EspañaSin Acritud…
Cordura (18/1/2016)
Con la “cuestión territorial” nuevamente en el candelero, conviene recordar que la problemática de España es hija de su historia. Para ello, actualizamos aquí un texto que en su versión original ya vio la luz hace casi una década. El asunto es tratado en términos puramente analíticos.

La identidad española tradicional surge con la “Reconquista”, y de mala manera (antes no había identidad unitaria en absoluto; no es raro que, como recuerda el historiador españolista García de Cortázar, la mayoría de los hispanos, hartos del explotador dominio godo, recibieran a los árabes con los brazos abiertos). Pero esa identidad gestada en la lucha contra los árabes nunca deviene unitarismo voluntario –a la manera jacobina, por ejemplo–. Cuando la unidad llega, es impuesta desde arriba y con las reticencias de amplios sectores de la periferia.

Después en España nunca ocurrió una ruptura real con el pasado. Prevaleció siempre la Reacción (ya en la época contemporánea, los dos periodos republicanos fueron intentos fallidos de superarla). Esto nos diferencia de las naciones europeas que sí conocieron acontecimientos rupturistas genuinos y perfectamente datables.

De ahí que nuestra izquierda, aunque nunca propiamente “antiespañola”, siempre ha recelado de la identidad “españolista”, que ve impregnada de reaccionarismo y confesionalismo. Eso explica también su apertura al nacionalismo periférico (ya en las dos repúblicas) y su gran diferencia con la izquierda de Italia. [En efecto, la izquierda italiana es unitarista por una razón muy simple: allí la unidad, que no llega hasta el siglo XIX, se consigue a costa de la religión dominante (pasada la mitad de ese siglo, los Estados Pontificios aún tenían una cuarta parte del territorio italiano, y estaban protegidos por Napoleón III). Es, entonces, una conquista progresista. El concepto moderno de la identidad italiana es republicano-liberal y de raíces laicistas (el “héroe” Garibaldi era un masón miembro de los Carbonari, radicalmente anticlericales).

En cambio, en España la unidad se basa en la identidad católica romana arraigada en la lucha contra el “moro” y el “hereje”, identidad que se remonta a una época altomedieval. Tan simple como eso. La izquierda italiana es incluso más unitarista que la derecha; aquí sucede lo contrario.]

Al no haber triunfado nunca sólidamente ningún movimiento contra la Reacción, cabe afirmar que en España siempre han mandado los mismos. Nada que ver, por ejemplo, con la Revolución Francesa que, a fines del XVIII, pone abrupto fin al Ancien Régime. Como aquí no cuajó, al nivel del poder, ninguna corriente alternativa, no hay otro referente identitario español con verdadero arraigo que el de la Reacción. Los demás (desde el regeneracionismo más rupturista, noble y profundo, hasta la mentalidad progre, necia y superficial) como mucho se quedaron a medias. Y desdeñados por los españolistas de pro al ser corrientes dudosamente “autóctonas”.

Revolución francesa.
Revolución francesa.

En términos hegelianos (tríada tesis-antítesis-síntesis), podríamos decir que en España no hubo ni hay otra cosa que tesis. La antítesis jamás llegó a hacerse realmente con el poder (a diferencia, p. ej., de la Francia del Terror revolucionario), de manera que nunca hemos disfrutado de los calmos, largos y benéficos períodos que aporta la síntesis (como los que, tras una lenta asimilación de radicalismo y bonapartismo, llegaron en la Francia posrevolucionaria). Y en las etapas aparentemente más pacíficas, como la actual, nunca ha dejado de cuestionarse, incluso en la práctica, el modelo territorial.

Esa es la tragedia de España. Por eso hoy, cada vez que se habla de emprender reformas básicas del estado, cunde la sensación de que vamos hacia el abismo. Un vértigo que acusan de manera muy especial quienes más se identifican con el único referente identitario de la españolidad histórica. Para los herederos de quienes siempre impidieron cualquier ruptura modernizante, el grito de alarma es: “¡Se rompe España!”.

En ese contexto surge Podemos: la única fuerza potente que, hoy por hoy, parece proponerse la misión ¿imposible? de cambiar el marco político y territorial de España, garantizando a la vez su unidad voluntaria.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.