El teniente Permuy y su Cañón.
España
Rafael A. Permuy López (22)
Aquel día de febrero de 1981, tras comer en mi domicilio de Plaza de España nº1, el edificio más conocido en Ferrol como “Hollywood”, con toda tranquilidad, y viendo en el telediario las noticias acerca de la próxima investidura del futuro presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, nada presagiaba los acontecimientos que, de nuevo, estremecerían a nuestro país… y habríamos de vivir, con angustia, la mayoría de los españoles.
Mis dos hijos pequeños, de cinco y tres años, tras salir del colegio Belén, sito en la calle Galiano, acompañados por su madre, nos pidieron ir a jugar con sus primos, a casa de mi hermana, situada también en la Plaza de España, en las viviendas de oficiales de la Armada.
Estábamos tomando café y viendo la tele cuando, de pronto, la pantalla “fundió a negro” y comenzaron a sonar marchas militares. La cosa no pintaba muy tranquilizadora, que digamos, y le dije a mi mujer:
— Ponle los abrigos a los niños, que nos vamos a casa…
Creo que apenas crucé algunas palabras de despedida con mi hermana y mi cuñado.
Recorrimos los escasos metros que separaban nuestros domicilios a toda prisa.
Toque de generala.
Ya en casa, comencé a preparar la bolsa de viaje que utilizaba cuando entraba de oficial de semana en la Baterías de Costa, con el neceser, un pijama y varias mudas, al tiempo que empezaba a ponerme el uniforme caqui de campaña. Me estaba calzando las botas altas de cordones cuando el teléfono de la mesilla de noche de mi habitación sonó. Rápidamente descolgué el auricular y al otro lado del hilo escuché la voz del telefonista de servicio, que decía:
— Mi teniente, le paso con el oficial de guardia…
Al instante oí la voz del teniente José Ruibal Pereira, un oficial coruñés muy simpático y agradable, que me dijo:
— Permuy, han tocado generala… de orden del capitán de Cuartel, que te incorpores rápidamente….
– Ya estoy prácticamente listo… salgo ahora para ahí.
Me ceñí al cinto la pistola reglamentaria, en su funda, y puse en la bolsa unas cajas de munición extra. Mi casa apenas distaba doscientos metros del Baluarte del Infante, acuartelamiento de la Plana Mayor y la 14ª Batería del Regimiento Mixto de Artillería nº 2. Por lo que llegué en un instante y allí me presenté al capitán de Cuartel, que creo recordar que era José (“Pepete”) Lorenzo Esperante, quien ordenó que los oficiales y suboficiales marchásemos, cuanto antes, a nuestras respectivas baterías, situadas en diversos lugares de la costa de Ferrol.
Mi destino era entonces la 3ª Batería de cañones Vickers de 381/45, sita en Cobas, y que se denominaba B-3 (Prior Alto). Una vez reunidos los mandos de la 2ª y 3ª Baterías, ambas ubicadas, como digo, en el Cabo Prior, salimos en una pequeña furgoneta hacia allí; todavía no había anochecido cuando salimos. Dejamos en primer lugar a los compañeros de la 2ª Batería (Prior Bajo), de cañones Vickers de 152,4/50, y nosotros ascendimos hasta lo alto del Cabo, donde se situaba nuestra unidad.
Estábamos entonces destinados en la Batería B-3 dos tenientes, dos brigadas, un sargento y varios cabos primeros, como cuadros de mando, y alrededor de medio centenar de artilleros. La guardia, en la batería, estaba constituida por un cabo y cuatro soldados, con un único centinela en la barrera de entrada a la batería, por la noche se montaba un refuerzo móvil, que realizada rondas aleatoriamente, al mando del cabo de refuerzo.
Mi compañero de unidad, el teniente Avelino (“Lino”) Pereda, era una persona excelente, y teníamos una gran amistad, compañerismo y muchas inquietudes culturales, sociales, militares y políticas, que nos unían muchísimo. Se daba, además, el caso singular, que su padre, el comandante Manuel Pereda Ruiz de Azúa, cuando yo era un joven alférez en el RAMIX nº 32 de Melilla, había sido mi jefe de Grupo. Yo era el oficial más antiguo, pero en aquella ocasión, ejercimos una especie de mando colegiado. El pobre de Lino fallecería unos pocos años más tarde, siendo todavía muy joven.
¿Qué postura tomar…?
Nada más entrar en la Sala de Oficiales le pregunté:
— Lino, ¿tú qué piensas de todo esto…?
Sin perder un segundo me respondió:
— Se trata de un golpe de estado militar, que intenta subvertir el orden constitucional…
– ¿Y cuál va a ser nuestra postura…? Supongo que piensas como yo…. Tenemosque ser fieles a nuestra Constitución, que hemos votado y jurado, así como cumplir con las leyes vigentes… No cabe la rebelión militar.
– Por supuesto, Rafa… pienso como tu….
No comentamos nada más… y dimos por hecho que los suboficiales y cabos primeros se mantendrían fieles a nuestras órdenes.
Unas palabras de tranquilidad a la tropa.
Dimos instrucciones para que la tropa se equipase reglamentariamente, con el armamento y correaje, que fuese municionado convenientemente, y que después formase ante el cuartelillo donde pernoctaban, situado algo más abajo que la Sala de Mandos, además del comedor y la cantina de tropa, como se puede observar en la fotografía adjunta.
Una vez formados, les hablamos, no recuerdo por qué orden de intervención, diciéndoles que nuestra obligación, como militares, era la de permanecer fieles a la Constitución y a la legalidad vigente, que estuvieran tranquilos y que confiasen en sus mandos… Después ordenamos al Cabo 1º de Semana que se acostasen vestidos, con el armamento al lado de la cama, y sin más instrucciones nos retiramos. Ni siquiera doblamos la guardia.
Inquietud ante los acontecimientos y alocución del Rey
Ya en la Sala de Mandos, al lado de la chimenea encendida, y con el transistor en la oreja, íbamos escuchando a través de la SER los acontecimientos, con el alma en vilo… el silencio era casi cortante y observamos algunos signos, casi imperceptibles, de inquietud entre los tres suboficiales, cuando nos enteramos del Bando declarando el Estado de Guerra del general Jaime Miláns del Bosch y que los carros de combate de la División Motorizada “Maestrazgo” nº 3 recorrían las calles de Valencia… Pero no fue una gran alteración de espíritu y solo algún comentario inquieto. De vez en cuando, estábamos pendientes de la Televisión, por si recobraba su emisión normal.
Ya de madrugada, el busto parlante de Iñaki Gabilondo, con cara algo desencajada, nos informó de una importante noticia: el Rey Juan Carlos I iba a hablar. Cuando lo hizo, con aquel gesto y aquellas palabras solemnes, ordenando a los Capitanes Generales la retirada de las unidades de la calles y de los centros oficiales ocupados… todos respiramos con alivio. Todos nos dimos la mano y sonreímos, mucho más relajados. La cosa se normalizaba.
Bajamos al dormitorio de tropa y comunicamos la buena nueva… Los artilleros también expresaron, espontáneamente, su estado de ánimo con un grito de alegría… dijimos que entregasen el armamento, volviesen a acostarse vestidos, pero que podían quitarse las botas.
Ya en la Sala de Mandos, nos hicimos una fotografía, tomada aquella misma noche, que guardo como oro en paño… respiramos tranquilos y al fin pudimos esbozar una sonrisa. Ahí os la dejo, queridos lectores.
Una noche de bigotes
No sé cuantos cafés me tomé en aquella noche maldita… Aquella noche que he bautizado como “La noche de los bigotes”… y os preguntaréis… ¿por qué…?
Pues porque, con posterioridad, caí en la cuenta de que prácticamente todos los generales, y algunos jefes, implicados en la intentona golpista, bien fuese a favor o en contra… a saber, Tejero, Miláns del Bosch, Armada, Torres Rojas, Gutiérrez Mellado, Quintana Lacaci, Gabeiras Montero, Sáenz de Santamaría, etc. Todos ellos lucían unos bigotes de diversa forma, corte y tamaño, y también me di cuenta que yo, que suelo llevar un espeso bigote desde los 23 años, durante este año 1981 no lo lucí… ni mi compañero Pereda, ni el Rey tampoco lo llevaban… ¿Premonitorio o no…?
Al día siguiente, nos reunimos a comer todos los mandos de las unidades del Cabo Prior en la 2ª Batería, al lado del Faro, en alguno de mis compañeros, y entre ciertos comentarios en voz baja, y algo alejados, vi asomar alguna lágrima furtiva por el fracaso del golpe militar…. Me sentí algo incómodo y permanecí en absoluto silencio…
También nos enteramos que el general Gobernador Militar de La Coruña, Torres Rojas, estaba metido en el ajo y se había trasladado a Madrid, sin permiso, para tomar el mando de la División Acorazada “Brunete” nº 1, lo que no consiguió y fue arrestado.
Aun permanecimos acuartelados en las Baterías de Costa algunos días más, hasta que, al fin, apareció nuestro coronel, un tipo bajito y menudito, un mallorquín que podía ser calificado de todo menos simpático, y que también lucía un bigotito recortado, tipo Miláns del Bosch. Se llamaba Francisco Cubi Robert, quien, con aire ausente, nos dedicó unas palabritas, como si en el seno de las Fuerzas Armadas no hubiese pasado nada de nada y hubiésemos estado de maniobras.
Estaba clarísimo, había que cambiar urgentemente de aires y a los cuatro meses me marché del Regimiento, pasando destinado a La Coruña, al Grupo de Artillería de la Brigada Aerotransportable (BRILAT), el mejor destino de mi carrera militar, sin duda.
Y a veces me pregunto, ¿qué hubiese pasado, con “Lino” Pereda y conmigo, si la intentona de Tejero hubiese triunfado…? Nunca los sabremos…
Afortunadamente, no hay respuesta, y aquí seguimos…
N. de la R
El autor es Comandate de Artillería (R) y Periodista.
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