Mi Columna
Eugenio Pordomingo (1/9/2019)
En nuestra anterior entrega me quedé en que el sistema de subvenciones y donaciones estatales a partidos políticos, sindicatos, ONGs, asociaciones y demás, que padecemos es pernicioso, injusto, antidemocrático, arbitrario  y diría que hasta ilegítimo. Y por si no quedó claro, afirmé que este sistema de subvenciones está creado desde el poder para adormecer, anestesiar, acallar y silenciar a aquellos sectores de población que denuncian las desigualdades, cuestionan el mal funcionamiento de las instituciones y el incumplimiento de lo que recoge nuestra Constitución.

También hice alusión a los sueldos de diputados, senadores y ediles. Con el problema añadido de la incorporación de nuevas formaciones políticas. Y añadí que el Sistema se ha visto obligado a “aplacar” el ardor crítico y las ansias dialécticas de los nóveles que se han quedado fuera del poder ejecutivo en comunidades autónomas y ayuntamientos.

La autoasignación arbitraria de retribuciones es la primera función y actividad que desarrollan los nuevos electos en las comunidades y ayuntamientos.

Dentro de esas arbitrariedades está la “contratación in indiscriminada” del “personal de confianza”, que va en contradicción con el artículo 103.3 de la Constitución Española, que establece que “el acceso a la función pública se producirá de acuerdo con los principios de mérito y capacidad”. El abuso en el nombramiento de este descarado proceso de contratación es una carga que asume el ciudadano, impuesta por el político de turno. Con el agravante de que, en la mayoría de los casos, la labor que desarrollan esas personas está volcada en el partido político.

Para no liarnos en galimatías y legalismos, opiniones encontradas y demás, acudo al ejemplo, como método de comparación. Hace ahora ya once años, concretamente el 14 de abril del 2008, comenté en un artículo titulado “Lo que nos cuesta mantener en España a los alcaldes y concejales”, que un pueblo de la sierra noroeste de Madrid se había hermanado, con no se qué pretexto, con otro de Francia. Los dos pueblos, el español y el francés, son de características similares en lo que se refiere  a población, aunque en recursos y renta el francés nos supera.

El francés está situado en la campiña y la mayoría de sus moradores viven de la agricultura y los servicios que ésta requiere y genera.

El español, está dotado de un importante polígono industrial, aunque la industria que otrora tenía ha ido mermando con eso de la entrada en la UE, la globalización y la deslocalización; además es una localidad dormitorio con un desarrollo comercial importante y alto nivel de migrantes.

Los dos pueblos se hermanaron y un buen día acordaron realizar dos visitas de intercambio. Los españoles fueron primero a Francia y después los franceses visitaron España.  La hospitalidad francesa fue exquisita, invitaron a sus colegas españoles a pernoctar en sus propias casas. Al parecer, el alojamiento se realizó de acuerdo con el área de la que cada uno era titular en su municipio. El de urbanismo a pernoctar en la casa del homólogo francés, y así…

Los franceses les mostraron las dependencias municipales y el funcionamiento del ayuntamiento. Los españoles pudieron apreciar boquiabiertos que prevalecían los servicios de atención a los ciudadanos. Sin embargo, los galos fueron parcos en ágapes y cuchipandas, o sea, que gastaron poco en comilonas, juerguecillas y demás.

Meses más tarde, los franceses se dejaron caer por el municipio serrano madrileño. Y, ¡sorpresa!, los españoles los alojaron en un lujoso hotel de la zona. Lo hicieron, no por escrúpulos de que durmieran en sus casas, ¡qué va!, es que como el dinero es público, pues hala, a gastar.

Los españoles correspondieron con almuerzos suculentos y cenas nada frugales. Y los más  avezados en eso de escapaditas nocturnas, les pasearon por determinados locales donde desfogaron su ardor.

Los franceses quedaron gratamente impresionados por las atenciones recibidas. Ya de regreso, y no tan de broma, uno de ellos comento: “Que putada que el pueblo español nos expulsara de su país en 1814, pues ahora viviríamos mejor”.

En su momento indagué sobre las “condiciones laborales” de los concejales de ambos municipio. Los franceses no estaban «liberados», sólo un porcentaje pequeño percibía sus emolumentos  del municipio; segundo, el salario de los liberados era menor que el de los españoles. En el municipio español todos los concejales del equipo de gobierno recibían un salario.

Supongo que de momento, basta.

En la próxima entrega iremos al grano, aportando datos sobre los sueldos que perciben algunos políticos (genérico) y responsables de asociaciones y ONGs. Pídanle a su médico que les recete algún ansiolítico, pues se van a llevar sorpresas, y el nivel de adrenalina les subirá.