Rolando Barral Zegarra (4/5/2010)central-ucraniana-de-chernobil
El ser humano es el mayor depredador de todos los animales a pesar de la razón que lo distingue. Muchos animales que perciben la presencia de humanos huyen porque presienten el riesgo que corren. Esta particularidad devastadora es independiente de la ideología que lleva cada individuo o un determinado grupo social. La ideología -decía un filósofo- es una visión deformada de la realidad. Por ello, si somos coherentes con la identidad terráquea, debemos desideologizar el discurso ecologista, de lo contrario se verá la realidad en blanco y negro con un a lógica de dos elementos: uno bueno y el otro malo.

A propósito de la crisis ambiental debemos empezar  a percibir nuestra realidad con una actitud de autocrítica y no entrar en el «facilismo» de culpar a los otros de todas nuestras desgracias. El nuevo humanismo nació caduco cuando se estableció que el origen de todo mal era la explotación del hombre por el hombre y la guerra. Sin embargo, el origen de todo mal es la explotación y el usufructo del planeta tierra del que forma parte el ser humano y la guerra diaria que se hace a nuestra única morada.

Hay algunos «datos» que debemos leer críticamente sobre los problemas ecológicos a nivel mundial. Países que tienen más especies en peligro: Estados Unidos, Australia, México, Indonesia. Los lugares más contaminados del mundo: Sumgayit, Azerbaiyán; Linfen, China; Tianying, China; Sukinda, India. Las naciones que más basura producen: Irlanda, Estados Unidos, Islandia, Noruega (Kilos per cápita). Los países que emiten más dióxido de carbono: Estados Unidos, China, Rusia, India. Ciudades con peor calidad de aire: México; Lanzhou, China; Linfen, China; Sukinda, India. Los países con mayor pérdida por deforestación: Brasil, Indonesia, Sudán, Myanmar. Los peores Desastres ecológicos: Chernobil, Ucrania; explosión de un reactor nuclear, 1986. Bhopal, India; fuga de isocianato de metilo, 1984. Golfo Pérsico, incendio de pozos petroleros, 1991. Golfo de México, derrame de petróleo en el mar, 1979. («Muy Especial»: ECOLOGÍA, Año XXV No. 51, 2008).

La situación actual de nuestro planeta y los ecosistemas no son nada alentadores; la situación es de destrucción: «Pachacidio» (ecocidio). Mientras muchos destruyen nuestro planeta por ignorancia, otros por razones financieras deterioran aún más nuestro mundo en nombre de la posmodernidad, del avance científico-tecnológico y del progreso económico. En medio de esa problemática alienta saber que otras personas de forma altruista y en silencio hacen propuestas desde la investigación situada y la práctica educativa para salvar a nuestro planeta. La competencia es desigual entre los que arrasan y los que se organizan para salvar la biodiversidad, a través de la formación de la conciencia ecológica que es social e individual a la vez. La Ecoeducación no siempre es tomada en cuenta como debiera ser, porque nuestro entorno es vulnerable más aún por falta de una concepción icontaminacionntegral de los modelos desarrollo. El discurso del desarrollo sostenible es cuestionado -lo dicen los activistas- porque ha servido para sostener el modelo de desarrollo de los países  superdesarrollados.

Desde el punto de vista de los fundamentos epistemológicos se deben repensar  la visión de dominio de la naturaleza que se funda sobre una concepción antropocéntrica y etnocéntrica que deviene de la razón griega desde la antigüedad. La búsqueda de una nueva perspectiva hay que fundamentarla en una nueva interrelación con la naturaleza, donde no se vea a esta última como una «cosa» u «objeto». Nuestro planeta es un organismo vivo. Así debemos comprenderlo en los diferentes campos del conocimiento en un horizonte comunitario y solidario, por lo tanto, el diálogo epistemológico de los saberes es prioritario si queremos evitar más catástrofes.

¡Los desastres ecológicos no tienen ideología! Si revisamos la historia, todos los sistemas humanos -en alguna medida- fueron y son antiecológicos por fundarse en significados unilaterales y unidimensionales. Por lo tanto, la nueva «ecosofía», la «ecociencia» y la «ecopedagogía» deben problematizar: ¿Quién causó y causa el malestar de nuestra madre tierra y quién realmente está enfermo? Así reorientarnos a la naturaleza y al cosmos del cual somos parte. La ruina de la madre tierra es la ruina del género humano. Se dice que la tierra está enferma, y es la acción del homo depredador que ha llevado a esta situación: perdida de hábitat, extinción de especies, tala de árboles, contaminación de diferentes tipos, mal manejo de la basura, desastres nucleares, etc. Como consecuencia de lo anterior devienen los desastres naturales en la que interviene la mano del hombre. El problema de la ciencia y la tecnología desvinculada del paradigma ecológico nos está llevando a lo que el mundo conoce: la crisis del agua, la erosión, la desertización, el problema del calentamiento global, la producción de alimentos transgénicos donde se altera la cadena natural. Debemos superar el «cientificismo» transformando la ciencia en nuevos procesos de producción de conocimientos y de tecnología respetando a la naturaleza, es lo que se reclama como ecociencia, un tema urgente en la agenda mundial.

La problemática ecológica es contradictoria y paradójica. Con el neoliberalismo y con el posneoliberalismo seguimos arruinando nuestro planeta, incluido el «socialismo real» que ha producido calamidades (Ej: Chernobil y otros), algo tenemos que hacer, no es sólo el discurso, el tema de la relación armoniosa: hombre-naturaleza, comunidad-naturaleza, hay que practicarlo en nuestro propio país. Ser ejemplo antes de esperar que los otros cambien.

Se ha mercantilizado el concepto de «ecológía», ahora todo es ecológico y peor aún se ha envilecido el discurso medioambientalista ¿Cómo estamos en casa, es decir en nuestro país? El aire contaminado, la contaminación acústica, los ríos al embovedarlos los convierten en cloacas, otros ríos están contaminados por la producción minera, a esto se suma la erosión, la desertización, el «chaqueo» o la quema irrazonable, la extinción de especies, degradación de suelos, contaminación urbana e industrial, etc. (Véase: LIDEMA, Informe del Estado Ambiental de Bolivia 2007-2008).  Todo lo anterior no son sólo problemas externos, son problemas internos; lo más grave, sobre tal situación es fácil hacer discursos medioambientalistas.

Los que tienen menos posibilidades hacen mucho,  librando la batalla en una trinchera de acción propia de la pedagogía liberadora: Los educadores tienen un poder mínimo que deben utilizarlo al máximo. Parafraseando: Las potencias tienen un poder máximo que lo utilizan al mínimo en términos del cuidado ecológico. Ese es el dederrame-de-petroleo-en-el-golfo-de-mexicosafío educativo y lo incongruente de nuestra realidad. Los que pueden hacer mucho no hacen casi nada a favor de la ecología o hacen más en contra de ella; y los que pueden hacer algo a favor del ecosistema -por las limitaciones de todo orden-, hacen de sus acciones hazañas para transformar el estado de cosas desde uno mismo para los demás y el mundo.

Los movimientos sociales se están apropiando de toda la información de riesgo en el que se encuentra nuestro planeta en procesos de autoformación colectiva: Hacia  la conformación de movimientos ecosociales, más allá del formalismo o el discurso medioambientalista, más bien en perspectivas emancipatorias de defensa de nuestra madre tierra con concepciones y acciones integrales: La lucha es planetaria. El desafío está proyectado, debemos ser coherentes entre el discurso, la aplicación y los aprendizajes y los cambios de actitud a favor de la ecología y dar un salto en el desarrollo de la conciencia ecológica e histórica antisistémica.

N. de la R.
Rolando Barral Zegarra es docente e investigador de la UMSA.