Mi Columna
eugenio-pordomingoEugenio Pordomingo (15/1/2006)
Siempre ha habido, en el devenir de la Historia, «correveidiles» y «plumillas» al servicio de los poderosos. No nos vamos a rasgar ahora las vestiduras por ello. Ante un mismo suceso o acontecimiento, unos lo ven -o quieren hacérnoslo creer- de una forma y otros de otra.

Veamos un ejemplo: la batalla de Bailén en el año 1808, entre el ejército francés del general Dupont y la tropa española bajo el mando del general Castaños. La sangrienta batalla fue ganada, según todas las crónicas, por los mal uniformados y peor pertrechados españoles.

Nada más terminar la batalla, el circunspecto Dupont -como era preceptivo en la época- se dirigió a Castaños y de forma solemne le espetó. «Tomad, mi general, mi sable, vencedor en cien batallas…». Castaños, que ya debía tener bastante con su mal fraguado hierro, le contestó con serenidad: «No, tomad vos el mío que sólo ha ganado esta batalla»

Pero, a lo que vamos, a como se escribe la historia y como se cuentan las cosas. El resultado de esa batalla, sin embargo, en Francia se contó de forma distinta. Y en el Arco del Triunfo, de París, quedó para la posterioridad la escueta reseña que las tropas napoleónicas masacraron a las españolas.

Siempre ha habido verdades y mentiras; información y desinformación. Ya decía el filósofo Ortega y Gasset que una manzana es lo mismo para dos personas que la ven; sólo que una de ellas la ve por el lado espléndido, brillante y jugoso; y el otro la ve por el lado donde el gusano ha iniciado su lento quehacer.

Está claro que el mismo hecho puede ser interpretado de distinta manera; y hasta tergiversado y adulterado. El momento, el estado de ánimo y, cómo no, el interés y la ideología, son ingredientes que confluyen a la hora de opinar y de emitir un juicio. Sin olvidar la manipulación, el dinero, la prebenda o la dádiva.

Un ejemplo muy claro fue la versión, desde dos perspectivas muy dispares, del monárquico nacimiento de Carlos II el último Rey de los Austrias.

Para el periódico «La Gaceta de Madrid», el varón nacido era robusto y de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes.

Por su parte, el embajador en Madrid de la Francia de Luis XIV, envió un comunicado a su Rey en el que afirmaba lo siguiente: «El Príncipe parece bastante débil, muestra signos de degeneración, tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura…». No se sabe si para agradar a su Rey o para defenestrar al nuestro -el caso es lo mismo-, añadió una gracia: «asusta de feo».

No es nuestra pretensión entrar a valorar la belleza o fealdad de Carlos II «El Hechizado», sino, simplemente, que analicemos el hecho: el niño nacido era el mismo, sin embargo nuestra percepción, según la lectura que hagamos, será muy distinta. Un francés de la Bretaña o un endomingado parisino lo verían de una manera. Mientras, un cortesano de Lavapies o de la calle Mayor, lo verían de otra. Eso, sin contar, con las preferencias por el régimen monárquico o republicano…

No dejemos que la desinformación entre en nuestros hogares y en nuestras neuronas cerebrales. Analicemos, diseccionemos, reflexionemos y actuemos en consecuencia si es que podemos y nos dejan.


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