José Manuel G. Torga (27/3/2008)
Los idus de marzo aproximaron los alejados magnicidios de Aldo Moro y Julio César. La conjura contra éste, personalizada en Bruto, queda más clara que la que acabó con aquél, no siglos atrás sino hace sólo treinta años recién cumplidos.
«El asesinato de mi padre -ha declarado María Fida Moro a Irene Hernández Velasco, corresponsal en Roma de «El Mundo» –fue responsabilidad del poder, del poder en todas sus manifestaciones. Si usted me pregunta quien mató a Benazir Bhutto, yo le respondo: El poder. ¿Quién mató a Olof Palme?: El poder. ¿Quién mató a Kennedy?: El poder. Usted me puede mencionar nombres, pero los nombres son siempre limitados..»
Aldo Moro, a sus 61 años, era uno de los principales líderes de la Democracia Cristiana italiana y había sido cinco veces primer ministro. El 16 de marzo de 1978 fue secuestrado, en la capital italiana, cuando su coche circulaba por la confluencia de via Fani con via Stresa; un automóvil bloqueó el paso a la comitiva, diez miembros de las Brigadas Rojas asesinaron a tiros a los cinco escoltas y secuestraron al político. Moro fue acribillado a balazos, cincuenta y cinco días después; su cadáver apareció, con los impactos de once disparos.
La autoría directa de las Brigadas Rojas destacaba entre tenebrosos juegos de fuerzas , atribuíbles a Servicios de Inteligencia: italianos, israelíes, estadounidenses y soviéticos; mas también a la Mafia, a la Logia P2 y aún quedaría en el tintero un etcétera.
La decisión de Moro a favor del denominado «compromiso histórico», entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista italiano, para intentar superar una profunda crisis de la nación, había alarmado a la CIA, al KGB, a sectores de aquellos dos partidos… Henry Kissinger, secretario de Estado USA, advirtió a Moro, sin ambages, de los riesgos que pronosticaba ante la eventual entrada de comunistas – miembros del partido con ese apelativo más importante de la Europa Occidental- en el Ejecutivo de Italia.
Informar peligrosamente
El seguimiento por parte del periodista Carmine Pecorelli, del crimen político que costó la vida a Aldo Moro, concluyó con el atentado mortal contra el arriesgado informador.
«Mino» Pecorelli, abogado, había iniciado su labor periodística en la publicación «Mondo d’oggi», especializada en captar informaciones de carácter reservado. Dicho órgano, de la periodicidad mensual pasó a la semanal, con el título de «Nuevo Mondo d’oggi». Posteriormente, Pecorelli fundó y dirigió el confidencial «OP-Osservatore Político», que distribuía un noticiario de pocas páginas, ciclostiladas, para un selecto grupo de suscriptores: políticos, militares, magistrados, jerarquías eclesiásticas, periodistas y dirigentes de diversa índole. «OP» terminó saliendo a la calle como un semanario con confección arrevistada. Sus contenidos manejaban materiales unas veces provenientes de y otras críticos con los servicios secretos. Denunció una supuesta trama masónica incrustada en el Estado Vaticano; incluía 121 nombres. Esas y otras primicias metieron mucho ruido.
Según ciertas versiones, Pecorelli habría dispuesto de datos comprometedores, sacados de páginas inéditas escritas por Aldo Moro en el zulo donde estuvo secuestrado.
El 20 de marzo de 1979, cuando acababa de salir de la redacción de «OP», en via Tácito, Carmine Pecorelli fue asesinado en su coche: recibió un tiro en la boca -con significación explícita- seguido de otros tres balazos dispersos. Tampoco en esta ocasión andaban lejos los idus de marzo.
La liquidación de Pecorelli llevó a los tribunales a otro ex-jefe del Gobierno democristiano: Giulio Andreotti. Su larga trayectoria y su sutil virtuosismo político no le evitaron la comparecencia ante instancias sucesivas, si bien terminó absuelto de la acusación formulada de inductor del luctuoso delito.
Esclarecer los asesinatos de Moro y de Pecorelli, sigue pendiente. Quienes podían, desde luego, no se han desvivido por poner al descubierto a todos los responsables. Prefieren apostar por el olvido. Lo que pasa es que el pasado, vuelve.