Fernando Maura Barandiarán, diputado nacional por Ciudadanos.

España
Espacios  Europeos (12/9/2018)
La cuarta entrega de esta serie de artículos, en la que tratamos de recoger la opinión de otros medios y también la de nuestros colaboradores, acerca de la exhumación de los restos de Franco, corresponde a Fernando Maura Barandiarán, diputado nacional por Ciudadanos. Maura ejerce, entre otras funciones, la de Portavoz de la Comisión de Asuntos Exteriores y de la Comisión Mixta para la Unión Europea.

Como dijimos en el artículo que dio comienzo a esta seria, pretendemos “recoger distintas opiniones –entre ellas, la de nuestros colaboradores-, desde la izquierda y la derecha, sobre la exhumación de los restos de Franco”. Los textos publicados hasta ahora han sido:

* El gobierno del PSOE exhuma a Franco para perpetuar la impunidad y la Transición.
* Manifiesto católico contra la profanación de la tumba de Franco
* La rumba de Franco en el valle de los caídos es un cristo (casi literalmente)

Los restos de Franco

El principal cometido de la política consiste en unir a los ciudadanos a través de propuestas que les ayuden a encarar con éxito su futuro. Si estamos de acuerdo con este aserto, el asunto que produce este comentario es poco menos que desmontar, una a una, las palabras que lo encabezan. La propuesta del presidente Sánchez de exhumar los restos del dictador, el general Franco, ni une a los ciudadanos ni mira hacia el futuro.

Quizás bastaría con la afirmación que acabo de hacer para dar por el terminado este artículo. Lo que no sea útil para la integración, lo que no vaya encaminado hacia los objetivos de los españoles y contribuya a hacerlos posibles, simplemente debería estar confinado a las cunetas de la marginalidad política. Pero hay algo más en este debate, y ese algo más está en el contexto en el que se sitúa. Que los restos de Franco reposen en un conjunto arquitectónico perteneciente al patrimonio nacional no es un hecho casual.

Los demócratas que luchamos contra el dictador no conseguimos derrotarlo, y a su muerte, y de acuerdo con sus deseos, sería enterrado allí. Pero si sus partidarios aguantaron hasta entonces, serían en cambio conscientes de que no podrían subsistir por mucho tiempo después de su desaparición. El concurso de estas dos situaciones con el de un Rey, decidido partidario de impulsar la democratización de España (entre otras cosas, por supuesto, para preservar la monarquía como institución), el apoyo de Estados Unidos ante el posible efecto dominó de la revolución portuguesa y el de otros países europeos (en especial Alemania) darían lugar al producto que se vino a llamar “la transición”.

Así llegaría la democracia en España. De manera imperfecta para unos y otros. Una democracia concebida desde la desconfianza hacia los ciudadanos, para unos y producto de la desconfianza hacia la misma democracia, para otros. Un sistema que, 40 años después, convendría reformar, regenerar. Pero un sistema que constituye al cabo el punto de partida y la expresión del esfuerzo de los españoles que lo llevaron a cabo.

No conviene minusvalorar a la transición. Todos los demócratas de los países que padecen de regímenes dictatoriales con los que -en mi condición de responsable de internacional de Ciudadanos- he tenido la oportunidad de relacionarme (cubanos, venezolanos, ecuatorianos-guineanos…) la invocan como el procedimiento más adecuado para alcanzar sus conculcadas libertades. A menudo nos ocurre a los españoles que nuestros modelos de éxito (el imperio, la transición…) los denostamos nosotros mismos, como si estuviéramos permanentemente empeñados en combatir nuestros aciertos y repetir nuestros errores,

Detrás de la exhumación de los restos de Franco está el acoso y derribo de esta transición. A ella sigue la pretensión de crear una comisión de investigación parlamentaria sobre la actuación de Don Juan Carlos, toda vez que se consumaba su abdicación. No podría yo amparar, desde luego, actuaciones que no sean correctas por parte de nadie, pero tampoco ennegrecer con una sombra de duda lo que no es más que una especulación. Y, sobre todo, no estoy dispuesto a ensombrecer así el reinado de Don Felipe, que es la pretensión última de algunos de los que jalean la exhumación de los restos del dictador, amparados por una pretendida buena fe ingenua -si así lo fuera- de quienes nos gobiernan.

Parecen éstos dispuestos a reescribir una historia que ya está escrita. Se diría que pretenden borrar de golpe los últimos 80 años transcurridos (el franquismo y la democracia) para insertarnos en una Tercera República que sea simple continuidad de la Segunda. Una República -la Segunda- que no llegaría a ser de todos los españoles, sino de una parte de ellos en contra de los otros y que terminaría como terminó.

Es indudable que nuestra democracia debe reformarse, pero no revolucionarse. La base de para estas reformas es la Constitución actualmente vigente y a ello deberíamos dedicarnos. No a dividir otra vez a los españoles entre los buenos y malos, republicanos y facciosos, rojos y azules; mirando siempre al pasado y olvidándonos de que nuestros retos no están en los restos de Franco, sino siempre por delante.