Franco
Franco

España
Jesús Riosalido (19/5/2014)
El día 14 de mayo de 1968, y por orden del entonces Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella y Maíz, fui nombrado Segundo Secretario de la Embajada de España en Viena, ascendido a primero en 1970, tras haber servido durante tres años en Ammán y en Jerusalén. Allí, en la antigua capital del Imperio Austro Húngaro, iba a ser protagonista y testigo fundamental de dos aspectos básicos de nuestra política exterior, es decir, la política nuclear y la política de Europa Oriental, en un momento en que se abrían las Delegaciones Comerciales en la mayoría de los países del Este. Vamos a dedicarnos al primero de los temas señalados y dejaremos el asunto del mundo comunista europeo para otro día.

Era Embajador de España en Viena don Joaquín Buxó-Dulce de Abaigar, marqués de Castelflorite, y descendiente de un antiguo general isabelino, que había sido antes Gobernador Civil de Barcelona y su provincia. Su hijo, del mismo nombre que su padre, fue un gran poeta de mi mundillo de Barcelona, del que también formaban parte José Cruset, José Carol y otros, todos ellos ya han pasado a mejor vida.

Existía entonces en la Universidad Complutense, que era una verdadera Universidad, y muy seria, no como la de ahora, la Junta de Energía Nuclear, JEN, presidida por un almirante de la Armada, don José María Otero Navascués, marqués de Hermosilla, y vicepresidida por Antonio Colino López. Después, Felipe González, presionado por los sectores extremos del progresismo en su partido, le cambió de nombre, ya que lo nuclear estaba mal visto, y la rebautizó como Consejo de Seguridad Nuclear, CSN, que presidiría Francisco Pascual.

El Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968, violó el principio de igualdad soberana de los estados, que había consagrado la Carta de las Naciones Unidas, y los dividió en dos clases, los poseedores de armas nucleares, o sea, los EE.UU., Inglaterra, Francia, la URSS y China, y los demás, a los que les estaría prohibido para toda la eternidad producir tales armas. Como compensación a esta renuncia se ofrecía el apoyo al desarrollo de la industria nuclear pacífica, apoyo que nunca se realizó ni se concretizó. Eso sí, la absoluta dedicación de Washington al tema nuclear, hizo decaer y casi desaparecer al otro Organismo Internacional de Viena, la Unido, el Organismo de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial. El OIEA, el Organismo Internacional de Energía Atómica de Viena, que se llamaba Organismo y no Agencia, como dicen los anglosajones, y ya se dice en España, a causa de una injustificada anglificación de nuestro idioma, no era una Agencia Especializada de NN.UU., sino un simple agente norteamericano, al contrario que la UNIDO.

Allí colaboraban los EE.UU. e Inglaterra. Los EE.UU. contaban con un servidor incondicional, que era el sueco Sigvard Eklund, Director General del Organismo, y los ingleses con Bolton, Secretario casi perpetuo de la Junta de Gobernadores, muy nacionalista y hostil hacia España. Los soviéticos chupaban rueda de los otros dos, y China casi no contaba. Francia estaba subrepticiamente en contra del Tratado, llamado por sus iniciales TNP, porque era la más débil del club de los nucleares, y no olvidemos que entonces De Gaulle, o sea, la grandeur, estaba aún en el poder en el Elíseo. Asimismo, los franceses contaban con un científico que había estado en los Estados Unidos, en el comienzo de los ensayos nucleares aliados, Bertrand Goldschmidt. Nos hacía ojitos a los revoltosos, pero nunca llegó a abandonar formalmente el club de los privilegiados.

Formamos, junto con África del Sur, la India, Pakistán, Argentina y Brasil, un grupo de descontentos, sin que Israel, que tenía barra libre para desarrollar sus armas nucleares en Dimona, en el Negev, ya listas en 1966 pero no probadas, se adhiriera nunca, y tampoco Francia, que se limitaba a observarnos desde la distancia. Había un Director Adjunto, español, de Salvaguardias, o sea, de inspecciones nucleares, que era Emilio López Menchero, y que estaba en una posición difícil cuando no imposible. Como funcionario del OIEA tenía que estar contra España, pero como español y antiguo científico de la JEN, le breábamos a pedirle colaboraciones pro-españolas. Cuando cesó como empleado del OIEA fue nombrado Agregado industrial a la Embajada de España en Viena.

El frente anti-TNP, que no pretendía poseer ninguna arma nuclear, aunque España ya tenía en aquellos años la posibilidad próxima de hacerlo, estaba compuesto por unos cuantos luchadores, de los que yo era el primero, porque además de Secretario de la Embajada era Representante Adjunto de España en el OIEA y más tarde Gobernador Adjunto por España en la Junta de Gobernadores del Organismo. Este liderazgo fue aceptado por todos, incluso por los sucesivos Presidentes del Gobierno, los cuales no dejaron de consultarme, hasta que en 1986 firmamos el TNP y entramos en la entonces Comunidad Europea.Bomba atómica

Mencionemos los nombres de esta vanguardia, para entrar después en la descripción de su actividad y también de sus éxitos y posibles fracasos, Jesús Riosalido Gambotti, Carlos Sánchez del Río, descendiente de Fernando de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, y Director de Física y Cálculo de Reactores de la JEN, José Ángel Cerrolaza Asenjo, Almirante y Técnico Superior de la JEN, Antonio Sevilla Benito, Director de Relaciones exteriores de la JEN, Y José Antonio Ruiz López Rúa, asimismo Técnico Superior de la JEN.

No pretendimos nunca producir ningún arma nuclear, aunque otros sí lo hicieron después, como veremos más tarde, sino defender la igualdad soberana de España frente a la Comunidad Internacional.

N. de la R.
El autor es Embajador de España y escritor.