Rusia
Boris Kagarlitsky (9/1/2012)putin
Los llamamientos de la “izquierda moderada” rusa a apoyar y seguir pasivamente a los liberales parten de la supuesta necesidad de “trabajar entre las masas”, de ir a donde la gente está. Pero ¿cómo y con quién tienen las fuerzas de la izquierda que partir a la búsqueda de las añoradas masas? ¿Con panfletos mal impresos llenos de consignas abstractas?.

El estallido de las protestas callejeras en Rusia este diciembre ha sido el resultado natural del creciente descontento que se ha ido acumulando a través de los años y que no ha encontrado hasta ahora forma de expresarse. Era difícil predecir, sin embargo, que estallaría una crisis como consecuencia de los resultados electorales a una Duma estatal esencialmente decorativa, que no tiene poder alguno (los diputados, incluidos los de la oposición, son meras marionetas). Hace unas semanas, cuando discutía con los colegas de nuestro Instituto para la Globalización y los Movimientos Sociales la crisis política que se avecinaba, no éramos capaces de identificar cuales podrían ser los detonantes de la explosión. La conclusión general a la que llegamos los participantes en la discusión fue que la excusa para las protestas de masas serían ridículas, algunas de las innumerables agresiones cotidianas de las autoridades.

Las elecciones jugaron ese papel. La naturaleza fraudulenta de todo el proceso y la confrontación abierta entre las autoridades y la oposición en la Duma no eran ningún secreto para la población, en especial para el sector que se sumó a las manifestaciones. Pero el fraude masivo, absurdo y sin ningún tipo de disimulo fue percibido no como un acto político como una nueva dosis de aburrimiento. Era como si la sociedad simplemente buscase una excusa para rebelarse, y lo encontró cuando de manera inesperada un procedimiento rutinario de fraude electoral se convirtió en el tema de discusión general.

Pero el significado político del drama que se está interpretando va más allá de la cuestión de la composición del pseudo-parlamento ruso e incluso de las normas electorales que rigen su elección. La única función política de las elecciones de 2011 a la Duma ha sido preparar las elecciones presidenciales. Pero a su vez, estas no decidirán quien será el futuro dirigente del país, cuyo nombre se sabrá mucho antes.

Una élite burocrático-burguesa

Las decisiones de este tipo no las toman en Rusia los electores, ni los congresos de los partidos políticos, sean del gobernante Rusia Unida o de cualquiera de sus predecesores históricos, sino las reuniones de la élite burocrático-burguesa, que discute sin engorrosos formalismos ni ostentaciones. La información que consideraron necesaria fue comunicada al público el 24 de septiembre en el congreso de Rusia Unida y dieron por cerrado el asunto. El papel de las elecciones a la Duma era legitimar las decisiones que ya se habían adoptado y formalizarlas en términos y relaciones legales que ya existían.

La crisis de diciembre ha puesto patas arriba el escenario preparado por las autoridades. El rápido declive de popularidad de Rusia Unida, acompañado del crecimiento de las protestas y el completo descrédito de los procedimientos electorales han creado una nueva situación cualitativamente en la que el proceso electoral nacional no solamente es incapaz de servir su objetivo básico –legitimar la elección de las élites- sino que se ha convertido él mismo en un problema. Ello no presupone que las elecciones presidenciales vayan a ser “auténticas”. No habrá un solo candidato opositor, pero si apareciera uno, la sociedad sería para él el peor problema. Hoy, la “oposición” en Rusia consiste de grupos escindidos de las actuales autoridades o de fuerzas marginales de distinto pelaje, en su mayoría liberales y nacionalistas.

La “oposición”

El rechazo popular de las autoridades, tal y como se manifestó en diciembre con toda claridad, no significa en modo alguno que exista la menor simpatía por la “oposición”. Ni el programa que quieren difundir entre la gente los organizadores de las manifestaciones antigubernamentales refleja en nada las causas actuales del descontento de masas. Los dirigentes liberales de la oposición no quieren plantear temas sociales, ni siquiera aquellos que han aireado sus seguidores. Un grupo amplio de comentaristas de izquierdas defiende apasionadamente lo correcto de esta orientación de los políticos liberales y explican a sus lectores que si se agitan reivindicaciones sociales se corre el riesgo de “estrechar” la base social de las protestas. Esta posición podría parecer lógica: la exigencia de elecciones limpias es más “amplia” que la reivindicación de una sanidad pública gratuita. El problema, sin embargo, es que hoy en Rusia hay mucha más gente preocupada por el futuro de su hospital local que por las elecciones.

El 10 de diciembre unas 250.000 personas participaron en las manifestaciones en todo el país. En 2005, cuando estallaron las protestas contra la política social del gobierno, 2,5 millones de personas salieron a la calle a pesar de las heladas de enero. La base de masas para las protestas sociales es diez veces mayor que el apoyo con el contaron los organizadores de las últimas manifestaciones.

De ninguna manera debe concluirse de ello que los rusos no quieren elecciones limpias. Pero la inmensa mayoría de la gente solo se sumará a las protestas contra los actuales pucherazos, exponiéndose a las porras de la policía, cuando estén convencidos que las elecciones pueden significar un cambio positivo en sus vidas, que pueden ayudar a preservar el estado social que quiere la mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, la “oposición” no solamente no comparte estas reivindicaciones de la gente, sino que, por el contrario, se alinea en el mismo campo que las autoridades.

Los mercados bursátiles reaccionaron a las protestas en Rusia con una caída de sus valores, mientras la prensa económica explicaba el pesimismo de los inversores con el argumento de que, dada la amplitud de las manifestaciones, el gobierno vacilaría a la hora de llevar a cabo “reformas imprescindibles” como el fin de la educación y la sanidad públicas. La verdadera razón de la confrontación entre la sociedad y las autoridades es precisamente la resistencia de los que menos tienen a las políticas anti-sociales de las élites. Esta resistencia es lo que provocó el colapso de la tramoya en la que se desarrollaban las elecciones a la Duma y la que ha bloqueado la capacidad de actuación de las autoridades contra la oposición. Pero la propia oposición no teme menos que las autoridades, sino más, que estas señales de cambio.

El problema de los dirigentes de las actuales protestas y de sus acciones es bastante distinto del hecho de que no sean de izquierdas y que, consecuentemente, no puedan ir más allá de defender elecciones limpias, rechazando cualquier reivindicación social. El problema estriba en el hecho de que su posición inevitablemente lleva al fracaso a la hora de agrupar una base social suficientemente grande como para obtener las reivindicaciones “generales democráticas” que defienden. O bien construimos un movimiento de verdad de masas, poderoso, unido entorno a un programa auténticamente democrático, que incluya las reivindicaciones que reflejan los intereses básicos de la mayoría del pueblo ruso, o la actual revuelta se extinguirá sin haber sido capaz de conseguir los objetivos limitados que tanto los liberales como sus compañeros de viaje en la “izquierda” están dispuestos a apoyar.

La “izquierda”

Los llamamientos de la “izquierda moderada” rusa a apoyar y seguir pasivamente a los liberales parten de la supuesta necesidad de “trabajar entre las masas”, de ir a donde la gente está. Pero ¿cómo y con quién tienen las fuerzas de la izquierda que partir a la búsqueda de las añoradas masas? ¿Con panfletos mal impresos llenos de consignas abstractas? Los militantes de la izquierda vienen a las manifestaciones con panfletos arrugados, impresos en mal papel y con una letra minúscula que parecen sacados de un museo de la Revolución de 1905. Y como no se atreven a repartirlos a la gente en general, se los pasan a los conocidos. Los anarquistas agitan entre los estalinistas y estos entre los trotskistas, que a su vez pasan su material a los social-demócratas, que vuelven a distribuir sus panfletos a los anarquistas. Todo en un círculo cerrado.

La oposición es incapaz de proponer a sus seguidores otra cosa que reuniones interminables cuya ineficacia es obvia para cualquiera. Si a pesar de ello el Kremlin es incapaz de controlar la situación es simplemente porque la gente del Kremlin no tiene la menor idea de que hacer con Rusia. Cuando creen que la tensión disminuye, las autoridades anuncian de nuevo otro paquete de medidas que vuelve a echar gasolina al fuego de la crisis.

La situación conduce a un callejón sin salida inevitable. Un triunfo real de la democracia supondría también el completo colapso de la oposición existente. Las autoridades se niegan a dar marcha atrás y la oposición tiene miedo a ganar. Ambas partes preferirían, sin duda, llegar a un acuerdo.

Pero en Rusia a la política se juega ahora en público. Un acuerdo secreto entre las dos partes ya no sería una verdadera solución. En ajedrez esta situación se llama “tablas”. Pero la vida no es una partida de ajedrez, en la que se retiran del tablero las piezas y el juego puede volver a comenzar colocándolas una vez más en su casilla de partida. Antes o después la situación escapará al control de las autoridades y se abrirá una nueva fase más crítica. Y ello ocurrirá cuando las protestas políticas amplíen su base social y nuevos jugadores entren en escena. No tendremos que esperar mucho para verlo.

N. de la R.
Boris Kagarlitsky
es uno de los principales sociólogos y teóricos marxistas rusos contemporáneos, tras haber sido uno de los más jóvenes disidentes en la URSS. Autor de numerosas obras de análisis sobre la transición al capitalismo en Rusia, es director del Instituto de Estudios sobre la Globalización y los Movimientos sociales de Moscú y editor de la revista Levaya Politika (Políticas de Izquierda). En espacioseuropeos.com publicamos este artículo con la autorización de sinpermiso. La traducción de este artículo es de Gustavo Buster.