Sin Acritud…
Alberto Buela (10/2/2019)
Prometeo, el astuto, es hijo de uno de los primeros siete titanes, Jápeto, que junto con Cronos lucharon contra Zeus, y Clímene, la de los bellos tobillos. Tuvo tres hermanos: Epimeteo, el torpe, esposo de Pandora; Atlas, el intrépido, condenado a sostener el cielo con su espalda y Menecio, el temerario que fue muerto por el rayo de Zeus y enviado al Tártaro. Prometeo y Epimeteo lucharon a favor de Zeus y Atlas y Menecio lo hicieron en su contra.
Desde siempre Prometeo ha sido el más estudiado por las riquezas interpretativas que ofrecen los textos de Hesíodo en la Teogonía y en los Trabajos=Erga.
Es sabido que los griegos a diferencia de los cristianos y judíos no han tenido textos sagrados, pero los que más se le aproximan son los de Homero, la Ilíada y la Odisea, y los mencionados de Hesíodo.
Los griegos los conocían como “los poetas más divinos” (Certamen, ab ovo) y como tales los trataron y los citaron ad nauseam.
Ambos fueron coetáneos y vivieron en el último cuarto del siglo VIII a.C. y es imposible entender la cultura occidental tanto griega, latina como cristiana sin ellos dos. Homero porque la sitúa respecto Oriente y Hesíodo porque abre la puerta a la conciencia individual del hombre antiguo. Ellos aparecen en el momento en que los griegos pasan de la tribu a la polis, momento propiciado por las colonizaciones y el comercio marítimo y el reconocimiento de un derecho sancionado por las divinidades griegas.
Es digno de notar que para esa misma época se produce un cambio en la forma de combate, se pasa del combate individual a la aparición de las formaciones de hoplitas y de la caballería lo que crea una conciencia de pertenencia a una comunidad o polis.
El mito de Prometeo está compuesto por dos momentos: la picardía de Prometeo que engaña a Zeus con la grasa y los huesos de un toro y el robo del fuego en un momento de distracción de Zeus. Éste lo castiga creando a Pandora=toda regalo o la que da todo, y encadenádolo a un peñasco.
Prometeo, el previsor, como dijimos es uno de los siete titanes encabezados por Cronos que enfrentaron y fueron derrotados por Zeus. En esa lucha estuvo del lado de vencedor, pero Zeus siempre desconfió de él por su astucia e inteligencia.
Un día se produjo una discusión acerca de que partes de un toro debían ofrecer a los dioses y cuales reservar a los hombres, entonces Prometeo carneo al toro y guardó la carne en una parte del cuero y los huesos y la grasa en otra que resultó más grande, y ofreció a Zeus que eligiera. Éste, naturalmente, tomó el saco mayor y cuando cayó en la cuenta del engaño exclamó: “que coman carne cruda” y los privó del fuego. Desde entonces los hombres queman grasa o prenden velas en honor a los dioses.
Prometeo se puso a la búsqueda del fuego, pues intuía que estaba en el Olimpo y no en la creencia que estaba en el interior de los árboles como se pensaba entonces, pues ya se barruntaba que se podía conseguirlo por la fricción de dos maderas.
Pidió a Atenea que lo dejara ingresar secretamente al Olimpo y allí robó el fuego de Zeus en un carbón encendido dentro de la médula de una cañaheja y entregó el fuego a los hombres, quienes a partir de entonces pudieron comer carne asada.
Zeus montó en cólera y “ordenó al muy ilustre Hefesto mezclar cuanto antes tierra y agua, infundirle voz y vida humana y hacer una linda y encantadora figura de doncella…luego encargó a Atenea que le enseñara sus labores, a tejer la tela de finos encajes. A la dorada Afrodita mandó rodear su cabeza de gracia, irresistible sensualidad y halagos cautivadores y a Hermes le encargó dotarle de una mente cínica y un carácter voluble” (Erga, 60-70). Y así nació Pandora, “de donde desciende la funesta estirpe y la tribu de las mujeres” (Teogonía, 591, que fue enviada inmediatamente como regalo a Epimeteo, quien no haciendo caso el consejo de su hermano de no aceptar nunca un regalo de Zeus, la aceptó como su esposa.
Pandora, poseedora de una curiosidad insaciable, andando por la casa observó una gran jarra donde, trabajosamente Prometeo había encerrado todos los males que podían perjudicar al hombre, y quitó con sus manos la tapa de la jarra dejando escapar todos los males menos uno: Elpis, término que ha sido traducido equivocadamente por esperanza. Pero pensándolo bien no tiene ningún sentido que se encontrara junto a todos los males dentro de la jarra, pues la esperanza no es un mal. Se produce una contradicción flagrante dado que la esperanza no es un mal para el hombre sino más bien un bien.
La mejor versión que tenemos de elpis es nuestra propuesta de traducir el término por “espera”. Así lo hacen varios mitólogos contemporáneos (Verdenius, Pérez Jiménez, etc.) Así, si la espera queda dentro de la jarra, los hombres recibirán los males sin advertirlo. Los eruditos llegan hasta acá y para allí, no siguen razonando o especulando.
Pero la espera de suyo tampoco es un mal. Es un simple estar a la expectativa de algo que puede suceder. Pero, sí es un mal la causa de la espera que es la capacidad de precognición o prognosis.
En este último sentido tiene que entenderse la elpis de Hesíodo. En ese estar a la expectativa de algo por venir, porque para el hombre es un mal la prognosis o prospectiva, porque ¿qué humanidad tendríamos si supiéramos cuando nos vamos a morir, dónde radicaría nuestra libertad si supiéramos de antemano qué nos va a suceder?
La prognosis y no la esperanza es el mal que quedó encerrado en la jarra donde lo introdujo Prometeo, el previsor y no Zeus, como erróneamente confunden muchos mitólogos.
Este es nuestro pequeño aporte al comentario de un mito que ya tiene 2800 años.
El segundo momento del mito se produce cuando Prometeo le roba, escondido en el hueco de una cañaheja, el fuego que Zeus tenía oculto a los hombres. Percatado Zeus del robo manda encadenar a Prometeo desnudo a un peñasco en las montañas del Cáucaso, donde durante el día un buitre le comía el hígado que luego crecía por la noche. Viendo su excesivo sufrimiento Heracles mata al buitre y lo libera de las cadenas, pero, si bien Zeus le concedió el perdón, para que Prometeo siguiese pareciendo un prisionero le impuso llevar un anillo realizado con un eslabón de su cadena con una piedra caucásica engarzada. Desde entonces la humanidad comenzó a llevar anillos en homenaje a Prometeo y recordar que el hombre es, en cierta media, un prisionero en esta tierra.
Lo que llama la atención de este segundo momento es el conocimiento de medicina que ya tenían los griegos del siglo VIII a.C. en el sentido que sabían que el hígado de reponía a sí mismo. Este dato se confirma científicamente recién en el siglo XVIII.
Como son casi infinitas las conclusiones que se han sacado de este mito: a) se lo comparó con Cristo, en tanto liberador de la humanidad. b) las consecuencias morales de la teoría de la culpa. c) los dioses no son tales sino solo proyecciones de los hombres. d) Pandora como nueva Eva y la introducción del mal en el mundo y un sin número de alii. Nosotros dejamos libre el campo de las múltiples interpretaciones y nos inclinamos por la apertura de la conciencia individual del hombre antiguo.
N. de la R:
Alberto Biela es profesor de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, y se considera arkegueta, aprendiz constante.
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