Sin Acritud…
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(21/3/2015)
Un antiguo libro, seguramente apócrifo, que data de 1920 titulado “Clasificación Sistemática de los Crímenes” firmado por un tal Jacobo Ripper (que imagino un pseudónimo), hace una detallada taxonomía de tales actos, en la que podemos encontrar una categoría a la que denomina “Crímenes que provocan la muerte”. Esta categoría genérica engloba varias especies o sub-categorías entre las que me parece interesante destacar a tres: La primera comprende a los crímenes que son fruto de la pasión, la segunda a los crímenes que surgen de la necesidad y la tercera a los crímenes que se originan en la codicia.
Los crímenes de la necesidad surgen de la indigencia, de la penuria y de la estrechez y son los más fáciles de entender. Nadie condena a un animal hambriento si mata, pero nadie le perdona la vida se acerca demasiado.
Los crímenes pasionales nacen, según el autor, de una debilidad del alma que tiene dos dimensiones inescindibles que el “vulgo” (usos sus palabras), denomina como amor u odio. Para Ripper son equivalentes, de ahí el uso de la conjunción que las equipara. Mientras más intenso sea el amor, mayor será el odio que formará el caldo letal que desencadenará, tarde o temprano, la muerte del amado, del que ama o de ambos.
La última categoría está conformada por los que surgen de la codicia o ambición y que Ripper engloba como “Crímenes del poder”. Ocupan la cúspide de su pirámide criminal y está integrada por aquellos cuyos propósitos exceden las necesidades de un hombre común y no pueden ser explicados por sentimientos básicos o razones elementales. A diferencia de los anteriores, la eliminación de la víctima no es el final de la historia sino el comienzo de un drama complejo cuyo sentido o significado, la mayor parte de las veces permanecerá ajeno a la mayor parte de las personas, que sin embargo sufrirán ineludiblemente sus consecuencias.
La conspiración que acabó con la vida de Julio César es un buen ejemplo de este tipo de actos. El grupo de senadores entre los que estaba su propio hijo adoptivo Bruto, quería evitar que Julio César amenazara a la República a partir de su prestigio militar. Sin embargo ésta vería igualmente su fin con el asesinato que provocó el advenimiento del Imperio, encabezado por el sobrino de Cesar cuyo nombre fue Octavio y que asumió como César Augusto, el primer emperador romano.
Para muchos, la familia Borgia fue la primera gran familia criminal o mafiosa de la historia, dado que organizó un imperio sustentado por el crimen y la traición.
Una de sus sedes fue el papado ocupado en su momento por Rodrigo Borgia con el nombre de Papa Alejandro VI y que tuvo otros notables émulos en la silla de Pedro hasta bien entrado el siglo XX. No pocos concuerdan que la inesperada muerte de Juan Pablo I, cuyo nombre terrenal era Albino Luciani, fue el fruto de intrigas palaciegas entrecruzadas con otros crímenes misteriosos, tradición largamente respetada en el Vaticano.
El siglo XX ofrece otros ejemplos dramáticos como el asesinato del Archiduque Francisco Fernando que desencadenó la primera guerra mundial, de León Troski en 1939, de John Kennedy en 1963, de Martin Luther King en 1968, etc. Todos crímenes oscuros que admiten múltiples versiones.
La Nación Argentina desde sus comienzos como país independiente exhibe el asesinato del Virrey Santiago de Liniers, (héroe de la resistencia contra las fallidas invasiones inglesas al Río de la Plata) y la dudosa muerte de Mariano Moreno (Secretario de la Primera Junta de Gobierno), como los primeros crímenes del poder en nuestro país. En el transcurso de su joven historia Argentina empañará su destino con numerosos muertos y cadáveres que superan en importancia a los vivos.
Una característica de los “crímenes del poder”, es que importa menos el autor material que el autor ideológico del crimen y ambos datos son todavía menos importantes que las consecuencias que desencadenan. En el juego del poder, los muertos no se sacan del tablero como en el juego del ajedrez, sino que quedan por siempre y pueden ser de utilidad al más inesperado de los múltiples jugadores que intervienen en este juego plural.
Los muertos pueden convertirse en un verdadero obstáculo y muchas veces ocupan un lugar más importante que los vivos. No siempre quienes pretenden beneficiarse convirtiéndose en su voz de ultratumba salen beneficiados. Es claro que, como los muertos ya no pueden morir, desencadenan una maldición desde su eternidad convirtiendo a los vivos en contemporáneos del pasado. Ripper, termina su libro imaginando un diálogo en el averno entre César Borgia y Maquiavelo en el cual el Príncipe le pregunta al Escritor:
– Maquiavelo, ¿Quienes son esas sombras que pasan a lo lejos, cubriéndose los ojos? ¿Los reconocéis?
– ¡Son muertos, mi señor, que reclaman a Dios el descanso que han perdido con su crimen!
N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Diario el Peso.
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