El Rey y SuarezEspaña
Diego Camacho (2/4/2014)
Ha resultado emocionante y magnífica la despedida que el pueblo ha dado a Adolfo Suárez, primer Presidente democrático desde la guerra civil. La Casa Real y la casta política se sumaron al homenaje, en clave de farsa, como un vulgar trampantojo que pretendiera engañar al ciudadano. Él representaba la esperanza de toda una generación que soñaba en lograr, mediante la comprensión y la concordia política, una nueva época que superara los enfrentamientos ideológicos de la generación anterior y que permitiera por medio de la democracia recuperar la soberanía para la nación española.

Los principales causantes de su caída estaban situados en los primeros bancos de la Almudena, muy cerca de la familia como se hace en Sicilia. Allí se entremezclaban los causantes de la quiebra del Estado de Derecho con corruptos e imputados de todo signo, representantes de todo lo contrario por lo que Suárez luchó.

Es cierto que procedía del Movimiento, que su apego por la democracia era una vocación tardía y que su preparación política presentaba importantes lagunas. No obstante, tenía una gran capacidad para la negociación y el acuerdo; se enfrentó a los retos planteados con valentía y sin rehuir nunca las responsabilidades del cargo y sobre todo fue capaz de enfrentarse al Jefe del Estado para salvaguardar la soberanía nacional.

El replanteamiento de los intereses estratégicos norteamericanos en el Mediterráneo unido a la ambición de la clase dirigente para alcanzar el Poder, aunque fuera por medio de un golpe de Estado que hiciera peligrar el joven régimen constitucional español, fueron en definitiva los dos principales factores que intervinieron en su dimisión. Planteada ésta para evitar una moción de censura, no consiguió detener el plan golpista de Armada, alentado desde la Zarzuela por el Jefe del Estado y respaldado por los principales líderes del momento, a excepción hecha del líder de Fuerza Nueva, Blas Piñar.

La soledad que sufrió, desde mayo de 1980, por el abandono y la traición de los “sicilianos” de la Almudena fueron una verdadera tragedia política. Se desplazaba del Poder al primer Presidente de nuestro sistema político gracias a la injerencia inconstitucional del Jefe del Estado, con la complicidad de unos políticos nada interesados en fortalecer y perpetuar una auténtica democracia en España. Después llegaría el 11–M y la corrupción como imperativo categórico de nuestra vida política.

N. de la R.
El autor es Coronel del Ejército y Licenciado en Ciencias Políticas.