GEES (30/4/2008)
Con la tenacidad de una mosca cojonera, el hoy presidente de Francia lleva años amargándole la vida al flemático y patológicamente optimista Rodríguez Zapatero.
Primero fue ETA. Cuando nuestro presidente vendía la piel de la paz y del desarme, el ministro de Interior del país vecino se empecinaba en negar la existencia de cambios importantes en la banda terrorista. Más aún, insistía machaconamente en que seguían siendo terroristas y no «hombres de paz».
Luego llegó la bronca sobre la inmigración. Sarkozy no quiso entender la bondad de la regularización masiva de inmigrantes realizada por el Gobierno socialista. Llevó el tema a Bruselas y allí nuestro presidente comenzó a disfrutar de las mieles de una soledad y un aislamiento como sólo Franco había conocido. Ni ellos entendían sus ideas, ni él comprendía sus palabras, ni estaba el de León dispuesto a estudiar dossiers o lenguas a estas alturas de su vida. ¿Acaso los había necesitado para llegar a la Moncloa?
Las elecciones francesas dieron de nuevo la oportunidad a Sarkozy de regodearse en una doble humillación a nuestro líder. Mostró el efecto letal de su gafe al apostar por Royal y condenarla a una derrota segura, como ya hiciera con el pobre Kerry y con Schroeder y, tiempo después, con Beltroni. Además, conservadores y socialistas explicaron la debacle de la atractiva candidata socialista por su condición de «zapatera».
El secuestro de un avión español con pasajeros franceses en el África negra supuso una nueva oportunidad para que Sarkozy se luciera a costa de Zapatero. Negoció y se trajo a unos y otros, en tiempos distintos, dándose el gustazo de acompañar a los miembros de la tripulación en su vuelta a España.
Desde entonces cada sonrisa y abrazo del francés han supuesto un desdén para nuestro presidente en la faz de cada uno de nosotros. En la Unión Europea hemos pasado a ocupar un puesto irrelevante, siempre dispuestos a agachar la cabeza, y lo que haga falta, ante el monarca republicano.
Con la insistencia del puñetero insecto, de nuevo la sombra del francés se proyecta sobre nuestro presidente. Los piratas somalíes no han tenido mejor idea que empezar secuestrando franceses y seguir con los españoles, por lo que la comparación, que siempre es odiosa, lo será mucho más. ¡No podían haber elegido un barco italiano!
Sarkozy actuó con la claridad a que nos tiene acostumbrados. Lo primero era proteger las vidas de sus conciudadanos, para lo que autorizó que el armador pagara el rescate. Una vez a salvo, unidades de operaciones especiales, que ya tenían localizados a los delincuentes, fueron a por ellos rescatando parte del botín y liquidando o capturando a algunos de los implicados. Sarkozy en Somalia, como Aznar en Perejil, comprendió que lo de menos era el incidente, lo realmente importante era el mensaje que Francia estaba enviando al mundo con su reacción. Francia es una gran potencia y sabe que sólo haciéndose respetar en cualquier punto del planeta podrá defender sus intereses.
Con tanta claridad como la esgrimida por el gabacho, o más si cabe, Zapatero ha decidido pagar el rescate, esperar que los secuestrados sean devueltos en buen estado e implorar a los organismos internacionales para que garanticen la seguridad de aquellas aguas. No ha querido recordar que el Congreso votó para que la Armada protegiera a nuestros barcos y que fue él quien se negó a dar la orden. Como presidente del Gobierno es él quien tiene que perseguir a aquellos delincuentes que atentan contra vidas y haciendas de españoles. Pero eso es mucho pedir para quien ha hecho de la rendición su consigna y si es antes mejor que después.
Si no hubiera sido por el impertinente y reaccionario comportamiento de Sarkozy, émulo de Bush y de tantos otros malditos cowboys que se niegan a entender que ésa no es forma de actuar en la arena internacional, tras el rescate Bernardino León habría podido preparar una exquisita declaración, en el marco de los principios y valores de la Alianza de las Civilizaciones, explicando que las víctimas eran los secuestradores, pobres gentes que tuvieron que crecer bajo condiciones de pobreza resultado del neocolonialismo occidental. Ése si era el camino del entendimiento y de la construcción de nuevo orden internacional más justo y más seguro.
N. de la R.
Este artículo se publica gracias a la gentileza del GEES (Grupo de Estudios Estratégicos).