Juan José Martínez Zato, en una entrevista en 1997. GORKA LEJARCEGI

España/Guinea Ecuatorial
Fernando Ledesma Bartret (24/2/2019)
Fue uno de los más comprometidos con el cumplimiento de los mandatos de la Constitución de 1978.

El pasado día 15 de febrero falleció en Málaga a los 83 años Juanjo Martínez Zato, uno de los fiscales implicados en la recuperación de las libertades durante la dictadura franquista y, consolidada ya la democracia, más comprometido con el cumplimiento de los mandatos de la Constitución de 1978.

Recién superada la oposición a la carrera fiscal a mediados de la década de los sesenta del pasado siglo, durante el año de prácticas en la Escuela Judicial compatibilizó sus obligaciones con el asesoramiento jurídico al diario Ya con el propósito de encontrar los recovecos legales a través de los cuales pudieran expresarse opiniones críticas de la situación que padecíamos los españoles. Desde entonces, y sin solución de continuidad, su firma ha estado presente en los medios de comunicación escritos y su voz —la del actor que siempre quiso ser— fue escuchada en radios y televisiones para reclamar avances en el desarrollo del Estado social y democrático de derecho que la Constitución instauró.

Su primer destino profesional fue la Fiscalía de la entonces Audiencia Territorial de Barcelona. En ella, junto a las demás tareas, se hizo cargo de la Fiscalía de Peligrosidad Social. Calladamente, dictamen tras dictamen, obstaculizó la aplicación de aquella inicua legislación basada en principios contrarios a los propios del derecho penal culpabilístico que solo después de la vigencia de la Constitución de 1978 fue posible instaurar en España.

En aquellos años se incorporó al movimiento Justicia Democrática, en cuyas actividades participó destacadamente. Nunca rehusó el riesgo que suponía vivir profesionalmente en confrontación con leyes que, por su origen dictatorial, creyó que deberían ser desobedecidas. En funciones de fiscal de guardia, hizo cuanto estuvo a su alcance para que las declaraciones de los perseguidos por la reivindicación de derechos fundamentales fueran favorables a su defensa.

Formó parte del grupo de magistrados y fiscales enviado por el Gobierno español a Guinea Ecuatorial para asistir técnicamente en el proceso de independencia de aquel país. Duró poco: cuando tuvo conocimiento de que los detenidos por la policía guineana permanecían indefinidamente privados de libertad sin ser puestos a disposición del correspondiente juzgado, pidió una audiencia al ministro de Justicia de aquel país, en el curso de la cual le manifestó la ilegalidad en que estaba incurriendo. Acto seguido, el Gobierno le declaró persona non grata y le concedió 72 horas para abandonar el país. Fue expulsado y recibido en España con admiración por sus compañeros.

Tras las elecciones de octubre de 1982 se incorporó al equipo del Ministerio de Justicia como director general de Instituciones Penitenciarias. Asumió las difíciles responsabilidades del cargo con pasión. Se entregó a mejorar nuestras cárceles. Las abrió a la sociedad, persiguió los malos tratos, mejoró la alimentación, la asistencia educativa y sanitaria, los talleres penitenciarios, humanizó la jornada laboral de los funcionarios, por cuyo reconocimiento social peleó. Y cuando decidió descansar habían quedado inauguradas 13 nuevas cárceles. No resolvió todos los problemas, pero sí algunos. Los avances fueron en gran medida obra suya.

De vuelta a la Fiscalía fue vocal del Consejo General del Poder Judicial. Después, jefe de la Secretaría Técnica de la Fiscalía del Tribunal Supremo, inspector jefe y teniente fiscal de dicho tribunal. Trabajó mucho e hizo trabajar para que el cumplimiento de la legalidad democrática fuera la única finalidad de las funciones que la Constitución encomienda al ministerio fiscal. Cuidó la transparencia informativa y no rehusó dar cuenta de cuanto estaba bajo su autoridad. Gestionó con honradez intachable el importante gasto público afecto a aquella Dirección General.

Llegada la jubilación se instaló en Málaga, cerca de su familia. Se presentó en las listas del PSOE a las elecciones locales y fue elegido concejal, volcándose de nuevo en el servicio a los ciudadanos, quienes podían escuchar y leer sus opiniones en radios, televisiones y periódicos, aparte de las intervenciones en el seno de la corporación municipal.

Durante sus años madrileños participó en las tertulias del Café Gijón, en las que hizo grandes amigos entre escritores, periodistas, autores y colegas del foro. Conversador infatigable y divertido, leyó con denuedo, sobre todo historia de España. Y, como tenía una memoria envidiable, memorizó buena parte del poemario relacionado con la Guerra Civil española, que recitó, acompañado de música, en un precioso teatro de Málaga. La música, clásica y moderna, le acompañó siempre. Fue un estupendo jugador de tenis. Mezcla de gallego coruñés, vasco, malagueño y melillense, ya se habrá notado cuánto hemos perdido con su marcha.

NOTA:
Fernando Ledesma Bartret
es consejero permanente de Estado.

Fuente: El País.