Mi Columna
Eugenio Pordomingo (30/10/2019)
Hace casi un año –diciembre de 2018-, la periodista y escritora, Rosa Montero, nos dejó en el suplemento dominical del diario El País, una de sus columnas, titulada ´Una historia ejemplar´, en la que describe algunos pasajes de la agitada, heroica y extraordinaria vida del anarquista Melchor Rodríguez, más conocido como el Ángel Rojo de Madrid (nació en Sevilla), que “salvó la vida de 11.000 personas durante las sacas de presos en la Guerra Civil”.

En la época que describe Montero, gobernaba en Madrid el Frente Popular, y los militares republicanos y las delegaciones diplomáticas afincadas en la capital de España, se esforzaban por evitar lo que parecía imposible: que pararan las sacas de presos de las cárceles y  los fusilamientos extrajudiciales. Pero ahí estaba Melchor Rodríguez para evitarlo.

Da la impresión que la escritora ve necesaria la presencia de  personas como Melchor para evitar lo que, según ella, podría traernos el año 2019, que “viene encima cargado de amenazas. Contemplamos 2019 con ojos suspicaces y un barrunto de susto, como quien ve llegar a un toro en campo abierto”.

Y contra ese “pesimismo, y contra la creciente aspereza de los intransigentes”, nos trae a la memoria la ejemplar historia de Melchor Rodríguez, que “fue un hombre célebre en su época y en 2016 hicieron un documental sobre él y pusieron su nombre a una calle”. A pesar de esos homenajes, sigue “siendo menos conocido de lo que se merece”. Así suele pasar.

Melchor Rodríguez fue militante de la CNT, integrado en el llamado grupo de ´Los Libertos´, anarquistas opuestos a los desmanes y la violencia. Desde muy joven ejerció la profesión de chapista. Su humanismo y su paso por los calabozos, le hicieron adentrarse en el sórdido mundo de las cárceles y en la indefensión de los encarcelados.

A comienzos de la Guerra Civil, el ministro de Justicia, el anarquista Juan García Oliver, le pide que se haga cargo de las cárceles madrileñas, y le nombra delegado con amplios poderes. Los asesinatos de unas 8.000 personas en la localidad de Paracuellos preocupan seriamente a los anarquistas, especialmente a Los Libertos. Los militares, el Colegio de Abogados, las cancillerías extranjeras afincadas en Madrid y los Tribunales de Justicia, se quejan de ello constantemente.

Con la responsabilidad de evitar esas atrocidades y humanizar en lo posible la estancia carcelaria, nuestro personaje intenta desesperadamente “detener las terribles sacas de presos de las cárceles, es decir, los traslados de reclusos que luego eran asesinados en Paracuellos del Jarama y otras zonas cercanas”, afirma Rosa Montero.

Pero la intransigente visceral de muchos, le obligó a dimitir: “Sólo duró en su empeño cuatro días, porque los más feroces consiguieron forzarle a dimitir, pero las protestas del cuerpo diplomático y de otros sectores republicanos lograron que recuperara el cargo el 4 de diciembre”, recoge la periodista.

Un párrafo interesante sobre el que debemos meditar: “A partir de ahí se enfrentó, a veces con grave peligro de su vida, a los partidarios de las ejecuciones, entre quienes estaba, sí, Santiago Carrillo, que estuvo más implicado en las matanzas de lo que nunca quiso admitir, según un historiador tan prestigioso como Paul Preston”.

Órden de saca de presos.

Según el blog Grandes Batallas, Melchor Rodríguez, “aseguró el control en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia”. Como no se fiaba, acompañó en más de una ocasión los traslados de presos a la ciudad de Valencia. Las condiciones de los presos mejoraron sensiblemente y ellos comenzaron a  llamarle el Ángel Rojo.

Melchor denunció la existencia de checas bajo la tutela de Santiago Carrillo como responsable de Orden Público, que  nombró como director de Seguridad a Segundo Serrano Poncela, quien “organizó a diario las sacas”, según  Preston.

Los desvelos de Melchor por evitar más desmanes le llevan a tomar –junto a otros miembros del grupo Los Libertos- el palacio del Marqués de Viana en Madrid. No hacen ningún daño a la servidumbre y procede a inventariar todo lo que allí estaba. Hasta el último tenedor o candelabro quedaron registrados. Y así lo entrega a las tropas de Franco al terminar la guerra. Melchor convirtió el palacio en refugio de muchos enemigos suyos, tratando de vitar que muriesen por sus ideas.

Según el blog Grandes Batallas,El 8 de diciembre de 1936, estando de inspección en la cárcel de Alcalá de Henares, vio llegar a una turba enfurecida. Los franquistas habían bombardeado la ciudad y matado a media docena de personas, y una multitud de vecinos y milicianos armados acordaron asaltar la prisión y linchar a los reclusos. Pues bien, Melchor se plantó ante la puerta, pistola en mano, y aguantó los insultos, las pedradas y las amenazas desde las cinco de la tarde hasta las tres de la madrugada, momento en que consiguió que los atacantes desistieran. Melchor se encontró por casualidad con el problema. Durante 6 horas y media, con la pistola en mano, se enfrentó a los milicianos, y consiguió su objetivo: salvó a los 1.532 enemigos”.

La misma fuente dice que “Los milicianos asaltaron la cárcel y se presentaron en el despacho del director, Antonio Fernández Moreno, exigiéndole abriera las celdas para llevarse a los presos. Antonio se negó, pero como los milicianos querían sangre, la situación estaba a punto del desorden total, cuando apareció Melchor Rodríguez en su coche de la Dirección General de Prisiones. Melchor estaba supervisando personalmente un traslado de presos para garantizar la seguridad de los prisioneros. Y se encontró con este panorama de anarquía”.

La llegada de Melchor desbarató los planes de los hombres de Santiago Carrillo y, a continuación se inició “un enfrentamiento dialéctico de casi siete horas con los milicianos. A los insultos y amenazas, siguieron los empujones siendo encañonado varias veces. Melchor llevada pistola, pero era su costumbre llevarla siempre descargada, sin balas. Entre los presos que Melchor salvó la vida en la cárcel de Alcalá de Henares se encuentran algunas personas que tuvieron gran relevancia en el régimen de Franco: los cuatro hermanos Luca de Tena, el falangista Raimundo Fernández Cuesta, el general Agustín Muñoz Grandes, el cuñado de FrancoRamón Serrano Suñer, el falangista Rafael Sánchez Mazas, el general Valentín Galarza Morante. También gracias al Ángel Rojo, salvaron las vida: El Doctor Mariano Gómez Ulla, el futbolista Ricardo Zamora, el locutor Bobby Deglané“.

Aquel día había 1.500 presos en la cárcel de Alcalá de Henares. Se considera que, en total, Rodríguez salvó a 11.000 personas. “Por las ideas se puede morir, pero no matar”, solía decir.

Melchor fue el último alcalde de Madrid durante la República. El 28 de febrero de 1939 el Coronel Segismundo Casado y Julián Besteiro, ambos eran miembros del Consejo Nacional de Defensa, le nombraron Alcalde. Pudo escapar pero permaneció en Madrid junto a Cipriano Mera y Besteiro esperando la entrada de las tropas nacionales. En aquellos días, siendo alcalde de Madrid le correspondió realizar el traspaso de poderes al nuevo régimen.

Melchor Rodríguez fue un hombre de bien en los tiempos del mal. Félix Schlayer, cónsul noruego en Madrid, resaltó la bondad y el heroísmo de este hombre  en su libro “Diplomático en el Madrid rojo”.

La sangrienta toma del Cuartel de la Montaña le conmocionó y le alertó sobre el odio desmedido que se había adueñado de los españoles. Se enfrento abiertamente con los responsables del Orden Público de Madrid, en concreto con Santiago Carrillo. Pero tras enormes esfuerzos y peligro de su vida, terminó con las sacas y fusilamientos, al menos mientras fue responsable de las prisiones madrileñas.

Melchor fue condenado a 20 años de cárcel, pero solo cumplió 4. Le ofrecieron empleos, pero los rechazó. Se ganó la vida de forma muy modesta, vendiendo seguros. Leal a sus ideales anarquistas, siguió luchando por lo que consideraba causas justas, y por ello pasó varias veces por la cárcel.

Melchor Rodríguez.

Al final del Consejo de Guerra el fiscal preguntó si alguno de los presentes en la sala tenía algo que alegar. Muñoz Grandes se levantó, y tras presentarse como Teniente General del Ejército declaró a favor de Melchor para intentar salvar su vida. Como aval de su testimonio, presentó   un documento con miles de firmas de las personas a las que Melchor había salvado la vida, en algunos casos con riesgo para la suya.

Melchor murió el 14 de febrero de 1972, su entierro tuvo rango de funeral de Estado, caso único durante la dictadura de Franco. Fue un entierro multitudinario que congregó, en plena dictadura, a anarquistas y franquistas. Javier Martín Artajo, amigo de Melchor –habían compartido cárcel- se puso una corbata con los colores anarquistas, hecho que se correspondía con el acuerdo que había tenido con Melchor en su lecho de muerte. «Vale, ya que te empeñas, yo beso ese trozo de madera, pero tú te comprometes a ponerte una corbata anarquista».

En el entierro se cantó el himno anarquista «A las barricadas», y los presentes rezaron un padrenuestro. Las dos Españas unidas gracias a este hombre. Su féretro fue cubierto con la bandera anarquista. La ceremonia transcurrió sin el más mínimo incidente. Melchor está enterrado en el cementerio de San Justo en Madrid.

En el mes de julio de 2008 una calle de la barriada de San Cayetano, Sevilla, fue bautizada con su nombre. Creo que aún permanece.