Mi Columna
Eugenio Pordomingo (9/10/2009)
Decía el escritor noruego, Jostein Gaarder, autor entre otros muchos libros de «El mundo de Sofía», que «lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la capacidad de asombro». Moraleja: si mi capacidad de asombro es ahora ilimitada, luego soy un buen filósofo.
Hoy, mi capacidad de asombro ha sido de tal calibre que casi me da un pasmo. ¡A Barack Obama le han concedido el Premio Nobel de la Paz de este año!
Los méritos para obtener tal galardón han sido, según la Svenska Akademien (Academia Sueca), «sus esfuerzos por una diplomacia multilateral» y su «visión de un mundo sin armas nucleares» Pienso que por los mismos méritos o más se lo deberían haber concedido a Zapatero o Moratinos, por ejemplo.
Recapacito, reflexiono y me ensimismo, como un filósofo que ya soy. Y me doy cuenta que la imagen de Obama estaba decayendo entre sus votantes y en el mundo entero. ¿Entonces, que mejor que darle el Nobel de la Paz para recobrar los puntos perdidos?
Sigo reflexionando y me asalta otra duda ¿Cómo es que personajes como Henry A. Kissinger, Jinmy Carter, Yasser Arafat, Shimon Perez, Isaac Rabin y Al Gore han sido merecedores del Nobel de la Paz con lo que arrastran en su haber?
Otra duda me asalta -es el oficio del filósofo-, ¿cómo es que ningún hijo de España ha sido merecedor del Nobel de la Paz? Y otra reflexión más, ¿qué me dicen de Rusia, China o la India, que con miles de millones de habitantes ni uno sólo de ellos ha sido merecedor de ese Nobel?
Las dudas siguen atormentándome y acudiendo a mi filosófico cerebro…
Obama, nada más conocer la concesión mencionó algo así referido al «prestigioso premio» y que «no era merecedor de ese premio». En la primera aseveración no podemos estar de acuerdo después de ver a algunos de los galardonados, con las manos y el cerebro manchados de sangre de sus congéneres. En la segunda, coincido con usted señor Obama.