Guerra fríaEspaña/Europa
Jesús Riosalido (2/6/2014)
En 1970, en el mes de abril, y cuando ya nuestras Representaciones en el Este de Europa parecían bien asentadas, el entonces Subsecretario, Luis Fernández de Valderrama, convocó una reunión de Representantes en los Países Socialistas en la Embajada de España en Viena, en la que yo prestaba servicios, en la Argentinierstrasse 34. Sabíamos que en la torrecilla que coronaba el edificio situado justo en frente, Argentinierstrasse 38, estaba instalada una radio soviética, pero pensábamos que sus micrófonos no podían alcanzar a la sala en la que íbamos a reunirnos. Ahora bien, lo que no calculamos, fue que un español comunista, que era electricista, estaba encargado de colocar micrófonos dentro de la sala, y así lo hizo. Yo le vi entrar, y me extrañé porque si había entonces algo difícil en Viena era que los electricistas, fontaneros, etc., vinieran a las casas, pero de momento no le presté atención, hasta que la reunión dio en comenzar. Se intercambiaron comentarios generales, hasta que el Subsecretario consideró que ya era bastante y ordenó iniciar las discusiones en serio. En ese momento, todas las luces de la casa se fundieron, y entonces comprendí lo que era. Habían instalado micrófonos, porque sólo un manazas como el arriba mencionado podía hacerlo tan mal. Lo advertí al Subsecretario y se suspendió la reunión, trasladándonos a otro lugar más seguro.

Vinieron técnicos de Madrid y descubrieron, en efecto, tres micrófonos en aquella sala. Muchos años después, y poco antes de morir, Valderrama me dio las gracias en el Ministerio por mi gestión.

Mi coche fue seguido por los servicios de información soviéticos varias veces en Viena, pero yo también les seguí a ellos alguna vez, recordando de manera especial una noche en la que, siendo muy tarde, ya de madrugada, me paré en un semáforo, justo detrás de otro coche diplomático, cuya matrícula no me sonaba. El sí me vio, porque arrancó de forma inusitadamente rápida, como si quiera escapar, y yo, algo extrañado, le seguí por las calles.

Nos convertimos en una especie de persecución entre polis y ladrones, como lo hemos visto en las películas americanas, pero yo no cejé, hasta que descubrí que se internaba en el Bezirk o Distrito 2, el Distrito más comunista de la Viena de aquel entonces, con edificios que los amigos rusos habían rebautizado como Karl Marx Wohnungen, o algo parecido, y donde constaba que tenían sus mejores espías. Al día siguiente comprobé el número del extraño coche y resultó, en efecto, pertenecer a la Embajada Soviética.

Como persona muy vinculada con el mundo de la cultura, creo que no podría concluir este relato de mis experiencias en Austria sin referirme a mi actividad docente en la Universidad de Viena, en el Institut für Dolmetschbildung del Kärnterring, cerca de la Rosauerkaserne, durante tres años, de 1970 a 1973, en calidad de Lector de un Seminario denominado Spanische Kultur der Gegenwart. Este seminario fue muy protegido y visitado, sobre todo por el Embajador que sucedió el marqués de Castelflorite, y que fue Miguel de Lojendio e Irure.

Todos le queríamos mucho, porque era muy accesible y popular, y lo lamentamos infinito cuando, más tarde, siendo ya Embajador en París, recibió a uno de los principales responsables de la matanza de Paracuellos, Santiago Carrillo, tan sólo unas semanas antes de que Adolfo Suárez declarara legal al Partido Comunista, lo que le valió que le trasladaran de inmediato de París a Madrid, donde murió, solo y abandonado, en su piso de la capital, de un enfisema pulmonar.

También en el aspecto cultural escenificamos el AMOR DE DON PERLIMPLIN CON BELISA EN SU JARDÍN, de Federico García Lorca, en el Club Español de la Nelkengasse 3, 1060 Wien, con Jesús Mariátegui, María Rosa del Campo y María Rosa Casals. El primero era tenor de la Staatsoper y las dos últimas asimismo sopranos de la misma ópera famosa. Otras actividades fueron la emisión por la ORTF, la radio y televisión austríaca, en alemán, de mi obra LAS MUJERES, dirigida por Erica Vaal, nombre que no deja de sonarme a holandés, y la puesta en escena de mi trabajo LOS NIÑOS en el Club Español de siempre. Hoy día el Club ha desaparecido y su lugar lo ocupa un Club nocturno, de nombre Jenseits Klub, pero así es la vida, y hay que aceptar que todo pase.

En Viena aprendí que los judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos no sólo habían ido a Francia, donde al parecer vivieron algún tiempo de la práctica del tarot de Marsella y a Holanda, donde se hizo famoso el pensador Espinosa, o Spinoza, sino también, aunque en menor número, a Austria y a los Balcanes. De los Balcanes hemos conocido a la judía convertida al catolicismo, que se hizo monja, y que durante mucho tiempo fue priora del Convento de Nuestra Señora de Sión en la calle de Hilarión Eslava 50, sor Ionel Michailovich, mujer encantadora, y una de las pocas conversas que siempre tuvo acceso a la Sinagoga Central de Madrid en la calle Balmes, detrás de la Iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel, en Chamberí.

En Austria, y más concretamente en su capital, conocí el Círculo Hispano Americano, del Café Ottakring, cerca de la Universidad, y del famoso Krankenhaus zum Heiligen Geist, donde nació mi hija Mauricia, y donde se reunían los sefardíes y los hispanos de toda Viena, y de cuyo Círculo fui miembro, pronunciando algunas conferencias. Su Presidente era el pequeñito y nervioso Michael Rosenbaum, que hablaba un español sudamericano, casi sin acento, y su Secretario, Samuel Hellbarak. Me recordaban mucho el tiempo pasado en Jerusalén del que les hablaré otro día, y no creo que les olvide nunca.

He de mencionar también a la Österreichische Spanische Gesellschaft, que solía realizar sus actos en el palacio Palffy, el mismo que aparece en la película El Tercer Hombre, de Carol Reed, frente a la Hofburg, el viejo palacio Imperial, que dirigía, con una ternura especial, el doctor Hans Stopfer, el cual nos puso en contacto con el famoso hispanista Alexander Von Randa, el cual escribió y me dedicó un excelente libro que se llamaba El Imperio Mundial, o sea, Das Weltreich, en el que presentaba el Imperio Español como austriaco, lo que hay que perdonarle por patriotismo local, y hay que decir que yo nunca le contradije. Lo malo fue que Stopfer no se llevaba bien con Miguel de Lojendio, y tuvieron, creo, alguna discusión, pero él, erre que erre, no dejó la Presidencia de la Sociedad, y parece que sobrevivió a Lojendio. Tuvieron una continua actividad cultural y de ella quiero recordar el viaje a Carnuntum, un campamento romano cerca del Danubio así como el viaje a Retz y sus molinos de viento, similares a los de La Mancha, que entonces aún se llamaba Castilla la Nueva.

Un incidente fue la extraña muerte de un español, cuyo nombre tampoco quiero mencionar, en la escalera, casi de caracol, que conducía al Club Español, y cuyo cuerpo nadie reclamó.

Estaba en nuestra lista de posibles espías comunistas, y parece que cayó rodando por los escalones, rompiéndose la cabeza a su cabo. Como ese día no estaba abierto el Club, nos preguntamos en seguida qué iría a buscar allí, sin encontrar respuesta adecuada. Es posible que lo matara el M16 o acaso la CIA, que entonces tenía la famosa licencia para matar, que figura en los films de James Bond, pero nunca llegamos a saberlo de cierto.

Embajador, Jesús Riosalido
Embajador, Jesús Riosalido

Lo que sí aprendimos es a custodiar muy cuidadosamente, es decir, siempre en la caja fuerte, los expedientes de la Embajada, para evitar en el futuro cualquier otro incidente de este tipo. Entonces las Embajadas de España tenían un pequeño presupuesto para atender al entierro de los españoles que morían en el extranjero sin familia, de modo que llevamos el cuerpo al Zentralfriedhof, o sea, al mismo Cementerio en que, según Graham Green, fuera enterrado Harry Lime, envuelto en el ataúd más barato que nos ofrecieron, y que era como una chocolatina, o sea, cubierto de un papel metalizado de plata. Miré dentro de la tumba, antes de colocar el cuerpo, y aun me parece demasiado honda para tan pequeña persona, que seguramente estaba sola en el mundo y que apenas cobraría unos rublos de los rusos, si es que cobraba algo y nosotros no estábamos equivocados sobre él.

No había muchos protestantes en Viena, pero sí dos secretarias de nuestra Embajada, Dietlinde Hofmann, de Kärnten, muerta en un accidente de automóvil, y a cuyo entierro asistí, como conspicuo reformado de la Embajada, y Angelika Trierenberg, mi propia secretaria. Había, asimismo, una Iglesia Evangélica cerca del Kaisergraben y de la Minoritenkirche. Pero Austria es, en su esencia, un país católico, y así permanece.

N. de la R.
El autor es Embajador de España y escritor.

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