Internacional
G. H. Guarch (20/9/2014)
Señor Secretario General.
Si me lo permite le expondré mi criterio sobre la Cuestión Armenia. Comenzaré por algo obvio. En la actualidad Turquía es un gran país, y los turcos personas que luchan por su lugar en la vida como todos los demás seres humanos. A pesar de ello, aun hoy, el gobierno de Turquía sigue empeñándose en no reconocer el genocidio armenio, en negarlo, sin comprender que ese paso podría significar una catarsis nacional que le
ayudaría en su transformación en una nación europea y moderna.
Es evidente que existe una cuenta pendiente que Turquía tendrá que saldar si quiere ser el país que podría llegar a ser. Esa cuenta se llama la Cuestión Armenia, y quiero demostrarle que es importante para los armenios y para
todo el mundo. Creo, con el profesor Ohanian, que la Cuestión Armenia y dentro de ella el Genocidio Armenio, no solo se trata de una cuestión local y nacional, sino que tiene vinculación con la paz de Europa y que de su solución dependerá la pacificación, progreso y prosperidad del Próximo Oriente. En la vida es más fácil inclinarse ante los fuertes, aunque la razón no les asista, pero sabe usted muy bien que si los fuertes actuaran en conciencia el mundo sería muy diferente. Hablemos pues de ello sin perder de vista lo esencial.
Si no le importa comenzaré por el principio, por la propia definición de genocidio. Como sabe la palabra genocidio fue creada por el jurista judío polaco Raphäel Lemkin en 1944, basándose en la raíz “genos”, en griego, familia, tribu o raza, y “cidio”, del latín caedere, matar. Lemkin quería referirse con este término a las matanzas por motivos raciales, nacionales o religiosos. Su estudio se basó precisamente en el genocidio perpetrado por el imperio otomano contra el pueblo armenio en 1915. Lemkin luchó eficazmente para que las normas internacionales definiesen y prohibiesen el genocidio. Tiene por tanto el profundo reconocimiento de la humanidad por su aportación y aclaración de un concepto fundamental para la justicia.
Intentaré pues centrar el tema jurídicamente. Perdonará la densidad conceptual, pero me gustaría remarcar algunos puntos importantes. Según la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio de 1948 y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998, se entenderá por genocidio cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal, la matanza de miembros del grupo, la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, las medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, y el traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo. Con ello queda definido el marco jurídico legal y penal, a nivel internacional. Lo que los turcos otomanos cometieron contra los ciudadanos otomanos, por el hecho de ser armenios y cristianos, fue un genocidio. Un crimen de lesa humanidad regulado por la Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad de 26 de noviembre de 1968. Por tanto sigue ahí, totalmente vigente, intacto, imprescriptible. Aunque no lo acepte ni lo reconozca, el gobierno turco sabe muy bien que tiene encima su propia espada de Damocles.
El Parlamento Europeo, en su sesión del 14 de noviembre de 2000, instó al Gobierno Turco a reconocer el Genocidio Armenio. Posteriormente, el Parlamento Francés, probablemente la nación que más ha hecho por Armenia y por los armenios, el 18 de enero de 2001 aprobó por unanimidad la ley que condena al Genocidio Armenio. En la actualidad, la Corte Penal Internacional es el instrumento del que la comunidad de naciones se ha dotado para intentar evitar que vuelvan a suceder hechos semejantes. A lo anterior respondió el gobierno turco con un decreto el 14 de abril de 2003, del Ministerio Turco de Educación Nacional, enviando un documento a los directores de los centros escolares, en los cuales se obligaba a los alumnos a negar la exterminación de las minorías y fundamentalmente la de los armenios. Sin comentarios.
Si me lo permite le haré ahora un breve resumen histórico de cuál era la situación en la que se fundó la república de Armenia, desde unos territorios que ancestralmente eran armenios, por cierto de entre los más antiguos cristianos, por dejarlo claro, poblados por gentes cristianas que hablaban armenio, que habitaban poblaciones construidas por armenios, con la arquitectura tradicional armenia, en las que se enseñaba el armenio, existían bibliotecas de libros armenios, donde se pensaba, se soñaba y se moría en armenio. Allí, en 1915, comenzaron, mejor dicho prosiguieron, pues no era la primera vez que sucedían, las matanzas, las deportaciones, las violaciones, la aniquilación integral de una cultura, los saqueos, la apropiación indebida, la usurpación de una realidad existente. Todo. En realidad podríamos definirlo como el paradigma de un genocidio. El empeño de borrar definitivamente al “otro”. Por eso Lemkin creó esa palabra fundamental.
La forma, por tanto, de vacunarnos contra la injusticia, la falta de ética y la inmoralidad de algunos políticos, es recordando permanentemente a las víctimas de los mismos, intentando evitar que la memoria del primer genocidio del siglo XX desaparezca en el olvido de las nuevas generaciones. Los armenios no han querido olvidar nunca lo que ocurrió entre 1915–1916, el terrible genocidio al que los turcos -de entonces– sometieron a esa minoría cristiana que estorbaba a sus afanes de “turquificar” el Imperio Otomano poco antes de su inevitable disgregación. Como durante cien años hasta la fecha, en abril de 2015, se celebrará la conmemoración del Centenario de este Genocidio.
En el río revuelto de la primera gran guerra mundial, unos cuantos políticos ambiciosos y corruptos entendieron que la mejor forma de conseguir la homogeneización, que creían el mejor camino para sus fines, era eliminar a las minorías, y fundamentalmente a las que les plantaban cara por su importancia cultural, económica y sobre todo, por el contraste que una cultura cristiana tenía dentro de un imperio islámico regido por un sultán, que además ostentaba el título de califa, es decir, jefe espiritual musulmán de ese imperio.
Señor Secretario General: Como sabe usted muy bien, cerca de dos millones de armenios desaparecieron en una acción implacable, injustificable de aquel gobierno otomano. Se quiso borrar la huella de una importantísima minoría, y para ello se emplearon métodos y sistemas, que posteriormente sirvieron en otros lugares del mundo, en otros países, por su mortal eficacia. Fue precisamente en la Armenia turca donde se utilizó la expresión “Solución final” y otra de igual calibre, “Espacio vital” o “Lebensraum”.
Pascual Ohanian ha dicho con clarividencia: “El genocidio es un acto de máxima agresión de un Estado contra los derechos de un grupo social con intereses propios. Acto que está inscripto en las académicas y graves páginas de la Historia. Por su naturaleza humana, se premedita, ocurre en un lugar determinado y en la planificación y ejecución participan individuos que observan, piensan, hablan y viajan. Esa urdimbre de visiones, pensamientos, palabras y tránsitos acrecienta la dimensión del acto criminal, cuyo alcance llega a dañar a las personas y a la paz no solamente de un grupo social restringido sino a la de toda la humanidad en medio de la cual estamos nosotros. Nadie es ajeno al genocidio que sufra cualquier pueblo”.
El Genocidio de Armenia abrió la puerta a otros genocidios del siglo XX, un siglo que se recordará como una de las etapas más oscuras de la historia de la humanidad, en la que el hombre era un lobo para el hombre. Por eso lo que ocurrió en Armenia tiene una enorme importancia y no debemos olvidarlo, muy al contrario, investigar cuáles fueron los motivos, las justificaciones, las filosofías y las políticas que se dieron para que tal hecho ocurriera. ¿Cómo podría quedar impune algo semejante?
Si me lo permite procederé a detallarle un resumen de los hechos que condujeron a la situación actual de facto. Al finalizar la Gran Guerra, es decir la Primera Guerra Mundial, la derrota del imperio otomano llevó a la disgregación del imperio, lo que significó el levantamiento de los nacionalistas turcos y el inicio de la llamada Guerra de Independencia Turca. En respuesta bélica al Tratado de Sèvres, (por cierto, un tratado aceptado por el sultán y por el gobierno otomano), los nacionalistas turcos liderados por Mustafá Kemal se levantaron tomando el poder, combatiendo contra griegos y armenios, atacaron la parte de los territorios asignados y controlados por Armenia, logrando mantener la posesión de toda Anatolia y parte de la Tracia Oriental, liquidando las zonas de influencia de Francia e Italia según Sèvres. De este modo Armenia, que recibió una mínima aunque interesada ayuda de los británicos, se vio atacada al mismo tiempo por Azerbaiyán, gobernada por los comunistas, y en junio de 1920, prácticamente aniquilada y exhausta, se vio obligada a firmar una tregua para poder atender al frente turco. En julio los turcos apoyaron la toma del poder por los comunistas en Najichevan, donde se formó una República soviética. Preferían eso a que los armenios se hicieran allí con el poder. Más tarde Armenia sufrió la invasión soviética desde Azerbaiyán, que había sido invadida por los bolcheviques en 1920. En septiembre de ese mismo año, Armenia, se encontraba arruinada, acosada, desfallecida, sin armamento adecuado, sin tropas suficientes, con los supervivientes al borde de la inanición, viéndose obligada a ceder Zangechur y Nagorno-Karabagh, así como el gobierno de Najicheván. La guerra siguió contra Turquía, que prosiguió su avance. En noviembre los turcos tomaron Alexandropol, y en diciembre de 1920 se firmó la paz, en virtud de la cual Armenia renunciaba a todos los distritos de Asia Menor que antes de la guerra habían sido turcos, así como a Kars y Ardahan, reconociendo además la independencia de Najicheván.
El Tratado de Kars, de octubre de 1921, definió la división del antiguo distrito ruso-armenio de Batum. La parte norte, incluyendo el puerto de Batum, fue cedida por Turquía a Georgia. La parte sur incluyendo Artvin, se adjudicaría a Turquía. Se acordó que a la parte del norte se le concedería autonomía dentro de la Georgia soviética. Como usted comprenderá Señor Secretario General, dicha partición no se acordó con los armenios, a los que ni siquiera se consultó. Los turcos no aceptaban que los armenios tuvieran acceso al mar, ni en ese puerto, ni en ninguno. El acuerdo también creó una nueva frontera entre Turquía y la Armenia Soviética, definida por los ríos Akhurian y Aras. Los soviéticos cedieron a Turquía la mayor parte del antiguo Óblast de Kars del antiguo imperio ruso, incluyendo las ciudades de Igdir, Koghb, Kars, Ardahan, Olti, las ruinas de Ani, así como el lago Cildir, que incluía la antigua Gobernación de Erevan comprendida entre el río Aras y el Monte Ararat. Todo ello demuestra que los armenios no pintaban nada en todo el asunto. Dicho de otro modo no se les permitió intervenir en su propio futuro. Eso no es algo nuevo en la historia. Por estas concesiones, Turquía se retiró de la provincia de Shirak en la actual Armenia, que ganó Zangezur, la parte occidental de Qazakh y Daralagez, en Azerbaiyán. El tratado también incluyó la creación de Najicheván. Al año siguiente las naciones de la Transcaucasia fueron convertidas en la República Federal Socialista Soviética de Transcaucasia y anexionadas a la Unión Soviética, sin posibilidad de evitarlo por parte de Armenia, que no tuvo arte ni parte en la elección de su propio destino.
Si usted me lo permite, Señor Secretario General, todo ello significó un verdadero desastre para los armenios que no pudieron protestar ni negarse, ya que en aquellos momentos su situación límite no se lo permitía. Al menos se habían rescatado Ereván y Echmiadzin, como bien se dice, la cabeza y el alma de la patria armenia, sin querer olvidar ni hacer de menos a ninguna de las otras provincias. Pero lo que desde entonces los armenios reclaman es el resto del cuerpo armenio. Ya hemos explicado que entre unos y otros se apropiaron gran parte de lo que era la Armenia histórica mediante la fuerza, la violencia, el saqueo y las artimañas diplomáticas. Estará usted conmigo, Señor Secretario General, que entonces, ni los británicos, ni mucho menos los turcos de
Kemal Ataturk, ni los otros actores del tratado, tenían capacidad legal ni estaban autorizados a actuar en nombre de Armenia, como antes tampoco podían hacerlo los alemanes y los rusos. Digamos que Armenia se transformó en una excusa, en un mero artificio y su nombre se utilizó por terceros interesados, llevándose a cabo un enorme fraude de ley que sigue ahí vigente aguardando su reparación histórica.
Como conoce usted muy bien, el 24 de julio de 1923 se firmó el Tratado de Lausana, al que podríamos definir como un tratado-parche, que solo afectó a determinados aspectos del Tratado de Sèvres. Me permitirá si literariamente defino a este como un tratado tan frágil como la porcelana. Por centrar el tema a nivel conceptual, Sèvres se refiere en sí mismo a la Gran Guerra, mientras Lausana a lo que concierne a las acciones ocurridas posteriormente hasta finales de 1922. En Sèvres se encuentran por un lado los Aliados y por el otro Turquía, con la pretensión –solo la pretensión- de dar por finalizada la gran guerra y reemplazarla por una paz justa y duradera, a cualquier costo. Lausana se refiere en concreto y claramente a la suspensión de los actos armados de los kemalistas que violaron el armisticio de Mudros. Supuestamente Armenia fue la gran perdedora ya que no se le permitió participar.
Hay algo fundamental que me gustaría remarcarle Señor Secretario General: Si la república de Armenia no participó de la conferencia de Lausana ni firmó el tratado, eso significa que no se creó ninguna obligación jurídica para ella. Ahora bien: Lausana no hace mención alguna acerca de la caducidad del Tratado de Sèvres, que a todos los efectos sigue siendo un documento absolutamente vigente en el derecho internacional, y las obligaciones de Turquía surgen de la sentencia arbitral contenida en el Tratado de Sèvres, formulada por el presidente Woodrow Wilson. El Tratado de Lausana no hace ninguna mención de Armenia, aunque si se refiere a las minorías no musulmanas de Turquía, y la conformación legal del territorio de la república al crearse Turquía a partir del imperio otomano. En el primer párrafo se menciona “Turquía renuncia a todos los títulos y derechos relativos a todos aquellos territorios e islas que se encuentran fuera de los límites fijados por este tratado, salvo aquellos por los cuales se ha reconocido su soberanía. El futuro de esas islas y territorios lo resuelven o lo resolverán las partes interesadas”. Como mantienen los expertos internacionales en el tema, el único límite que no fue tratado fue la frontera armenio-turca, por lo que podemos afirmar que en derecho, las fronteras de Armenia siguen siendo las fijadas en Sèvres. La llamada Armenia Wilsoniana.
Por ello sería muy importante que todos supieran lo que allí sucedió una vez, y porqué los armenios no consiguieron sus expectativas históricas. ¿Por qué Najichevan, el Karabagh, Kars, Trebisonda, Van, Erzerum, y otros lugares que siempre habían sido parte de la Armenia histórica no forman parte actual de Armenia? Le diré algo Señor Secretario General: tengo la certeza de que en el futuro todo ello se dilucidará en las Naciones Unidas. No existe otra posibilidad. Contra lo que pudiera parecer la historia es siempre un libro abierto, nunca cerrado, aunque algunos se empeñen en lo contrario. Por eso la labor de historiadores y escritores como Pascual Ohanian, Vahakn Dadrian, Yves Ternon, Johannes Lepsius, Varoujan Attarian, Jacques Derogy, Ashot Artzruní, Haik Ghazarian, Henri Verneuil, Nikolay Hovhannisyan, Rouben Galichian, Béatrice Favre, y podría mencionarle muchos otros, es tan importante y no solo para los armenios. Lo que está en juego es nada más y nada menos que la credibilidad de las propias Naciones Unidas y por tanto de las reglas de juego que los seres humanos nos hemos dado para resolver estos conflictos de una manera civilizada y culta.
Lo que voy a decirle lo sabe usted muy bien. A la pregunta que usted podría hacerse acerca de si mantener la memoria viva serviría de algo, no tengo la menor duda sobre ello. ¿Cuál sería la alternativa? No hay alternativa posible. Tenga la absoluta certeza de que entre todos, los armenios de una parte y los amigos de la verdad y la justicia de otra, estamos construyendo una base de pensamiento moral que preservará para siempre esa memoria.
Y además hay algo muy importante: la tozuda realidad. Con lo que no contaron los perpetradores fue con la proverbial memoria de los armenios. Eso no lo van a olvidar nunca. Nunca. Si el mundo del futuro aspira a tener unos cimientos sólidos basados en la justicia, tendrá que poner el genocidio armenio sobre la mesa previamente a cualquier tratado, acuerdo, convenio, propuesta, iniciativa internacional con Turquía. Se trata de una cuestión IMPRESCRIPTIBLE.
Señor Secretario General: En Turquía, en Anatolia, en lo que fue un día el reino histórico de Armenia, quedan miles de vestigios de aquella cultura, de una forma de vida, de una civilización cristiana, con las ruinas de centenares de iglesias y ermitas, estelas de piedra rotas y enterradas que marcaban los cruces de los caminos, no importa que los historiadores lo recojan minuciosamente, que gran parte de Anatolia, en realidad desde la costa mediterránea de Asia Menor, hasta las agrestes montañas del Cáucaso, estén repletas de símbolos y piedras grabadas con escritura armenia, con las pruebas físicas de una presencia cuya ausencia la hace más evidente. Todo ello demuestra que en un tiempo aquel lugar fue muy diferente, por mucho que se empeñen en ocultarlo, en arrasarlo y en decir que todo es falso, que no hubo tal genocidio, que Armenia no existió, que apenas fue una pequeña comunidad. Pero sabe usted bien que las piedras son muy tozudas, y que al final la historia pone a cada uno en su lugar.
Los armenios, ya sean de la Republica de Armenia o en muchos casos ciudadanos de derecho de otros países, aunque de corazón siguen perteneciendo a Armenia, a la Armenia de siempre que sigue estando ahí, aguardan el día de ese reconocimiento con impaciencia y con la certeza de que llegará, como un acto de justicia, que cierre definitivamente las heridas abiertas hace ahora ya cien años. Los armenios tienen buena memoria, pero sobre todo poseen una enorme dignidad y no han querido olvidar nunca lo que ocurrió durante 1915–1916.
Por ello Señor Secretario General es tan importante el Centenario de este Genocidio que intenta evitar que la memoria del primer genocidio del siglo XX, desaparezca en el olvido. En efecto, la única manera de prevenir que sucesos tan atroces puedan volver a suceder es no olvidarlos nunca, para que las nuevas generaciones sepan que sucesos tan increíbles y espantosos no son leyendas ni patrañas, sino hechos espantosos y trágicos que sucedieron realmente. Como conoce usted muy bien Señor Secretario General, la única manera de vacunarnos contra la injusticia, es recordando permanentemente.
Gracias por su atención en nombre de las víctimas.
N. de la R.
En espacioseuropeos hemos publicado varios artículos sobre el “holocausto armenio” que pueden ver en GENOCIDIO ARMENIO.
G. H. Guarch es escritor, y está en posesión de la Medalla de Oro al Mérito Cultural de la República de Armenia 2002; Premio Garbis Papazian (agosto de 2007); y Premio Movses Khorenatsi en 2013.
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