz), por una parte, y, por otra, asaltar al Palacio de Gobierno, los cuarteles, las casas de los ricos, para rebelarnos, una vez más, contra los q’aras ministros y otros de la zona Sur” (Tomás Molina Céspedes, “El Diario”, 10-08-13). Esta posición no coincide con la de otros indigenistas y kataristas (como el ex Vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas) que creen en la convivencia del indigenismo y el nacionalismo, las que forman parte de la construcción indo mestiza que proponemos.
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