Juventud española

Sin Acritud…
Aniceto Setién (24/5/2023)
Hablemos de la juventud.
Desde tiempos inmemoriales, todas las culturas se han quejado de que las generaciones que vienen carecen de… Y lo más asombroso es que casi ninguna generación ha sido consciente, cuando habla de los que tienen veinticinco años menos, de lo que decían sobre ellos mismos quienes acumulan veinticinco años más.

En la Biblia ya aparecen textos denostadores de las actitudes caracterizadas como de edades menos provectas.

Aunque albergo la certeza de la falsedad de la cita, un corto paseo por Google nos acerca a unas supuestas declaraciones de Sócrates poniendo a la juventud ateniense del siglo V a.C. a caer de un burro. Cicerón, asimismo, expone en algún momento no catilinario su punto de vista sobre el negro futuro que depara a la República romana cuando la actual juventud se haga cargo de sus designios. Parece escrito ayer. O mañana.

Un grupo de Facebook cuyo nombre no voy a dar por no hacerles publicidad se dedica a diario a reivindicar un pasado, el suyo, de juventud solidaria, laboriosa y disciplinada, frente a estos mastuerzos mimados que encima ya ni hacen la mili. Creedme: por edad, quien firma estas líneas debería pertenecer a ese colectivo, pero la caspa nunca fue del agrado de este su seguro servidor. Además, ¡qué coño!, seamos claros: España, desde, ¡al menos!, los tiempos de Chindasvinto, ha tratado fatal a su juventud. Pero FATAL. Permítanme exponer algunos casos.

Es relativamente fácil acceder a datos comparativos del paro, entre nuestro país y otros del entorno económico (no hablo de Marruecos ni Argelia, que están muy cerca pero también tienen lo suyo). No me agrada inflar los artículos con datos y cifras que, por otra parte, se encuentran al alcance de cualquiera que desee consultarlos, no obstante, estaremos de acuerdo en que en España el paro juvenil es muy elevado, aunque… ¿seguro que estamos de acuerdo?

Pues depende, claro. Si atendemos a las cifras frías, quizá no dé la sensación de que nuestros veinteañeros padezcan unas tasas de desempleo muy superiores a las del resto de la Unión Europea, pero si a esas les restamos las de las decenas de miles de estudiantes universitarios cuya titulación superior solo les ha de servir para trabajos no cualificados, las ratios adquieren tono de dramatismo.

Formar a un estudiante universitario nos vale una pasta que, en buena lógica, debiera revertir a la sociedad que realiza tan onerosa inversión mediante la incorporación de estas personas, necesariamente bien formadas, al mercado laboral. No me consta que nadie haya echado la cuenta del dinero que nos cuesta tener a una licenciada, digamos, en Historia Medieval trabajando en… ¿Tenemos noticia de que haya país en el mundo con mayor porcentaje de trabajadores de hostelería que luzcan, como poco, grado universitario?

¿A qué razonamiento responde que los centros superiores, públicos y privados, crezcan como setas en otoño en un país que jamás ha sido capaz de absorber más que en un pequeño porcentaje a sucesivas promociones cada vez más formadas?

Y en otro rato hablamos del peculiar concepto que tiene este peculiar país de lo que es una beca, especialmente en niveles universitarios. Sin entrar en cuestiones de detalle, cualquier familia con vástagos en enseñanza superior sabe que en España la legendaria (y necesaria) movilidad de los estudiantes que conocemos de novelas y películas es casi inexistente, salvo para las clases sociales más acomodadas.

El apunte del párrafo anterior nos sirve de introducción a otro asunto: la edad de emancipación real de nuestra ciudadanía es de las más altas del mundo: 28,9 años, ellas y 30,8, ellos. La media UE es de 26,5 años y en países con un estado de bienestar creíble, como el caso de Suecia, la gente se independiza a los 19 años.

¿De verdad nos creemos que eso responde a que resulta más cómodo que le pongan a uno la sopa en la mesa y mamá le lave la ropa y le planche?

Otra derivada dramática de esta realidad es la edad cada vez más elevada de tener hijos, también de las más altas del mundo, asunto, asimismo, vinculado a las más que insuficientes medidas de eso que se ha dado en llamar “conciliación”. Admitamos que, sobre todo en esta última legislatura, se han hecho avances en este sentido, pero nos encontramos muy lejos de unos estándares que nos puedan acercar a lo que aconsejan el sentido común y la lógica económica.

Seguramente también habrá quien eche la culpa a la juventud de que España ofrezca uno de los menores porcentajes de vivienda en alquiler de Europa y, entre esta, la menor oferta pública de alquiler del continente. Como quien firma estas líneas no parece sospechoso de veleidades franquistas me permito reflexionar en voz alta: ¿nadie se pregunta cómo es posible que en vida del dictador una pareja se pudiera casar con UN salario a una edad razonablemente temprana y hoy sea casi imposible hacerlo con dos? Y ojo, ¡reivindiquemos, en aras del amor, que un hombre solo, una mujer sola, puedan tener una vivienda y que cuando decidan compartir casa sea porque lo desean, no porque lo necesitan!

España trata mal a su juventud, siempre lo ha hecho y este maltratado se ha producido de distintas maneras en diferentes momentos de la historia pero mientras no exista esa suerte de contrato social que conocemos en otros países –pensemos ahora mismo en Francia, sin ir más lejos– mediante el que la principal tarea de los gobiernos sea mejorar la vida de su ciudadanía, desde jóvenes, el nuestro continuará siendo esa suerte de país de atrezzo que tan bien dibujó aquel salmantino, joven maltratado, que pasó a la historia como Lázaro de Tormes.

Es común, sobre todo, en estos tiempos de campaña electoral, que el politiquillo de turno acuse a los de otros partidos de “no hablar de los problemas reales de España”. ¡Y es verdad! Aunque quizá ese ejercicio –el de hablar de lo que de verdad importa–, en términos objetivos, no lo haga nadie o casi nadie.

España maltrata a sus jóvenes. Por supuesto, no son los únicos maltratados –pensemos en los pensionistas, por ejemplo– pero la singularidad del maltrato juvenil estriba en que, con mucha probabilidad, se cronifique y convierta en vitalicio. Ya sé que “nadie” quiere esto pero, ¿hacemos por evitarlo? No me da la impresión.


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