España
Diego Camacho (23/8/2013)Gibraltar
Al contrario de lo que suele suceder en las crisis internacionales, al gobierno español se le ha visto muy cómodo con la tensión surgida por el asunto de Gibraltar. Inmediatamente fueron conscientes que las provocaciones sufridas en aguas del Estrecho iban a desplazar al asunto Bárcenas de la atención, tanto de la prensa como de la opinión pública en este largo y caluroso verano. Los mensajes cruzados entre Picardo y Cameron con Rajoy, permitieron a este último mostrar una firmeza de la que ha carecido en su gestión gubernamental y presentar una imagen que nada tenía que ver con la del político marrullero que ofreció en su comparecencia parlamentaria del 1 de agosto.

Lamentablemente la oportunidad que ofrecieron los británicos no fue bien aprovechada para conseguir el apoyo internacional. Como primer paso, García-Margallo avanzaba su idea de presentar el problema ante el Consejo de Seguridad (CS) de la mano de Argentina, en lugar de hacerlo ante la Asamblea General (AG) de la ONU. Gran Bretaña tiene en el Consejo de Seguridad, como miembro permanente, derecho de veto por lo que ninguna Resolución contraria a sus intereses puede prosperar; mientras que en la Asamblea General cada país es un voto y aunque sus Resoluciones no son vinculantes si podría obtenerse una de carácter reprobatorio y que sin duda tendría un impacto ante la opinión pública internacional más efectiva que un intento derrotado en el Consejo de Seguridad.

El segundo mal paso de Rajoy fue permitir el atraque de buques de guerra británicos en la base de Rota e incluso unir a la escuadra inglesa un buque de guerra español durante parte de la travesía y que el ministro de Defensa, representante de los intereses de la Corona de España en el gobierno, saliera diciendo que las maniobras estaban programadas. Es esperpéntico que un miembro de la Unión Europea ejerza sobre otro aliado la “política de la cañonera” al más puro estilo de la guerra del opio del siglo XIX, y encima el amenazado trate de encubrirlo.

El tercer error del Presidente y el del portavoz el ministro de Asuntos Exteriores ha sido traer a colación el asunto de la soberanía. No era el momento idóneo pues el origen de la provocación, el lanzamiento de bloques de hormigón al mar era el asunto central, e introducir el tema de la soberanía es desenfocar el tema y de hecho admitir que el gobierno de Gibraltar este presente en ese asunto. Lanzamiento de bloques de hormigón a la bahía, contrabando y blanqueo de capitales son los tres asuntos que hay que poner encima de la mesa. Lo otro es devolver el favor a Cameron y Picardo en que se salgan con la suya.

Gibraltar es el símbolo del imperio británico, conquistada por un almirante inglés en nombre del pretendiente derrotado al trono español, durante la guerra de sucesión y obtenido por Gran Bretaña en el Tratado de Utrecht en 1714. Ese imperio dejó de existir en 1945, pues el papel que hasta ese momento representó sería asumido por EEUU desde la administración del Presidente Truman. Vivir la nostalgia del imperio pasado a cuenta de la Roca es una ridiculez, cosa de ingleses.

A nosotros nos compete de momento hacer respetar las leyes e impedir que esa colonia bajo la coartada de respeto a la población autóctona sea un paradigma de delincuencia internacional organizada.