Sin Acritud…
A.L. Martín (27/8/2023)
Volvió a leer el telegrama muy lentamente. Dora Maar miraba hacia el techo con la mirada perdida. Pero eso significa que Arno te da la seguridad, dijo. Picasso le clavó las pupilas y añadió que la seguridad no era una cuestión de Arno sino de un caballero llamado Hitler. Si Arno me dice esto, es que él está convencido. No me va a engañar. Es un buen amigo desde que nos conocimos en 1923 en París.
Fíjate si no da la vida vueltas, nunca hubiera imaginado entonces, que se convertiría en el escultor de ese loco de Hitler. Me fío de él, Dora. Pero ya sabes que la duda la vamos a tener. Tú decides.
Picasso miró hacia la ventana abierta, el mar en calma, los pequeños barcos cabeceando y la niebla en el horizonte. Inglaterra o París.
Los dos se descalzaron y se pusieron a caminar entre las pequeñas olas. Picasso tras Dora. Era el mes de Junio de 1940. En su mente y sin ver de cerca la sangre, los niños destrozados por las bombas ni los cadáveres cubriendo campos y caminos… En su mente estaba incrustada esa España asolada, muerta. Pero, huyendo de ello, le dijo a Dora:
– Está fría el agua, vamos, como en Málaga.
Dora no le entendió. Había dicho la frase con un acento andaluz exagerado adrede. Mientras los chapoteos de sus pies sonaban con ritmo y calma, las fuertes pisadas de los alemanes en París eran golpes brutales al son de las marchas militares.
Se tumbaron en la arena.
Nos quedaremos unos días aquí, -dijo Picasso.
Aún no habían decidido si volver a París era una mala o una buena idea. Quizás Arno enviaría otro telegrama.
O quizás alguien enviaría un telegrama… Y no de Arno… Picasso acarició el pelo de Dora. Lo dijo en ese francés suyo horrible:
– Le voy a hacer un retrato al idiota de Hitler. No sé si lo haré en París. Y será lo más cubista que haya hecho.
– Te fusilará -dijo Dora.