Primavera de Praga
Primavera de Praga

España/Europa
Jesús Riosalido (31/5/2014)
Desde que la URSS reprimiese con dureza tanto a los sublevados berlineses de 1953 como a los húngaros de 1956, se inició en los Países llamados socialistas del Este de Europa una marea revisionista que tuvo como excusa la lucha contra el estalinismo, y que por siguiente, pudo ser vista con buenos ojos en Moscú. Esto es exactamente lo que hizo Antonin Novotny desde el final de los 50 hasta 1967 en Checoslovaquia. Pero el 5 de enero de 1968, cuando yo aún estaba en Amman, Jordania, Alexander Dubcek proclamó lo que hubo de llamarse Prazske Jaro, o Primavera de Praga, porque el otro proceso progresaba muy lentamente. Querían conseguir alguna forma no totalitaria del socialismo, lo que ya se sabe es muy difícil cuando no imposible.

Este movimiento duró hasta la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, en la que las fuerzas del Pacto de Varsovia lideradas por la URSS, y compuestas, además, por Bulgaria, Alemania Oriental, Hungría, y Polonia, entraron en Checoslovaquia. El poder militar enfrentado era de unos 600.000 hombres, 800 aviones y 6.300 tanques, contra 200.000 hombres, 250 aviones y 3.000 tanques. La victoria estaba, pues, asegurada a los soviéticos. Y, sin embargo, Checoslovaquia decidió no defenderse. Las bajas fueron muy limitadas, pues no pasaron de 108 civiles checoslovacos muertos y 500 heridos, aproximadamente.

El mismo día de la invasión, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas denunció lo que estaba ocurriendo, pero no pudo evitar el veto soviético contra el correspondiente proyecto de resolución, patrocinado por EE. UU., e Inglaterra. Sin embargo, tanto Rumanía como Yugoslavia negaron que hubiesen participado en el ataque. La intentona de Dubcek fue desmontada, pero se le permitió seguir viviendo, hasta el punto de que muchos años más tarde fue nominado para enfrentarse con el escritor Vacláv Havel por la Presidencia de la República. El mismo Dubcek canceló su nominación, lo que condujo a la destrucción del Estado checoslovaco.

Llegué e Viena a comienzos de septiembre de 1968, habiendo sido nombrado segundo secretario de tal Embajada por Castiella, el 14 de agosto del mismo año, e inmediatamente empecé a enterarme de cuál era la postura española en el caso, y a observar su evolución, que no fue en todos los casos consecuente. Es evidente que España daba la bienvenida a toda desestabilización que pudiera darse en el bloque comunista, pero con matices muy concretos que resumiremos en lo que sigue, EL SOCIALISMO CON ROSTRO HUMANO.

En este punto, el régimen de Franco sacó a pasear las antiguas ideas falangistas de carácter social, y sin dejar de apoyar la independencia política de Checoslovaquia, le pareció, que dado que las propuestas de Dubcek no destruían en su totalidad la solidaridad del Este con la URSS, como por el contrario había ocurrido en Hungría en 1956, la propuesta de la Primavera de Praga podría mantenerse, en lo que se equivocó por completo, pues los soviéticos se mostraron contrarios a cualquier cambio en el fragmento de Europa que estaba bajo su domino.

La doctrina que pretendía mantener la unidad absoluta del bloque socialista, incluso con intervenciones militares si era necesario, se conoció como Doctrina Brezhnev, en honor de Leonid Brezhnev, el líder comunista, y se convirtió en oficial en la URSS y los demás Países del Este hasta que en los años 80 fue sustituida por la llamada Doctrina Sinatra, que la propia del gobierno de Gorbachov y cuyos terribles resultados finales ya conocemos todos.

SOCIALISMO Y REFORMA. Ni una ni otra expresión gustaban a Franco, la primera por resultar en el mantenimiento en el poder de sus enemigos de toda la vida, y por considerar que reconocía una supremacía indudable de la URSS, y la segunda porque él tampoco quería ni había empezado a considerar en aquellos años reforma alguna en España, y pensaba, acaso, que al ver pelar las barbas de su vecino, él tendría que poner las suyas a remojar.

Según las instrucciones que recibíamos, casi con carácter diario, del Ministerio de Exteriores en Madrid, había que apoyar el Socialismo con Rostro Humano, pero abstenernos en caso de que se presentara alguna propuesta de reforma en profundidad del estado checoslovaco. Supongo que similares instrucciones serían trasladadas a nuestra Embajada en NN.UU.

ESPIAS A TRAVES DE LA FRONTERA. Si Praga no se defendió militarmente, pues fue la propia población civil la que salió a las calles, Bratislava o Pressburg, en alemán, después capital de Eslovaquia, aún lo hizo menos y los servicios de información soviéticos aprovecharon la relajación que inevitablemente se produjo en la frontera con Austria, al lado mismo del Danubio y de Occidente, a unos 50 kilómetros de Viena, para deslizar en territorio austríaco numerosos informadores y espías, lo que supimos inmediatamente, porque teníamos infiltrados algunos agentes tanto en el Partido Comunista Austríaco, muy minoritario, como en la propia colonia española, compuesta de muchos comunistas y socialistas, y lo comunicamos a Madrid.

Lo que aparentemente preocupaba más en Santa Cruz o acaso en El Pardo era si los infiltrados y sus contactos en Viena eran antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales, y al contestar nosotros que tal no era la prioridad de Moscú sino más bien penetrar en el mundo germánico centroeuropeo, parecieron calmarse. No obstante se siguió observando a los compatriotas que tenían vinculaciones políticas con la extrema izquierda y en especial con el comunismo.

El Club Español de la Nelkengasse 3, en el distrito VI de Mariahilf, fue esencial para dichos contactos, pues en él se reunía buena parte de la colonia española.

La sensación de que el bloque liderado por la URSS había empezado a resquebrajarse inevitablemente, permaneció, sin embargo, y por eso España abrió un nuevo capítulo de sus relaciones con el Este a través de acuerdos con países individuales de este grupo, salvo con la Unión Soviética, por indicación personal de Franco, que quería vincular el acuerdo a una devolución del llamado Oro de Moscú, enviado cándidamente por los republicanos españoles cuando ya veían que iban a perder nuestra Guerra Civil. Lo único que consiguieron fueron una especie de cuentas del Gran Capitán, que afirmaban que la República se lo había gastado ya todo en diferentes clases de armamento, cuentas que resultan indignas, teniendo en cuenta que los socialistas y comunistas españoles era sus camaradas y sus hermanos, y tampoco era cuestión de quedarse con su oro.

La fórmula que propuso España y que fue aceptada por los del Este fue la creación de unas llamadas Representaciones Consulares y Comerciales, con estatus diplomático, pero que no incluían al Jefe de tales Representaciones como Embajador. Las negociaciones con Polonia fueron relativamente fáciles, y las que tuvimos con Hungría, Rumanía y Bulgaria cayeron como fruta madura del árbol. La República Democrática Alemana fue otro caso. Se resistió bastante a firmar con nosotros, pero una oportuna llamada desde el Kremlin acabó con su resistencia, y al final se unieron al grupo de los demás países. Era el comienzo de unas relaciones diplomáticas que no cesaron de crecer, ya que Rusia sabía que crecerían y concluirían en un reconocimiento de la Rusia Soviética por parte de Franco.

Embajador, Jesús Riosalido
Embajador, Jesús Riosalido

Dichas Representaciones fueron muy vigiladas por los servicios de información comunistas, de todas las maneras posibles, dentro de las limitaciones que imponía el desarrollo tecnológico de aquella época, pero sobre todo de dos fundamentales, con agentes físicos y con escuchas de radio y teléfono. Un vez visité nuestra Representación en Budapest, y el Jefe de la misma me mostró cómo todas sus paredes estaban llenas de cables y de conexiones, que podían verse ya que la pintura puesta encima de ellos se había secadío de forma diferente al resto del muro y se notaban a simple vista. El servicio y chóferes de las Representaciones estaba casi en su totalidad compuesto por agentes comunistas.

Un caso curioso y hasta chusco fue el de una de nuestras Representaciones, no diré de cuál aunque lo sé muy bien, cuyo Jefe tomó como amiga íntima a una eficaz espía socialista, y fue tan ingenuo como para dejarse fotografiar con ella, a través de cámara oculta, lo que los polacos aprovecharon para mostrarle las placas y amenazarle, no con comunicarlo a Madrid, que también, sino, sobre todo, con contárselo a su casta esposa, si no le informaba de las instrucciones que recibía de Madrid. El Jefe de aquella Representación se arrugó y les pasó algunos papeles, que no sé qué grado de compromiso incorporaban, y al cabo acabó de confesar su delito ante el Director de Personal de nuestro Ministerio. Fue inmediatamente substituido por otra persona, como es natural, y el caso no es que lo supiera su mujer, que estuvo inmediatamente al cabo de la calle, sino que se conoció urbi et orbi en todo el servicio diplomático, con la correspondiente tomadura de pelo de gran parte de los compañeros.

N. de la R.
El autor es Embajador de España y escritor.