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Eugenio Pordomingo (2/2/2011)
Ya nos alertaba el filósofo Ortega y Gasset  acerca de que  había que tener «cuidado de la democracia. Como norma política parece cosa buena. Pero de la democracia del pensamiento y del gesto, la democracia del corazón y la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad»; y nuestro insigne Enrique Jardiel Poncela nos avisaba de que «el fin de la religión, de la moral, de la política, del arte, no viene siendo desde hace cuarenta siglos más que ocultar la verdad a ojos de los necios».

En la sociedad actual, al menos en la española, el poder -económico y político- se gasta y desgasta en mencionar las palabras «democracia», «consenso», «agentes sociales»  y otras del mismo jaez. Nuestro país, España, ha sido durante muchos años una especie de laboratorio de ciertos poderes y contrapoderes mundiales; todos ellos ´poder´, a fin de cuentas.

Comunismo, anarquismo, fascismo, guerra civil, transición política, autonomías, e, incluso, el nacionalismo impulsado por las burguesías periféricas,  han sido variopintos  experimentos de poderes externos. Nuestra entrada forzada en la OTAN, a través de una insólita, controlada y anormal votación, fue uno de los primeros ensayos de laboratorio sobre el comportamiento y control de las voluntades colectivas.

Tras la muerte de Franco, se aplicó el diseño preparado desde muchos años atrás: bipartidismo, sistema electoral D´Hondt, colchones amortiguadores de conflictos sociales (sindicatos obreros y patronales), poder judicial controlado a la sazón por el bipartidismo político, excesivo poder de representación a la periferia nacionalista, sin que, por supuesto, faltara el ´Pacto de los Editores´, para no tratar lo que no se debía tocar. Todo muñido y controlado para que nada cambie.

Y por si fuera poco, el diseño estratégico incluía el amodorramiento de la población o ciudadanía. Para ello, nada mejor que deteriorar la educación (el índice más alto de abandono escolar de la UE), neutralizar y ningunear la Universidad (ningún centro universitario español se encuentra entre los 200 mejores del mundo) y dar rienda suelta al ocio y el cachondeo. España es el number one de la fiesta, incluido el consumo de estupefacientes. Para añadir: nuestros programas de televisión son los más cutres del mundo.

Entre tanto, bajan los sueldos a funcionarios y contratados laborales, congelan las pensiones, se quedan con las cajas de ahorros que fundó el franciscano Francisco P. Piquer y Rodilla, para socorrer a los necesitados. Pero ellos, banqueros, empresarios de alto ringorrango y políticos, no ven mermado su bienestar. Más bien todo lo contrario.

Decía Groucho Marx, que «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Pero, ellos, los políticos, ¡que curioso!, nunca aplican recetas equivocadas más que para los demás. Y mientras nuestro país se desangra.

Las deficiencias democráticas que la clase política española ostenta son más que evidentes. La toma de decisiones no responde a la voluntad colectiva, ni al interés común, sino a poderosas minorías. La disidencia no es reprimida físicamente, pero se ponen en marcha todos los mecanismos para marginarla e impedir que prospere, bajo el argumento manido de «en defensa del estado de derecho».

Para muestra de esa carencia de valores democráticos en nuestro sistema político,  cito dos casos: el Sáhara Occidental  y Guinea Ecuatorial. En las dos cuestiones se miente a placer, se actúa con altas dosis de servidumbre voluntaria, el Estado se doblega ante el interés de unos cuantos, se vulneran los Derechos Humanos y se traicionan compromisos históricos.

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