SaharaEspaña/Sáhara Occidental
Javier Perote (20/11/2015)
El de todos, el  himno por excelencia: La Marsellesa. Este himno ha transcendido cualquier ideología y se ha convertido en el símbolo de la protesta contra la opresión y la injusticia. Cualquiera que en algún momento de su vida se halla sentido revolucionario le han salido del pecho los primeros compases del himno: Allons enfants de la Patrie… La primera vez que lo oí, en disco de pizarra en una vieja gramola, fue siendo yo muy pequeño, en casa de alguien que no puedo precisar. Pero sí recuerdo que  lo hacían a escondidas y con cierto misterio; estaba prohibido y el disco debió llegar por algún oscuro conducto. Muchos años después también a mí me llegó la ocasión de  hacer mío el espíritu de La Marsellesa.

Estos días ha sido frecuente oírla cantar y ver la bandera francesa adornando muros en las calles o presidiendo los numerosos actos que se han organizado para condenar los atentados terroristas y para solidarizarse con Francia. Se ha cantado La Marsellesa como forma de unirnos a todos en un mismo dolor pero también en una misma esperanza. Es lo envidiable de los franceses: siempre tienen el himno para comenzar  a marchar.

Un himno te acoge, te da seguridad. El que tiene un himno no está solo, se podría decir. Un himno vale hasta  para morir. Recuerdo haber oído que en una escuela de Hiroshima,  los niños se pusieron a cantar el himno de la escuela tras el estallido de la bomba atómica, y así estuvieron cantando mientras iban muriendo uno a uno.

Javier Perote en los campamentos de refugiados saharauis
Javier Perote en los campamentos de refugiados saharauis

Pero ha habido un acto en que la presencia de la bandera ha tenido una significación especial. Ha sido en la manifestación que, como todos los años en los primeros días de Noviembre, se ha celebrado por el centro de Madrid para recordar la firma del acuerdo con el que el Gobierno  Español trató de dar forma legal y disimular la traición que cometería contra sus propios administrados: los saharauis. La mani suele ser ruidosa, llena de eslogans que se repiten con ardor, sobre todo las mujeres, y que intercalan ese grito gutural que vibra como un trino y que solo ellas saben hacer. Está llena de juventud, y la juventud siempre es alegre.

La bandera francesa iba en la cabecera de la manifestación, y al final se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados de Paris. Tiene mucho de especial este gesto si consideramos que Francia con su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU es el mayor obstáculo para que el pueblo saharaui pueda llegar  a celebrar un referendo de autodeterminación. Se podría decir que Francia, cuya bandera hemos paseado por el centro de Madrid, es su mayor enemigo. No obstante, espero  que el espíritu de  La Marsellesa ilumine a sus políticos, y  nos una a todos para cantar juntos: allons enfants de la patrie.