Castelao

Mi Columna
Eugenio Pordomingo (1/11/2017)
No sabía de qué tratar en esta Mi Columna. Pensé hacerlo sobre la corrupción político-empresarial, que todo lo abarca y todo lo puede. Pero las inquietantes noticias sobre un posible ataque a Corea del Norte por la poderosa maquinaria de guerra de Estados Unidos, que pensé que ese era el tema. Recapacité, y me dije, pero si Corea del Norte no es un peligro para el resto de la Humanidad -quizás su sistema si lo es para ellos mismos-, por qué atacarle. Corea del Norte no tiene armas de destrucción masiva, nunca ha lanzado un misil ni arma nuclear sobre población alguna; y tampoco ha invadido ningún país. Ni tan siquiera tiene bases militares en otros países. Pues entonces no habrá guerra, me contesté.

Al poco, afloró a mi cabeza lo que el 4 de abril de 1967, un año antes del día de su asesinato, dijo el Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King Jr., en un discurso pronunciado contra la guerra de Vietnam que libraba Estados Unidos. Ante más de 3.000 personas, congregadas en la Iglesia Riverside de Nueva York, Luther King, calificó a Estados Unidos como “el mayor generador de violencia que existe hoy en el mundo” y luego advirtió: “Por el bien de esos muchachos, por el bien de este gobierno, por el bien de los cientos de miles que padecen nuestra violencia, no puedo permanecer en silencio”.

El asesinato de Martin Luther King quedó impune, como suele suceder en este tipo de magnicidios.

Mientras comenzaba a escribir sobre ello, me atronaba la radio con las noticias sobre Puigdemont, los secesionistas catalanes, los unionistas, los líos de Podemos en Cataluña, sobre la bonanza del sistema político que tenemos y las propuestas de una España Monárquica y Confederal propuesta por el resucitado Pedro Sánchez. Y el colmo, están difundiendo que para que todo sea un éxito han recurrido a los Padres de la Patria, a aquellos que elaboraron entre comilona y comilona un texto constitucional al que ellos pusieron comas y puntos, no mucho más.

Pero en ese paquete de noticias me di cuenta que no llegaba la del viaje del lehendakari Iñigo Urkullu a Quebec (Canadá) para asesorarse de cómo hacer una “consulta legal y pactada”. El tema, amigos, es de calado. Y aquí no valen manifestaciones atiborradas de banderas y simplones eslóganes basados en estrofas de cantantes populares.

De menos calado, pero también importante, es el ocultamiento o pasar de puntillas, sobre el enfrentamiento existente entre la poderosa Vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, Ministra de Defensa. 

En fin, que un servidor tenía el cerebelo más que atiborrado de información y de noticias. Me paré a pensar –algo que recomiendo que hagamos de vez en cuando-, y me dije, ¡pero, coño!, y qué pasa con los miles de casos de corrupción político-empresaria; qué pasa con los salarios basura que desde Felipe González hasta ahora nos han endilgado todos los presidentes del Gobierno, con el apoyo, silencio o manifiesta incapacidad del resto de la clase política; por qué no se ha contestado debidamente a las dos reformas laborales llevadas a cabo por Zapatero y Rajoy; qué pasa con el peliagudo asunto de las pensiones de jubilación que suben un vergonzoso 0.25% anual, con lo cual año a año van perdiendo capacidad adquisitiva…

Y qué decir de la llamada “hucha de las pensiones” de la que tiran todos cuando hay dificultades, que es siempre. Ni hucha de pensiones ni Pactos de Toledo, ni nada. Que se dejen de monsergas dialécticas y de tratar de engañarnos con estudios elaborados por sesudos “sabios”, la mayoría de ellos al servicio de la Gran Banca.

Los trabajadores tienen, tenemos, un derecho adquirido, que es el de recibir una pensión de jubilación en base a los años trabajados y al sueldo percibido. Y no olvidar que en sucesivos cambios legislativos se nos ha ido mermando ese derecho. Y a esa merma han contribuido TODOS. Me refiero a la clase política y a los llamados “sindicatos mayoritarios” que ya comienzan a ganarse el título honorífico de “sindicatos del régimen”.

Total, que la cabeza como un bombo, aunque fría, y yo seguía sin saber de qué escribir.