Mi Columna
Eugenio Pordomingo (21/12/2012)

Eugenio Pordomingo y Sabino Fernández Campo
Eugenio Pordomingo y Sabino Fernández Campo

Esta entrevista se realizó hace ya algún tiempo (abril de 2007). No se publicó entonces porque el grupo editor que, supuestamente, tenía interés en que viera la luz, no lo consideró oportuno por las razones que fuere. Sin embargo, un encuentro circunstancial con el personaje central de la entrevista, Sabino Fernández Campo, nos hizo a los dos -entrevistado y entrevistador- preguntarnos por qué no se publicó, ¿qué razones hubo?

Algunas de las respuestas a esos interrogantes la tenemos aquí…

Quién es Sabino Fernández Campo
Se siente orgulloso de haber nacido en Oviedo y de ser Hijo Predilecto deOviedo y Astu­rias. Ostenta el título de Conde de Latores con Grande­za de España, que le concedió el Rey. Licenciado en Derecho con un brillante expedien­te académico. Después de tomar parte en la guerra civil como alférez y teniente provisio­nal de Infantería, ingresó en el Cuerpo Militar de Intervención y prestó servicios en distin­tos destinos. Durante 20 años estuvo en la Secretaría de varios Ministros del Ejército. El 19 de diciembre de 1975 fue nombra­do Subsecreta­rio de la Presidencia del Gobierno; poco después, en 1976, ocupa la Subsecretaría del Ministerio de Informa­ción y Turismo. En 1977 es designado Secretario General de la Casa Real.  Fue uno de los principales promoto­res de la Fundación Príncipe de Asturias, además de colaborar activa­mente en la coordinación de la formación del Príncipe de Asturias.

No se puede negar su labor al lado del Rey durante el inten­to de golpe de Estado del 23-F, en aquella larga noche en la que el General Juste llamó por teléfono a La Zarzuela preguntando por el General Armada Comín. Don Sabino le respondió con flema inglesa, aunque tajantemente: «Ni está, ni se le espera…».

El 22 de enero de 1990 sustituye al Marqués de Mondejar cono Jefe de la Casa Real. En 1993, los Reyes Magos le dejaron un mal regalo: cesó el 8 de enero como Jefe de la Casa Real. Le sustituyó Fernando Almansa, hombre cercano al ex banquero Mario Conde. A primeros de 2002, Fernando Alman­sa era destituido, aunque fue en diciembre cuando se hizo efectivo. Le sustituyó Alberto Aza, director hasta entonces  de la Oficina de Informa­ción Diplomáti­ca y experto «fontane­ro» como Jefe de Gabinete con el presi­dente Adolfo Suárez.

Al parecer, el motivo del cese de Almansa fue «no haber sabido gestionar correc­ta­mente el asunto de la rela­ción entre el Príncipe Don Felipe y Eva Sannum…».

La historia de estos ceses, bien pudo ini­ciarse años atrás. La causa principal fue la ambición desmedida de Mario Conde. Personas de la confianza del ex banquero se dedi­caban a difundir infundios contra Aznar y Felipe González. Conde quería tener el camino expe­dito para su acceso, por la puerta grande -aunque falsa- a la política. También le estorbaba Sabino Fernández Campo. Lo segundo lo consi­guió, aunque no lo pudo rentabilizar. Las ambiciones de Conde quedaron sega­das para muchos años…

La decisión de apartar a Sabino de la Casa Real provo­có, con toda seguri­dad, fric­ciones en el seno de la familia Real, y una profun­da congoja en el ya ex Jefe de la Casa Real. Él ha vivido y conoce a fondo, como nadie, los últimos años del franquis­mo; la transición; el intento de golpe de Estado del 23-F; las debi­lidades -pequeñas y grandes- de unos y otros. Y conoce, y ha padecido, lo que aconteció cuando le apartaron de la Jefatu­ra de la Casa Real. Han pasado muchos años desde el cese de don Sabino

El gran monumento a la discreción que él es, presen­ció desde la lejanía cómo en el verano de 1993, Mario Conde era investido «Doctor Honoris Causa» por la Universidad Complu­tense de Madrid. La tenaza iba aferrando su presa. El Para­ninfo de la Universidad Complutense estaba lleno hasta la bandera. Allí se encon­traba la flor y nata de los llamados «poderes fácticos»: políticos, banqueros, finan­cie­ros, empresarios, brookers Emilio Ibarra, José María Amusáte­gui, José Ángel Sánchez Asiaín y Gustavo Villapalos, entre otros, junto a oportunistas de toda ralea y condición. Por supuesto, estaba el entonces embajador de Israel en España, Slomo Ben Ami…  Llamó la atención la presencia de Adolfo Suárez, que en plena campaña electoral no había par­ticipado apoyando a su partido, el CDS. La Reina, cuya asistencia estaba programada, no hizo acto de presencia. El Rey sí estuvo…

Mario Conde
Mario Conde

En el discurso de investidura, Mario Conde, denunció la «invasión del Poder Ejecuti­vo en los poderes Legislativo y Judicial»; abogó por la democracia de los ciudadanos, además de la de los partidos. Estaba claro que el gallego Mario Conde se estaba postulando para algo muy importante. Con persuasión, promesas y, sobre todo, dinero, mucho dinero, había tejido una sutil tela de araña que llegó hasta lo más alto…

Políticos profesionales, como Aznar y González, no veían bien ese trajín político-financiero, cuyo objetivo era arrebatar­les el sillón. Aznar calificó como «insulto al Partido Popular» el desembarco político de Conde. Antonio Hernández Mancha, Arturo García Tizón y hasta Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, estaban prestos a desembarcar en la «operación Conde».  Las visitas de jóvenes aliancistas (peperos) a la casa del banquero en Madrid eran más que asiduas.

Un 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, el Gobierno expulsa a Conde de Banesto. Su destitu­ción por el Banco de España es fulminante: Banesto era interveni­do. Meses antes, Conde se había ofrecido para presidir un Gobierno de concentra­ción. Sus aspiraciones políticas se vieron frustradas. Hoy, con pijama de franela, pasa los días en una prisión española.

Después de esta entrevista nos reunimos en más de una ocasión, en todas las ocasiones en el Centro Colón de Madrid; pero el contenido de esas amigables y jugosas charlas verá la luz en un próximo volumen.

Sabino Fernández Campo muere el 26 de octubre de 2009.

P.- ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
R.- Nací en Oviedo y viví allí hasta después de la guerra civil. Estudié en el instituto de Santo Domingo. La Revolución de 1934 la tengo muy presente; he recordado algunas veces cómo me impresionó esa tragedia; presencié cómo bajaban los revolucio­narios por delante de casa. Estábamos todos un poco asustados, viéndoles desde las ventanas. Me sorprendió cómo traían los cañones de la fábrica de Trubia los habían tomado para bombar­dear Oviedo y la catedral. Uno de los que llevaban esos cañones era un compañero mío del colegio. Entonces me di cuenta de cómo dos personas tan jóvenes se podían ver separadas de un día para otro y cómo  un conflicto las podía dividir.

P.- ¿Cómo se hizo militar?
R.- Yo estaba estudiando Derecho; llevaba muy bien la carrera. La Guerra Civil me cogió en Oviedo. Tuve que interrumpir los estudios.  Me movilicé; recorrí toda España: Levante, Castellón, Teruel, Cataluña, la Batalla del Ebro… Al terminar la guerra seguí en activo. Me traslada­ron al Regimiento de Oviedo. Logré acabar Derecho en el primer año en que se normalizó todo. Como seguía en activo, oposité al Cuerpo de Intervención Militar y allí me quedé.

P.- ¿Cuándo se incorpora a la Casa Real?
R.- Antes estuve en la Secretaria de seis ministros del Ejército: Barroso, Martín Alonso, Menéndez Tolosa, Castellón de Mena, Coloma Gallegos y Álvarez Arenas. Estuve más de veinte años en ese puesto.

P.- Con toda seguridad en esos puestos conocería de las artes de la política…
R.- Indudablemente eran momentos muy interesantes. Desde allí viví la Marcha Verde, el Proceso de Burgos, etc.

P.- El «caso Matesa» fue la bandera que utilizó Manuel Fraga y José Solís (Movimiento) para enfrentarse al Opus Dei, ¿qué pasó realmente?
R.- Eran asuntos políticos, que a lo militar afectaban poco. Sí recuerdo que al ministro Mariano Rubio, recientemente fallecido, nunca le gustó el indulto; quería que se hubieran depurado hasta el final las responsabili­dades, pero no fue así.

P.- Las relaciones con Marruecos, siempre complejas, están ahora atravesando algunas dificultades, especialmente por la «reaparición» del Frente Polisario y la intransigencia de las autoridades marroquíes impidiendo que delegaciones españolas puedan visitar El Aaiún. Con cierta perspectiva, ¿qué supuso la Marcha Verde en aquellos trágicos momentos?
R.- Fue un asunto preocupante, porque era algo nuevo, orig
nal. No se podía defender el territorio por la fuerza. Recuerdo una anécdota, iba yo en un taxi, por la tarde y de paisano, al ministerio. Por sondear la opinión de la calle, le pregunté al taxista sobre la Marcha Verde; el conductor se volvió, me miró,  y algo extrañado me dijo: «Pues si no lo sabe usted, mi general, ya me dirá…»

P.- ¿Cómo se explica que el entonces Príncipe Juan Carlos fuera a animar a nuestras tropas en aquellos momentos tan difíciles y al día siguiente los ministros José Solís y Antonio Carro estuvieran trabajan­do para ceder el Sáhara  a Marruecos?
R.-
El viaje del Príncipe fue muy discutido. En eso se produjo una división. Los militares sí querían que fuera… Sin embargo, el Presidente del Gobierno no, porque era una manera de implicar­le. Hay que tener en cuenta que Franco se estaba muriendo. No se si fue útil o no ese viaje; el caso es que fue.

P.- Lo cierto es que luego abandonamos el Sáhara y a los saharauis…
R.- Era una posición difícil de defender. Ahí se jugaba con muchos intereses y muy poderosos.

P.- Hoy es complejo explicar a las nuevas generaciones lo que significó aquella etapa del proyecto de asociaciones políticas, en una España donde los partidos políticos estaban prohibidos y había serias dificultades para reunirse. ¿Fue difícil esa etapa?
R.- Fue muy intensa… Arias Navarro sabía que el cambio era inevitable, poro no quería hacerlo en profundidad. Hay que vivir cada época, y situarse en el momento;  hasta las el-rey-y-sabino-fernandez-campo1palabras tienen distinto significado hoy. Vivimos más de palabras que de ideas, de signific­ados. Después de una guerra, cuando se achacaba a los partidos y a los políticos lo que había sucedido, la palabra «partido» era algo nefasto, que no se podía pronunciar. Entonces se inventó lo de las «asociaciones» políticas. Arias Navarro creyó que con ese instrumento se podía suplir a los partidos, y avanzar hacía una democracia un tanto especial. Pero no podía cuajar por­que, además, había partidos con tradi­ción; había partidos que querían seguir siendo lo que eran… Fue un intento de Arias Navarro de no querer separarse del todo del pasado y establecer una especie de aventura con aquel ´Espíritu del 12-F´. Pero no pudo ser, las cosas o son de una manera o de otra.

P.- Por aquellos días, con toda seguridad, las Fuerzas Armadas  tenían bastante influencia en la Política…
R.-
Nosotros, bueno, yo, dentro del ministerio del Ejército, ninguna. Yo pasé a Presidencia estando Arias. Luego vino un momento clave, que fue la legalización del Partido Comunista. Legalizar a los comunistas era imprescin­dible, no hubiera habido una democracia completa sin un P.C. en libertad, como acontecía en el resto de la Europa democrática. Por otro lado, hasta convenía saber cuántos eran y quiénes eran. Un partido en la clandestini­dad siempre es problemático. Era, por tanto, impres­cindible su reconocimiento para que las cosas fuesen bien. Pero se hizo mal. Muy mal.

P.- Si estaban de acuerdo en la legalización del P. C., ¿qué es lo que falló?
R.- Se hizo mal en la forma. Se defraudó a las Fuerzas Armadas innecesa­riamente. Yo creo que de ahí parten muchos de los problemas que sufrimos. Hubo una reunión, que yo conozco muy bien, con el Presidente Adolfo Suárez, al que admiro mucho, que tiene una gran facilidad de convencimiento, de persua­sión… Hay que tener en cuenta que todavía quedaban muchas de las personas que habían participado en la guerra civil en puestos claves.

P.- ¿Considera que no se tuvo en cuenta la opinión de esos mandos militares?
R.- En esa reunión, como digo, se habló de cómo había que proceder, evolucionar; porque para una transición sin problemas se necesitaba el apoyo de todos. Y, por supuesto, de las Fuerzas Armadas. En esa reunión se encontraban los Capitanes Generales, los Almirantes, los tres Ministros milita­res y, también, Gutiérrez Mellado. La mayoría acudieron con mucho recelo. Se estaba a la expectativa de lo qué les iba a comentar «ese chico» -como llamaban a Suárez-, al que consideraban un inexperto.

P.- Lo cierto es que Suárez les convenció
R.- Se entusiasmaron con Adolfo Suárez. Les había convencido su planteamiento político.

P.- ¿También les convenció de que había que legalizar al Partido Comunista?
R.- No, no, qué va. Y ahí está el problema. Les comentó que se iban a legalizar todos los partidos políticos, siempre y cuando estuviesen de acuerdo con la legalidad vigente. Se legalizarían a todos menos al Partido Comunista. Sin lugar a dudas, digo, salieron todos entusias­ma­dos… Hasta el punto de que se emitieron unas circulares internas para que las Fuerzas Armadas conocieran la situación. Había que tener en cuenta que en la época de Franco se habían simplificado mucho las cosas. Por ejemplo, que la guerra fue contra el comunismo y la masonería. Legalizar a los comunistas era, por tanto,  algo complejo…

P.- De esto se deduce, y se ha hablado mucho, que Adolfo Suárez tenía programado legalizar al P. C.
R.- Yo no lo sé. No lo creo. Después se produce la legalización en plena Semana Santa. A mí me llama al ministerio Rodolfo Martín Villa, y me comenta que hay que dar la noticia, adornarla y justificarla. Me quedé asustado; conocía el sentir de mis compañeros.

Eugenio Pordomingo y Rafael Pérez Escolar
Eugenio Pordomingo y Rafael Pérez Escolar

P.- ¿Quién cree que fue el artífice de esa estrategia…?

R.- Se había hecho una promesa concreta. Pienso, que si Adolfo Suárez vuelve a llamar a los mismos militares, y les explica todo, seguro que les convence de nuevo; sin problemas. Cuando yo le comenté este parecer, me dijo «eso está ya arreglado». Parece ser que el general Gutiérrez Mellado había hablado con algunos mandos.
Las Fuerzas Armadas fueron engañadas y se sintieron defraudadas. Ese malestar quedó…

P.- ¿Tanta importancia concede a esto?
R.-
Ese episodio me parece que fue desgraciado. Luego vinieron las consecuencias del 23-F; ahí el Rey ganó presti­gio y recalcó su sentido democrático. Tras el 23-F, las Fuerzas Armadas quedaron bastante tocadas, sobre todo por la forma de desarro­llarse el Consejo de Guerra. Si hubieran aparecido posturas brillan­tes, responsables… Por supuesto, no hubiera habido penas de muerte.  Sí las hubo cuando la sublevación de Sanjurjo; él admitió su culpa. Le condenaron a muerte y le indultaron. Fue una postura bonita, muy militar, que quizá…
Mis recuerdos del 23-F son tristes. El militar de más categoría era Milans del Bosh, si llega a reconocer su implica­ción y responsa­bilidad, pues todo hubiera sido distinto. «Lo hice por el bien de España», podría haber alegado. Hubiera sido lo lógico; el malestar era importante.

P.- ¿Se ha hablado de que el verdadero golpe estaba programado para el 2 de mayo de ese mismo año y de las implica­ciones del CSID y de una trama civil…?
R.- Bueno, pues, no lo sé. Yo no conozco sus interio­ri­dades; quizá algún día se sepa todo; aunque tal vez sea mejor no conocerlo.

P.- Usted debe saber casi todo…
R.- No, hay muchas cosas que no sé y que no me explico. Un golpe de esa impor­tancia, con un asalto al Congreso de los Diputados, que después parece que no existe un acuerdo sobre lo que hay que hacer, pues… Tejero no admite a Armada; Armada no sabe nada… En definitiva, aquello fue un desastre. No logro explicármelo, y casi es mejor correr un tupido velo…

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