Iberoamérica
SEPA (23/6/2019)
Como una novela de suspenso, intrigas y espionaje, en 1809, un grupo de jóvenes rebeldes conspiraba en las entrañas de la América del Sur, en la mediterránea ciudad de los cuatro nombres que hoy se conoce como Sucre, en homenaje al Mariscal Antonio José de Sucre y Alcalá, político y militar venezolano y uno de los padres de la independencia sudamericana, que llegó a ser Presidente de la naciente República de Bolivia.
La Plata, Chuquisaca o Charcas fueron los otros nombres de aquella bella ciudad del entonces Virreinato del Río de la Plata, que ya ostentaba por 1809 unos 251 años desde que fuera fundada en 1538, por el conquistador español Don Pedro Anzúrez de Camporredondo (también conocido como Peranzúrez), con el nombre de Villa del Plata.
A pocos años de su fundación en 1559 la Corona española instaló la Real Audiencia y Cancillería del Plata de las Charcas que constituyó el más alto Tribunal de Apelación de la América española del sur; lo que hizo que la ciudad poco a poco fuera denominada Charcas, nombre que convivía con el más autóctono Chuquisaca.
Su posición geográfica y política, ambas estratégicas en los dominios españoles, la convirtió en el eje entre dos virreinatos, el del Perú y el del Río de la Plata al que finalmente terminó perteneciendo.
Esta circunstancia motivó que en 1624 los Padres de la Compañía de Jesús funden la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier, reconocida en su momento como uno de los centros de estudios más importantes del mundo.
Este conjunto de factores y circunstancias hizo de esta ciudad, también conocida como la “Atenas Americana” (como si le faltaran nombres), fue la sede del primer movimiento independentista, que pese a sus marchas y contramarchas concluyó años después con la “declaración de la independencia sudamericana” en la hoy Argentina ciudad de San Miguel de Tucumán en 1816.
Todo empezó un 25 de mayo de 1809. Aunque hay que reconocer que, en el otro extremo de las colonias, las fallidas invasiones inglesas al Río de la Plata de 1806 y 1807, despertaron cierta inquietud independentista en el cono sur. Los ingleses lograron ocupar Buenos Aires por 45 días en 1806 y fueron repelidos en su segundo intento en 1807 por las milicias populares porteñas; episodio que sembró cierta idea libertaria en algunos comerciantes cansados del monopolio comercial que imponía España y que violaban reiteradamente; pero también en verdaderos patriotas que entendían la necesidad de las colonias de independizarse.
La Corona española estaba en plena guerra con el imperio inglés, que a su vez se enfrentaba al imperio napoleónico, que a su vez terminó invadiendo España y desplazando a Fernando VII para imponer a José Bonaparte (Pepe Botella) por unos años entre 1808 y 1813, hasta que finalmente Fernando VII recuperó el trono, para encontrarse que muchas de sus díscolas colonias estaban en rebeldía.
La historia es relativamente conocida, pues algunos estudiantes de la universidad jesuítica, Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo (quien fue amigo y lugarteniente de San Martín, por entonces en España), entre otros revolucionarios jacobinos quisieron iniciar en mayo de 1809 una revuelta en contra el régimen colonial y fueron aplastados por el delegado de la Audiencia de Sevilla Don José Manuel Goyeneche. La revolución estalló el 25 de mayo de 1809, el presidente de la Audiencia, Ramón García Pizarro, mandó a detener a los conspiradores. El levantamiento fue inmediato, el pueblo comenzó a apedrear los edificios públicos y liberó al único revolucionario que pudo encarcelar. Aquel tuvo que renunciar el 26 por la madrugada, asumiendo la “Audiencia Gobernadora”. Había nacido la Primera Junta americana en territorio argentino, ya que entonces el Virreinato del Río de la Plata comprendía lo que hoy es la hermana República de Bolivia y la Banda Oriental del Uruguay.
No es casual que al año siguiente, muchos de los protagonistas de aquella revolución eligieran el 25 de mayo de 1810 para intentar otra revolución, esta vez en Buenos Aires, que tuvo un éxito parcial, porque constituyó un gobierno “Patrio” pero no pudieron lograr que se desconozca la Corona española ni de la autoridad de Fernando VII, por entonces exiliado, ni mucho menos pudieron declarar la independencia.
Fueron los “Doctores de Chuquisaca” quienes mantendrán viva la llama independentista hasta lograr que en 1816 en la ciudad de San Miguel de Tucumán se convoque con éxito un congreso al que asistieron diputados de la mayoría de las Provincias del entonces virreinato español (incluidas Potosí y Charcas) quienes finalmente pudieron declarar la independencia de “Las Provincias Unidas de Sudamérica”.
Una parte cada vez menor de la historiografía Argentina, suele ignorar los episodios chuquisaqueños y la importancia que tuvo la ciudad de los múltiples nombres, en la independencia sudamericana; sin embargo una creciente corriente revisionista destaca el papel de la visión continental de aquellos patriotas. Las entonces colonias querían la independencia pero se resistían a cambiar el dominio español por el dominio inglés o portugués. Los patriotas también expresaron en numerosos documentos una visión continental que preservaba la unidad continental de la herencia española.
España, como toda metrópolis de la época, dominó con crudeza sus territorios de ultramar y si la juzgamos con los parámetros actuales, la violencia ejercida no puede tener justificación. Sin embargo la crueldad ejercida por España no fue diferente de la que ejercieron, por ejemplo, los incas o los aztecas sobre otras etnias originarias dominadas, muchas de las cuales, literalmente desaparecieron de la faz de la tierra.
Si bien no se puede desconocer el apocalipsis cultural que implicó el avasallamiento inicial de la conquista, tampoco debe ignorarse la fortaleza y la resistencia de las culturas originarias, muchas de las cuales preservaron sus lenguas y costumbres provocando con el tiempo cierto sincretismo cultural y religioso, que ha generado la particular idiosincrasia de los pueblos sudamericanos, lo que no hubiera sido posible -hay que reconocerlo también-, si el pueblo colonizador no se hubiera integrado en gran medida con los habitantes originarios de América del Sur.
A diferencia de los anglosajones, los franceses y los holandeses que conquistaron segregando y esclavizando: una vez terminada la conquista española, e iniciado el proceso colonizador español, el pueblo que vino a habitar esta “Terra Incógnita” terminó mestizándose con el habitante originario y generando una nueva cultura. El colonizador, terminó colonizado y con el tiempo, los hijos mestizos de España fueron los primeros que reclamaron la independencia de la metrópolis. Parafraseando al poeta nicaragüense Rubén Darío: cuando el viejo león imperial español desapareció, quedaron “los cachorros mestizos del león español”, que heredaron, por un lado sus vastas tierras y riquezas y por el otro sus ancestrales enemigos que codician la herencia.
El propio Don José San Martín era mestizo, como su lugarteniente Bernardo de Monteagudo y tantos otros. La sangre originaria que recorría sus venas y la de otros Padres de la Patria Sudamericana, inspiró la decisión de escribir la declaración de la independencia de Tucumán, en castellano, en quechua y en aimara. Incluso, San Martín llegó a plantear junto a Manuel Belgrano para la patria naciente, una forma de gobierno monárquica constitucional proponiendo a un descendiente del Inca como Rey.
Aquellos hombres que empezaron la gesta del 25 de mayo de 1809, la continuaron el 25 de mayo de 1810, hasta que lograron la independencia el 9 de Julio de 1816. No querían una independencia parcial ni supeditada a otras potencias. Unos días después, el 19 de Julio de Julio de 1816, el diputado por Buenos Aires Don Pedro Medrano, otro estudiante de Chuquisaca, en sesión secreta hizo agregar al acta del 9 de julio de 1816, que la independencia que se declarabN. –a respecto de España y “de toda otra potencia extranjera”.
N. de la R:
Este artículo se publica con la autorización de Diario el Peso.
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